REPERTORIO AMERICANO 237 En pasta Compañía General Editora, Apartado 8626. México, México)
Algunas de sus ediciones: Laura, por el Conde Alfred de Pasta 00 Vigny.
Rústica 00 En rústica 75 José María Roa Bárcena: No 50 che al Raso (Cuentos)
Ricardo Palma: La monja de la llave Empastado 00 En rústica 00 En rústica 00 En pasta 50 Anna Katharina Green: EL La insuficiencia cardiaca. Por el Dr. Cris Doctor, su esposa y el reloj 75 tián Cortés Lladó.
Conde León Tolstoi: Sergio, En rústica 00 el anacoreta 75 00 Dr. Juan Cuatrecasas: Psico Tirso de Molina: Los tres mabiologia del lenguaje.
ridos burlados 75 Pasta 00 Heine: El rabino de BaRústica 00 charach 75 Dr. Ismael Cosío Villegas: Margarita Urueta: El mat la Los abscesos del pulmón distraía 75 Pasta 00 Dr. Ruiz Castañeda: ProRústica 00 filaxis específica del tito Con el Admor. del Rep. Amer.
exantemático Calcule el dólar 5. 00.
En pasta carga, como los árboles frutales. Los indios le tenían miedo al dueño, como al diablo, temblaban cuando el viejo gritaba. Una vez encontraron a un cholo robándose de la huerta una cabeza de plátanos; a esa misma hora, en el patio del caserío, el administrador lo hizo tumbar al suelo y lo vergueó largo rato. Esa indiada no tenía pueblo, no tenía casa, ni un pedacito de tierra: todo era del viejo. Cuando bajaban a la hacienda, venían con sus familias; se alojaban en unos cuartos chiquitos, de carrizo y barro, que había cerca de la casahacienda, y allí los hijos de los peones eran para la comida de los piques y de los piojos; yo trabajaba todo el día, sacándoles piques a los mak tilas (7. muchos casi no tenían ya sexo: allí formaban su nido los piques de la quebrada. Esa indiada no sabía cantar. Los indios de la hacienda nunca hacían bulla. Llegaban del trabajo al atardecer, cada peón con una carga de leña, para el horno leña que hacían después de la jornada. Entraban a plaza de la hacienda en tropa; pocas veces se reían; subían al corredor de la casa hacienda, se sentaban en fila sobre los poyos, y esperaban. El administrador los contaba con el dedo, y después los despedía. Se iban unos tras otros. En su rancho no tenían ni una quena, ni un charanguito siquiera. Llegaban, tomaban una lawa (8. un chupe de cualquier cosa, y se dormían después, ya fueran solteros o casados. Por qué será, no cantan? decía yo. tenía pena. Algunas noches los visitaba y junto a ellos cantaba los waynos de Ayacucho, de Abancay, de Coracora. Pero casi no oían. Bonito, niñucha! decían; pero les daba sueño. yo me iba. Después, la cocinera del administrador me contó que, una noche, el viejo había oído tocar una quena en el caserío de Karkeki y fue al rancherío, ocultándose; Ilegó hasta la puerta donde tocaban la quen a, y entró a la casa diciendo: Indios, a esta hora se reza! Pidió la flauta y la pisoteó en el suelo.
En la mañana de todos los días, cuando todo estaba oscuro todavía, los peones entraban primero a la capilla de la hacienda, rezaban junto con el administrador, y después ya iban a trabajar. Todo eso era orden del viejc.
En los carnavales la indiada bajaba a la hacienda. El administrador les daba varios barriles de cañazo; hombres y mujeres tomaban mates llenos de aguardiente; se emborrachaban ahí mismo. Al anochecer peleaban casi todos los indios, se golpeaban con piedras, a patadas y puñetazos; las mujeres se arañaban entre ellas, o mezclándose en las peleas de los hombres. El administrador los miraba, tranquilo, desde el corredor. En la noche se quiedaban dormidos, en el suelo, hombres y mujeres, sin acordarse quién era el marido, quién el hermano o la hermana. Carnaval de indios, sin tinya, sin flauta, sin canto. Pero allí nomás! En los otros pueblos donde he vivido, para la pena o para la alegría, el indio siempre tiene un canto.
decían. cuando volvían a sus pueblos, alli procuraban lucir la elegancia que habían aprendido en la costa; no querían oír los waynos de su pueblo, cantaban tangos, one steps, jazz. Vivían convencidos de que lo europeo es lo superior, que todo lo indígena es malo y vergonzoso. Por eso, en las callecitas de los mistis, los fonógrafos tocan la música de los costeños; en las calles y en las esquinas, los jóvenes silban tangos y one steps. En todo el resto del pueblo, la indiada canta waynas; casi todos los años crean nuevos cantos.
JOSE MARIA ARGUEDAS (1) Patio grande. 2) Los que bailan la wifala, baile popular. 3) Tallo maduro del maíz. 4) Mozos fuertes, valientes. 5) Bailarinas populares. 6) Bailarines disfrazados de viejos. 7) Muchachos. 8) Sopa de papa helada; es la comida más pobre.
y ya no llorara.
Dile que he llorado. Oh, que tenga sed en el camino!
Picaflor siwar y que no encuentre ni la escarcha en los pajonales, el que vuela más alto que no encuentre ni el rocio en las yerbas.
el de las plumas doradas. Que tenga sed en todos los caminos, Picaflor siwar la paloma que olvidó a su amado!
que brilla en el sol, que tiembla en el aire El ischu está llorando.
hincando a las flores.
Cae la lluvia en las lomadas, Quiero darte un encargo: queda la escarcha en los pajonales.
mi amada está lejos, Pasa la lluvia, sacude el viento, picaflor siwar, del ischu gotea el agua, llévale esta carta.
gotea el agua limpia. El ischu está llorando!
No sé si llora todavía ¡Ay, cómo lloran los ojos en pueblo ajeno!
cuando lea mi nombre, Lloran los ojos como llora el ischu o me habrá olvidado cuando pasa la lluvia y sopla el viento Pero si se pone triste, Cuando sopla el viento el ischu se agacha, dile que he llorado, ischu alto de las lomadas se agacha dile que también lloro cuando sopla el viento.
recordando a la amada. Ay, como se agacha el corazón en pueblo ajeno!
Como ischu alto cuando sopla el viento.
Picaflor siwar el que vuela más alto. Ay flor morada. el de las plumas doradas. Por qué amé a ese desconocido, Que no encuentre ni el rocío. por qué le escogió mi corazón no sabiendo ni el nombre de sus padres Vicuña de los cerros, venado de los montes: ni el camino por donde vino decidme si pasó por aqui la ingrata paloma, ni el dia en que llegó!
la paloma que dejó su nido, que dejó a su amado. Ay espino del monte!
decidme si pasó la paloma que olvidó a su amado.
ſay flor morada. Vicuña de los cerros, taruka de los montes, Hubiera amado a la vicuñita venid a ver cómo lloran mis ojos; que llora en la orilla de las lagunas así me dejó, con los ojos llorando, sobre las cumbres y en las lomadas.
asi me dejó, con el corazón herido.
Hubiera amado Cuando llegué a las ciudades de la costa, la gente de esos pueblos todavía despreciaba mucho a los serranos. En esas ciudades no se podía cantar waynos; todos miraban al que cantaba un wayno como a un inferior, como a un sirviente, y se reían. Por eso, todos los colegiales serranos que iban a estudiar a la costa procuraban aprender lo más pronto el modo de hablar, de caminar y de vestirse de los costeños; y cuando oían un wayno ellos también se reían: Eso cantan los indios, nomás.