378 REPERTORIO AMERICANO FONDO de CULTURA ECONOMICA picado por una vibora, y contempló al importuno: era un señor miope y calvo, con una barba enorme que le llegaba hasta el ombligo.
Mi compañero escrutó con una mirada las profundidads de la selva virgen que se dilataba ante él y, como era flemático, sólo dijo: beg your pardon. pero tornándose hacia mí, añadió. Adiós mis pulgas! luego se puso a silbar la canción de Hansel und Gretel ponque la aventura de sus pulgas sabias, perdidas en las barbas del vecino, le recordó a los pobres niños extraviados en el bosque.
Este episodio me causó una impresión profunda. De modo que cuando vi perderse en el cielo el bulto del loro, con el cual pensaba contentar a mi tía y tapar, de paso, algunos agujeros de mi presupuesto que se parece notablemente a una espumadera. cuando vi desvanecerse mi verde y única esperanza, dije, sin proponérmelo, lo mismo que Mr. Shandow.
Pero volvamos a nuestro loro. Un momento, Nasute, no nos deje con la curiosidad. Qué fué del hombre de la barba. Usted me está preguntando al revés. Cómo así. Usted debió preguntarme qué fué de la barba del hombre. porque algunos días después lo encontré muy pálido y completamente afeitado.
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mestral de la Escuela Nacional de Economía. Universidad Nacional AutóAlfonso Reyes: La critica en la Edad Ateniense: 12. 00.
noma de México) Nº 3: 00.
Francisco Ayala: El problema del LibeFilosofía y Letras (Revista de la Facul ralismo: 00.
tad de Filosofía y Letras de la Uni Ruth Benedict: Raza: Ciencia y Politiversidad Nacional Autónoma de Mé ca: 00.
xico. Nº 3, Julio Septiembre de Prof. Manuel Márquez: Cuestiones of 1941: 00 talmológicas: 18. 00.
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La aves parleras El loro y el águila y nos han ofrecido, en vez de un loro, un cuervo. Necesito recordarle a usted la fábula de Lafontaine los poemas tocayos de Edgard Poc y de Leconte de Lisle. Los dos se titulan lo mismo: El cuervo. Los poetas parecen creer que, para que una ave tenga el don de la palabra, es indispensable que se vista de luto. No es que yo niegue que haya aves negras que hablan hasta por los codos, pero esas sólo se encuentran en las cercanías de los Tribunales y además no son aves.
son pájaros de cuenta.
Confieso que semejante obstinación de los poetas en darles la palabra a los cuervos y negársela a los loros, me llenó de perplejidad durante un tiempo, hasta que al cabo de pacientes estudios consegui descubrir la clave del enigma.
Logré averiguar, gracias a mi talento natural y a la feliz circunstancia de ocupar un cargo público lo que siempre deja tiempo para investigaciones esotéricas. que todos esos cuervos de las fábulas y poemas no son cuervos. Empecé a sospechar esto recordando el comienzo de la célebre fábula de Lafontaine: y diverComo si adivinase mis pensamientos, el loro lanzó de pronto una carcajada sardónica, y empezó a condolerse de su situación, diciendo como todos los loros. Pobre Pedrito. Pobre Pedrito. Porque nadie como ellos para apiadarse de ellos mismos. nadie. a no ser los comerciantes cuando se anuncia algún nuevo impuesto.
Pero con sus lamentos, Pedrito no pretendía quejarse del impuesto a la renta ni del impuesto a las transacciones, sino advertirme que no hay que fiarse de las apariencias gallardas y ique no obstante el prestigio heráldico de su silueta recortándose sobre el fondo nocturno, él, como todos los de su raza, era un animal completamente ajeno a la Historia. aquí tocamos a una curiosa anomalía de la ciencia histórica. Le ruego parar la oreja porque esto es importante. En ese fárrago de cosas increíbles tidas, que constituyen la Historia de la Humanidad, figuran, aparte de las acciones de los hombres, las de muchos animales, entre ellos varias aves. pero ningún loro. Empezando con la serpiente del Paraíso hasta concluir en el Gallo de Morón, las crónicas recuerdan a la Ballena de Jonás el primer submarino de la Historia, la Burra de Balaam que es el primero pero no el único caso de un asno parlante. al caballo de Atila, que era una especie de depilatorio aplicado a la agricultura; el león de Androcles, ejemplo de paciente agradecido, que todos los médicos citan a sus clientes al pasarles la cuenta; la Loba Romana, que ilustró el oficio de nodriza; los Gaosos del Capitolio, defensores de las instituciones; el Becerro de Oro, que, de existir, ahora habría sido exportado a los Estados Unidos; el Perro de Alcibiades, precursor de la moda de los canes rabones; la Paloma del Arca, que sin duda era una paloma mensajera. y tantos y tantos otros animales de toda clase y pelaje. pero ningún loro.
Es como si los historiadores se hubieran propueso boicotear a los loros, no obstante parecerse tanto a ellos, ya que no hacen sino repetir lo que otros han dicho o lo que han oído Pero volvamos a nuestro loro.
Apenas le vi perderse en el cielo, subí corriendo a la azotea; mas cuando la alcancé, la noche empezaba a cerrar y no pude advertir el menor signo del receloso animal.
Con el alma en los pies y el corazón en la boca (eso quiere decir que estaba fatigado y triste) permaneci un instante viendo como, por sobre las sierras, iban alumbrando las primeras estrellas.
Puedo decir, pues, sin falsedad alguna, que el loro me hizo ver las estrellas. auoque también puedo añadir que el espectáculo del cielo otoñal, enjoyándose para la fiesta de la noche, es capaz de hacerle olvidar a uno todos los loros del mundo.
Tras unos minutos de arrobamiento volviame va consolado y dispuesto a ofrecrele a mi tía toda suerte de explicaciones, aderezadas con varios chistes melancólicos, cuando descubrí al fugitivo, inmóvil a seis metros de altura sobre el pretil de la azotea. Estaba posado sobre una antena abandonada y tenía esa majestad de águila que cobran los loros en una posición eminente. no sólo ellos: no hay político que, encumbrado en el poder, no adquiera instantáneamente, por muy ñato que sea, un perfil aquilino.
y el aire de una persona que ve muy lejos, aunque sea incapaz de advertir lo que está pasando a un palmo de sus narices.
Posado en el extremo de aquella reliquia de los tiempos heroicos de la radio, cuando la telefonía sin hilos llenaba de hilos de alambre todas las azoteas, inmóvil embozado en la capa de la noche, nuestro loro parecía una aguila romana. Una de aquellas águilas de bronce que, puestas en el extremo de una lanza, pasearon victoriosas, por todo el viejo mundo, las pesadas legiones romanas. En la sombra y con el cielo nocturno a sus espaldas, como un manto imperial tachonado de estrellas, el estático avechucho semejaba un espectro glorioso venido desde el fondo de la Historia.
Parecía recordarnos, con su muda presencia, la trayectoria gloriosa de aquellas congéneres suyas, que alzaban el vuelo en el Lacio para ir a posarse, dominadoras, en los confines de Europa llevando con ellas el espíritu, la lengua y las leyes de Roma.
Maitre Corbeau sur un abre perché Tenait en son bec un fromage.
porque a dónde han visto ustedes un cuervo al que le guste el queso. Después, leyendo el campaaudo poema de Leconte de Lisle, mis sospechas se robustecie.
ron. El gran poeta francés nos quiere hacer creer que el ave monstruosa que se le aparece al monje Serapión en la Tebaida es un cuervo milenario; pero a las primeras de cambio, cuando el obscuro pajarraco declara que está muerto de hambre, el santo varón le ofrece lo único de que dispone: un poco de pan negro y un puñado de higos. el avechucho acepta. Ahora bien. dónde han visto ustedes un cuervo con esas propensiones vegetarianas: Por último, volviendo a leer el famoso poema de Edgard Poe ese poema que, según confesión del propio autor, fué construído al revés, de atrás para adelante, como se hacen casi todas las cosas entre nosotros, al volver a leerlo y encararme con ese cuervo que repite al final de cada estrofa: Nunca más! Nunca más. tuve la revelación del misterio.
Todos esos cuervos literarios no son sino unos pobres loros que se han caído en un tintero.
por ahí.
Caídos en el tintero Pero no son los historiadores únicamente los que así proceden, los poetas también. Con la única excepción del viejo Homero, quien los trato decentemente, todos los demás, cuando por exigencias del oficio han debido presentarnos una ave parlante, nos han dado gato por liebre. Un momento, amigo Nasute. el loro. Se bajó de la antena. No; allí se quedó. Convencer a un loro de que se baje es como decirle a un ministro que debe renunciar.
ARTURO CANCELA.