Democracy

REPERTORIO AMERICANO 201 La casa del General Morazán (En el Rep. Amer. en El Gral. Francisco Morazán brincó a la Historia en el corcel del triunfo, con la bandera de un noble ideal desplegada y escalando alturas al galope. Sin él, en ese libro de los pueblos de Centro América, habría mil páginas en blanco. El es la historia de Centro América y Centro América es la historia de él.
Morazán es una figura en extremo subyugante y admirable. Su nombre se impone. Como se impone el heroísmo. Gran soldado. Fue sereno en la batalla y sereno en el patibulo.
Fue también sereno en la paz. Tuvo el valor, el gran valor, de respetar el derecho. El sabía que la primera ley, era el respeto a las leyes.
Por eso se mantiene gigante en la historia.
Las depuraciones sólo lo elevan. Entretanto que salen de ella fugitivas las sombras que se entraron por puertas falsas. Los huracanes no lo conmueven, porque el pedestal de bronce se lo labró él solo. Su estatua no es pequeña ante la de ningún héroe. Su figura no desmerece en gallardía ante ningún paladín. En él todo fue grande. Grandes victorias. Grandes derrotas y gran martirio también.
Ya se celebrará el centenario de su muerie.
Apenas catorce meses faltan. La apoteosis del General Morazán no puede ser, no debe ser, apoteosis centroamericana. Ha de serlo, y es preciso que sea, apoteosis continental. su centenario han de llegar delegaciones con las coronas de laurel de todo el Hemisferio.
Los pueblos de Centro América le deben un tributo: en Tegucigalpa se halla la mansión donde se meció la cuna del héroe, donde resonaron sus primeros pasos, y donde, en horas amargas para la patria, guarda su sombra. Los Gobiernos de Centro América deben adquirirla cuanto antes, en conjunto, y ofrendarla en homenaje a su pueblo natal, para que la consagre a su recuerdo. El Salvador, por el que tuvo devoción, y de otra indole. porque nunca, sia extrañeza universal, ha dejado de hacérsele a un héroe de su talla. Se indica esa forma, porque los cinco países participarían en la ofrenda, y porque esté fuera de las posibilidades del fisco hondureño, o porque rehusara anticipadamente aprestarse a ello; porque en todo tiempo, aun épocas lejanas, cuando sus posibilidades eran veinte veces menores a las de hoy, hizo sin reparo, erogaciones para adquirir propiedades de todo género, sin significación histórica, de utilidad o no, de amigos, unas veces, de puros compadres, otras, de adeptos del momento, muchas, y en alguna ocasión, hasta del mandatario mismo. Un solo hecho puede decirlo. Según datos numéricos, al comenzar el año 1883, adquirió una casa de propiedad del Gobernante a la sazón, por cincuenta mil pesos. Dónde está ella. Cuál es ella? Lo ignoramos. Seguramente existe. Lo creemos de buena fe, pero también pensamos del mismo modo, que se preparaba anticipadamente para salir, como dijera de otro, un formidable escritor sudamericano, fugitivo en el corcel de la derrota, Ahora no se trata ni de adeptos, ni de compadres. Se trata de un héroe. De un gran homenaje cier veces merecido. Por eso tendrá cumplida realización, hoy o cualquier día. La justicia histórica nadie la impide. Tiene su hora y esa hora llega.
La Sociedad de Historia, el Comité pro Centenario y los admiradores del General Morazán, han de poner seguramente su grano de arena para que esta iniciativa sea llevada a la realidad cuanto antes, para alistar con al anticipación debida la mansión del héroe, y para que se reuna en ella todo lo que sea menester.
PBRIXENCH Gral. Francisco Morazán que guarda los restos del gran caudillo, le incumbe la iniciativa y realización. Si esta excitativa se perdiera en el vacío, que no se perderá, han de llevarla a la práctica las Municipalidades de las capitales centroamericanas. En su defecto, el Gobierno de Honduras y el Distrito Central; y en último término, los hijos todos de esta República.
Se alude a este homenaje, porque sería significativo y tendría perduración. Más que los ALFREDO TREJO CASTILLO.
Tegucigalpa, Honduras, Julio de 1941 El camino de la Democracia (Colaboración solicitada)
Las Repúblicas centroamericanas, unas más que otras, y particularmente la de Honduras, van a celebrar el centenario de la muerte del Gral. Francisco Morazán. Es una feliz oporturidad, sin duda alguna, para rendir un homenaje de justicia histórica a una de las personalidades de mayor relieve en la modesta historia de nuestros pueblos, para hacer una revisión de valores y para dejar algo construído en bien del alma y del destino de nuestras comunidades políticas.
Evidentemente, el Gral. Morazán es uno de los constructores de la historia centroamericana. El papel que le correspondió jugar en la vida política inicial de nuestros países ao careció de alto sentido y no dejó de poseer cierta brillantez que se acercó mucho a lo heroico.
Por eso, y por el final trágico de su vida, no se le ha podido olvidar. Con su nombre se recuerdan ideales y propósitos que pudieron servir para darle una orientación política definitiva a nuestras democracias. Es también indudable que si no llegó o no logró salvar su programa de acción, no fué porque le faltara estatura y voluntad para construir una época histórica, sino porque, desgraciadamente, era más grande que los días en que le tocó actuar.
La historia tiene esas exigencias, como diría Víctor Hugo. En cierta manera es modesta o es exacta. Morazán sobrepasaba la altura de los hombres y de los acontecimientos de su hora y si tuvo una significación singular, fué la de haberse proyectado en el tiempo como una esperanza o como un ideal.
No se puede decir que no sea discutible su gestión de hombre político. Presentar o sentir que fué un héroe de nuestra gesta nacional, es bueno dentro de una justa relatividad. Para un juicio lealmente histórico, todo hombre es discutible, y no hay héroes intocables como dioses. También los dioses, por grandes que sean, son discutibles. Sería un error considerar que los héroes representan algo más que formas extraordinarias y ocasionales de conducta humana. No creemos que hasta eso lleguen Emerson y Carlyle, que, también por desgracia, construyeron la doctrina de los héroes.
Los héroes actuaron en su oportunidad y está bien lo que hicieron, pero no son valores eternos de conducta. Considerarlo así, es volver a la deificación de los hombres a que se habituó tanto el mundo antiguo y en que también degeneró la admiración por la grandeza humana, pues con la misma facilidad con que se levantaban estatuas a los semidioses se las hacía rodar por el polvo una vez que seres más afortunados conquistaban la servil devoción de las masas. Queremos decir esto, para colocar en su justo límite la devoción que debemos a nuestros mayores y el valor que como constructores de intereses nacionales tienen nuestros grandes hombres. Consideramos que es justo que se recuerde el nombre de esos varones, que no se les condene al olvido, que continúen actuando en nuestro espíritu, pero sin sacrificio de nuestra dignidad, de nuestros deberes. Tanto más hoy que antes, conviene en mucho saber establecer esas sutiles fronteras entre la admiración y la verdad. Para lo que respecta a la vida de nuestras naciones, no hay que exaltar sin apreciación discreta, el valor de nuestros grandes hombres, sabiendo como es cierto, que un pueblo, con héroes o sin héroes, sigue viviendo de sus propias virtudes y de sus propias esperanzas. No son los llamados héroes, cierto o dudosos, los únicos responsables de la historia de una nación. Hay valores humildes tan necesarios, y activos como fuerzas que también van labrando la historia nacional. Francia no es todo Napoleón Bonaparte. Por modesta que sea la figura de a Pasteur, para no hablar de la gloria suntuosa de un Victor Hugo, también le cabe a un Pasteur la satisfacción de haber mantenido el fuego sagrado del espíritu de su patria.
En el momento en que jugó su destino el Gral. Morazán, él representó fielmente, su destino. Fue, como hemos dicho y como lo son hombres de su estirpe, un visionario. Su error fué de perspectiva. Creyó que lo que estaba des.
tinado a ser una obra del futuro, como resulta do de la evolucića de una alma, podía haberse realizado en un instante por la fuerza de las armas. Nos referimos al ideal sostenido por muchos de la unión centroamericana. Esta esperanza, menos imposible a medida que hay