REPERTORIO AMERICANO 219 de vino y de hembras, jamás nada me sobra, que a las hembras las amo y el vino me lo bebo.
Embriágame la copa del sol en la isla mía, y a templar los ardores que deja en mi garganta, me bebo los arroyos en hojas de yautia.
Mi deuda, si es que debo, no sé si es tanta o cuanta, porque el ave que arrulla en mi azul pulperia nunca le ha puesto precio a los cantos que canta.
Hoy se ocupan de él en los Esta gos catedráticos y escritores. Sólo dos Unidos. Hay estudiantes que así, sin esperar y por orgullo pahan tomado sus poemas para es trio, se podrá dar a conocer este.
cribir su tesis del doctorado en fipoeta americano.
losofía. Yo, que quiero que lo conozcan bien por la América nuesPEDRO JUAN LABARTHE.
tra, he distribuído más de cien ejemplares de este libro entre mis ami San Juan Bautista de Puerto Rico.
Como un cuento de verdad (En el Rep. Amer. La madre de Sofia era una vieja enferma. Trabajaba en mi casa. Casi veo su imagen deslizarse en la semioscuridad del obrador con sus largas manos flacas, como una sombra. En el fondo del obrador está el horno encendido. Parece la tarasca de una fiera fabulosa que desea tragarse a la madre de Sofía. Pero poco ganaría con ello, porque la mujer está desnutrida. Debe padecer de una enfermedad grave. Sin embargo es lo que puede decirse una buena trabajadora.
Muy temprano está ya en el obrador removiendo la blanca harina con sus manos flácidas. De allí saldrán las bonitas biscotelas de finos bordes como de encaje, y las graciosas canastillas de coco y las repulgadas deliciosas. Trabaja y trabaja la buena vieja.
Sofía no la ayuda, aun cuando podría hacerlo. Por qué no po dría hacerlo? Alguna compañera le dice a la vieja. Poné a tu muchacha a 17udarte, con eso te vas temprano Pero la vieja tenía su plan con respecto a Sofía. Por disimular decía, aparentando cierto enojo. Es muy vagabunda, sólo quiere estar leyendo.
Porque la muchacha estaba en la escuela y ciertamente sólo quería estar leyendo. Casi no jugaba con los otros muchachos de las obreras. Prefería estar inclinada sobre sus cuadernos o sus libros.
Me preguntaba muchas cosas y yo se las explicaba lo mejor que podía. Siempre he sido un pésimo maestro. Sofía quedaba contenta con mis explicaciones y entiendo que no le iba mal porque sus notas eran muy recomendables. La vieja me llamaba para mostrarme la nota. Estaba alegre. Pobrecita, sentía el orgullo de la inteligencia de su bija.
La muchacha no era orgullosa. Me parece también que ni se fijaba en que obtenía buenas calificaciones. Tal vez le parecía natural eso. En lo que se interesaba era en trabajar. La vieja no quería maltratarla. Alguna razón tenía para ello. Me costó mucho adivinar una de esas razones. El padre de Sofía no era un hombre común.
Bien es verdad que a estas horas no le prestaba ningún apoyo para criar y educar a la hija. Ella se contentaba con saber que el padre de Sofía era una persona principal. Así como quien no quiere la cosa me dijo un día el nombre del padre de la muchacha, y yo adiviné de esta manera, por qué la madre guardaba tantas consideraciones a la hija.
Por otro lado molestábamos a Sofía diciéndole que por qué no hacía alguna cosa. Otras muchachas, hijas de las obreras, eran más hacendosas. las madres se les pagaba por tarea y con el auxilio de las hijas sacaban un buen jornal diario, que ni así les alcanzaba para vivir. Pero esto último no era un negocio de mi casa.
La vieja de Sofía no se empeñaba en ganar más. Le bastaba llevar el ritmo. Creo que a la muchacha la ayudaban en la escuela. Ya se había entrado en ese período de misericordia escolar. Pero Sofía. le decía la otra vieja Andrea ¿no te da lástima tu mamá. la vieja Andrea no le importaba que la madre de Sofía reventara, pero sentía cierto placer maligno maltratando a la hija. Ella tenia una hija que tampoco la ayudaba, pero que se ayudaba ella misma.
Sofía no contestaba a estas impertinencias o se contentaba con decir. Yo le ayudaré.
Estas palabras no las comprendían muchas de las mujeres que trabajaban en el obrador. Eran muy dignas palabras para ser comprendidas por la inteligencia perversa de tales gentes.
Bien es verdad que Sofia era fea, muy poco graciosa. Dios la había protegido demasiado con estos dones. Tal vez en el suburbio no les importaba que Sofía fuera fea y desmedrada. Les bastaría con que fuera una hembra joven.
Al fin hubo que cerrar la panadería. Dejaron de moverse la: máquinas. Se vaciaron los sacos de harina. Se quedó dormido el horno como una bestia primitiva antediluviana. Era hermoso el horno.
Grande y redondo. Lo había hecho Lencho, el hábil albañil. Era casi el orgullo de la familia. Nunca quemaba el pan, ni los queques, ni la tostelería refinada, sino cuando se descuidaba el hornero. Este maldito horno decía el hornero refunfuñando. Pero sabíamos que no era el horno sino él. Generalmente pasaba eso cuan.
do no había pasado por la pulpería antes de venir a su trabajo. Como se le conocía el remedio, en la casa le daban oportunamente la medicina, con una que otra broma para que no se ofendiera. Esta gente de otra época era muy quisquillosa. Sufría yo viendo las máquinas paradas. Me parecia que ellas también tenían nostalgia de los movidos días de trabajo. Pasan las mujeres jóvenes de allá para acá. Hay un grito. Hay una armonía de latas. Se agita el obrador con las máquinas que comienzan a moverse y al fin el ambiente se satura del agradable olor de la masa cruda o de los panes horneados. hay risas, injurias, quejas, bromas y alguna vez hasta heridas. Pero todo esto informe, impremeditado, era bello.
También desapareció Sofía y la vieja madre. Vivían en una barriada distante de la ciudad y no era gente que pudiera perder el tiempo en cortesías innecesarias. No nos visitaban y así hasta perdimos la sensación de que esa gente pudiera existir en el mundo.
Alguna vez el correo de San Marcos me dijo. La maestra de San Miguel los conoce. Pongo la maestra por hábito, pero es seguro que me dijera la mestra. Hay quien hac la diferencia entre maestro y mestro. En este caso no sería justo aplicar la diferencia. Realmente, Sofía debió ser una modesta maestra de escuela rural. En su corazón también es posible pensar que fue una buena maestra. ojalá que aquí no se equivoque el tipógrafo.
Sí, era Sofía. El correo me dió el nombre, también me dió el nombre de la madre y vi que el destino se había cumplido. Es decir.
la madre vivía ahora dignamente, mientras su hija ejercía un precioso oficio que yo llamo. Fui a San Miguel. Las cosas habían cambiado. Sofía vivía en una casita campesina que prestaba la Junta y que Sofía se había propuesto en darle una apariencia de casa bonita y alegre. Limpia, ordenada, llena de matas montañeras y de flores.
Se estaba bien allí. Se conversó alegremente y la muchacha había adquirido cierta personalidad. La madre se reclinaba en una de las ban das de la puerta para seguir la conversación entre personas ilustradas y en su cara fea y más que morena se reflejaba una luz del cielo. Así es la vida. Tiene estos cambios admirables. Tal vez penosos por otro lado, plero en fin, cambios. Es cosa distinta llevar todos los días un vestidito limpio, hablar de Cristóbal Colón, del Niño Jesús perdido y hallado en el templo, acariciar la cabecita de una niña que se ha puesto a llorar, poner un arresto, cantar un poco y volver a la casa con un ramo de flores. En la mesa hay un mantelito blanco, hay un vaso de leche.
También mamá ya no se enferma tanto decía Sofía con un inmenso contento de alma.
La hija buena quisiera que la madre buena se eternizana. Ya tenía mejor apariencia la vieja. No es lo mismo vivir en el campo, cuidar unas gallinas, recoger todas las mañanas uno o dos huevos.
encender un fuego alegre y saber que la hija está contenta.
Ya tenía sus tres años de trabajar Sofía allí. La querían. Como tenía cierto don social, había transformado la escuela y la casa. En la escuela se dijera que habían encendido nuevas luces. en la casa, que las arañitas le habían dado el lugar a una hada. Hasta parecía bonita Sofía. Natural, ahora el alma buena se le salía por los ojos.
Va por los caminillos Sofia rodeada de sus chiquillos. Se sientan a la orilla de los ríos. Les lee un cuento o lo dice a su manera. Los chiquillos comienzan a oír de un nuevo mundo. Quién sabe si también aparece en el espíritu de alguno de ellos el sentido de una aventura. Ir a ese nuevo mundo. Transformarse. Sofía, sin darse cuenta de ello, acaso, pasa por entre el alma dormida de los niños aldeanos y les revela su destino. He aquí la muchacha fea haciendo el papel del hada maravillosa. Acaso las hadas han de ser siempre bellas?
Así, pues, pasaron los tiempos. Allá, en el rinconcillo de la montaña, estaba Sofía despertando almas. De tarde en tarde veía yo bacia la montaña y recordaba a Sofía y a la buena vieja y pensaba en su felicidad. Ahora estarían mejor, seguramente. El correo de San Marcos iba y venía como de costumbre. No se hacía viejo este hombre honrado. Era como una de esas raíces de árboles centenarios que no parece que cambian. Ya tenía como quince años de recorrer el mismo camino en el a jetreo de su oficio. Había aprendido mucho. Había visto mucho. Andar a su lado era interesante. Aquí, decía, me asus