Joaquín García Monge

REPERTORIO AMERICANO 77 Fisga criolla (Ficción) (En el Rep. Amer. Costa Rica, enero del 41. don Joaquín García Monge.
En la casa de ahí enfrente había enferma de gravedad. Por algo regaron serrín mojado a lo largo del zaguán de entrada.
Todas las niñas del barrio de la Aristocracia Tiesa se dieron cita en el aposento contiguo al de la enferma para acompañar y velar si era necesario con las muchachas de la casa. Ahí estaban arrebujadas en sus sobretodos, unas sentadas en las camas y otras en sillas, no muy católicas por cierto. Tenían un aire con las gallinas en temporal cerrado. De bendito eres entre todas las mujeres estaba Quique, el lángaro de la casa. su lado un chiquito de la vecindad, quien estaba de mandado a ver como seguía.
De aquel cuarto calía un ruido como de avispero alborotado; era que hablaban mucho, con voz de indio, con voz de confesionario. Lo que equivale a decir que se hartaban al prójimo, jal fin mujeres. Vieran qué gozada esta tarde en la estación con la llegada de las Pradilla. Cuáles Pradilla. Pues aquellas Elenita y Engracia Padilla que vivían en Chile de Pero, a la par de la carnicería de ñor Chinto y que al tata le cayó lotería tras lotería en el término de tres meses, lo que las obligó al consiguiente viaje de placer por los Unitates Estates y por eso fue que agregaron una erre al apellido y como antes les decían las Menchas, ahora les dicen las Merchas. Así son de felices algunos cristianos que están echando pulgas en este valle de lágrimas. Idiay. no me dejan seguir con cuento? Figúrense que ahora traen un carro lujosísimo que compraron en la fábrica y por supuesto, fue mucha gente a cepillarlas. Yo fui únicamente a dar fe, de puro cavilosa.
Así que bajaron del tren y las amistades llamaron por sus frágiles nombres a esas encantadoras damitas de nuestra más alta sociedad. oyeron de la boca carmesí. Made in de la tierna madrecita na Merchas, con 57 años según el Registro el siguiente rezongo correctivo: Perdonen, mis lindas, pero no se llaman así now. Les like very much que las llaman como nuestros íntimos de Frisco, Helen Grace. Vean qué matarile de vieja! saber si se acordará cuando la mama de ella vendia tamales en La Puebla. No oíste decir que habían traído mucho. Qué va, si lo que traen es tabique en la cabeza. cómo así. Pues un tabique que se las divide exactamente en dos mitades; una la tienen llena de cuita y la otra de mierda.
La última palabra fue interrumpida por las presentes que a coro entonaron los primeros acordes de La Marsellesa, lo cual de acuerdo con un chile que todas sabían. se aplicaba en los casos en que alguna de las presentes salía con un domingo siete. No pudiendo disimular la risa, las carcajadas se hicieron generales. Sólo el chiquillo de la vecindad seguía callado, observando la cara que creía triste de su vecino Quique. Lo veía de reojo porque bien sabía de corrido el retintín aquél que es falta de educación encararse con las personas mayores. Aquel almizcle que despedia Quique, compuesto de brillantina barata, de gasolina con que se había limpiado el vestido y el olor de cigarrillo de que estaba impreg.
nado aquél, hacía al chiquillo tener fija la atención en aquella persona languida.
Qué lindo ser hombre grande para tener un bigotito recortado como el de Quique! Pobrecito este hombre grande que sufre la enfermedad de su mamacita. Tal vez podría morirse. Pero morir es florecer en otra forma. según decía la recitación aquella que le enseñaron en el Liceo a su hermano, y que declamaba cuando se metía al excusado. Otra vez el almizcle que da la idea justa de ser hombre grande, como su papá. Pero su papá no tenía cara triste. Por qué se burlaría su hermana de la cara de Quique, diciendo que era igual a una chupeta vieja. Sería que a ella no le gustó como novio? Seguía el tropel desordenado de ideas en aquel cerebro infantil, mientras las mujeres hablaban mal de la humanidad.
Bien ignoraba el chiquillo que ese hombre grande eca un zángano completo, cuyo único oficio eran las correrías nocturnas por hosterías y piecillas de mala muerte y que estaba a caza de una oportunidad de escapatoria desde luego, sin ofender a la familia para que la presente noche no se le fuera en blanco como las dos antericces, en aquella clase de funciones glandulares que sus hermanas tenían como pecado mortal.
El guru gurú de esa femenina gente se paró en seco con la entrada en el cuarto de una señora portadora de una palangana en una mano, y en la otra un motete de ropa sucia, ambos a una respetable distancia de su cuerpo, dado que era propietaria de un busto que hubiera estado muy bien como escritorio, en cualquier oficina de telégrafos. Había aparecido en el justo momento en que Mamita Clara cayó en cama ella, como prima que era, se improvisó enfermera y comenzó a tratar de vos a todos los de aquella casa, en uso del no muy, aceptado parentesco. Ya las recién primas tenían sobre aviso a sus vecinas del hecho y sobre todo para que se andaran con cuidado, porque la prima de última hora era muy lengua larga y podía meterlas en un berenjenal. Esta fue la razón por la cual la charla se paró de un sopapo. Ay chiquitas, ipor Dios! Consideren a la pobre Mamita Clara. No ven que toda esa bullaranga se oye completica en el cuarto de al lado. Cómo sigue? preguntó secamente una de las vecinas que tra.
taba de parar con un golpe de gracia aquel inesperado chaparrón, con cluyendo la frase con un estironazo del labio inferior. Dios gracias un poquitico mejor. Ahora se queja menos. No sé cuánto tiene ahora. las cuatro fue la última vez que le puse el termómetro. Le diste el agua de azúcar con coñá? inquirió otra. No, me dijo que no quería porque le puede irritar la tripa y va y se tranca. Me dijo que mejor un poquito de atol de sagú. Yo le ayudé a que se lo bebiera en la tetera y poe dicha se lo tomó cor cor. No me dejó más que un asientico que se lo voy a dar a la gata.
Una de las muchachas tomó un parecer a Quique, que seguía tan impasible como el muñeco de hierro de San Antonio de Desamparados. Mirá. te parece que llamemos a Mejías Castro para Mamita. Yo qué sé. Ese viejo es muy mal hablado si aquí viene sale con sus cosas, a mí puede irseme para arriba la sangre de gallo y no respondo Pero ve, que es tan feo. Tan vecino que es y siempre se pasa con el dele que dele que nunca lo ocupamos, arguyó otra de las hermanas. Bueno, pues yo qué. Hagan lo que les parezca, pero después no me anden con dimes y diretes. Lo mejor que puedo hacer es pintármelas, para así evitar una torta.
Justamente lo que el sapo quería. Agarró el chonete y se las mandó pintar en menos que se persigna un cura nato.
La prima de última hora terció sin que la estuvieran tomando en cuenta Mice mi muchachito, hágame el favor y va un momentico a la casa del doctor Mejías Castro, el que vive a la vuelta de la botica, y me le dice que mandamos a decir nosotras que si puede venir a ver a la niña Clarita. Pero antes, entre y saluda a Mamita, que esta mañana me preguntó por usted. Bueno, compermisito, voy a echar esto en la canasta de la ropa sucia.
y a Salió la prima de última hora con gran regocijo de las muchachas y el chiquillo pasó al aposento contiguo, pero no siguió del marco de la Puerta. La escasa luz que dejaba pasar un papel de tienda que se había improvisaad como pantalla del bombillo eléctrico, el olor a cataplasma de romero y a reguero de alcohol de fricciones, sumado a la cara de trage.
dia los quejidos de la enferma, lo dejaron en suspenso, creyendo oportuno tomar precauciones, porque se le podia pegar la enfermedad de Mamita Clara. Al fin, y con la timidez de costumbce, se atrevió a preguntarle. Que dice mi mamá que como sigue.
Mamita Clara no contestó, pero parando los pujidos, con un pequeño meneo de la palma de la mano y haciendo un gesto igualito al del