180 REPERTORIO AMERICANO Advertencia Apreciado colaborador y amigo: Los escritos breves hallan más lectores y se publicarían más pronto. El poco espacio de que en realidad disponemos, y no siendo ahora las ediciones tan frecuentes como antes, nos obliga a retrasar lo que nos apena la publicación de los trabajos extensos (los que ocupen más de dos páginas de este semanario. En lo sucesivo, mándenos, pues, escrituras cortas. Es consejo que le da uno ya larga experiencia en el Rep. Amer.
Mayo de 1941.
pidió el coche para enviarlo al aldeano y honrar al designado por Dios para matar al dragón.
Cirilo estaba de pie junto a una inmensa cuba, donde sumergía de un golpe las pieles de un ciento de bueyes. Cuando vio que el principe se acercaba a él, sonriente, cual si fuera su amigo, sus manos inmensas temblaron y las cien pieles quedaron partidas en dos como: de hostias se tratase. Habló el principe, diciéndole: Te saludo, Cirilo el curtidor, designado por Dios para matar al dragón que sitia nuestra ciudad y destruye nuestras hijas. Yo te rue.
go que salgas para luchar contra él lo más pronto posible. Has de librarnos de su presencia y libertar a la princesa, mi hija, de su cautiverio.
Pero Cirilo fijaba con desmayo sus ojos sobre el príncipe y contestó: Estáis engañado, mi señor. Yo soy un aldeano, curtidor de pie.
les. Me ejercito en mi oficio desde la aurora hasta el crepúsculo; pero no tengo habilidad para nada que pase de esto. Cómo podria luchar contra ese monstruo? Yo no quisiera enfadaros, pero ſuo puedo luchar. Debes de aventurarte a ello, curtidor. Sólo tú puedes luchar y vencer. El dragón mismo lo ha declarado. Mas Cirilo no se convencia. Seguía negando con la cabeza, y replicaba: Perdonadme, príncipe. Mi oficio es curtir pieles.
Yo no puedo luchar.
Al fin el príncipe dejó la casa de Cirilo.
Con amarga pena se volvió al palacio, reunió a sus caballeros y consejeros, y les dijo: La cabeza de ese aldeano es tan dura como poderoso su brazo. Cómo podríamos decidirle a que combatiera. Entonces, el más viejo y sabio de los consejeros, se levantó y tomó la palabra: Señor, si os parece bien, podríais mandar al curtidor cinco mil doncellas de la ciudad de Kiev; mandémosle las que viven en la cabaña del aldeano como las que habitan en los palacios de los nobles. Que se arrodillen ante el y le imploren para que tenga compasión de sus vidas amenazadas. Por ellas quizá ba.
talle contra el dragón. Aunque la cabeza del curtidor es dura, su corazón es blando, y es posible que quiera atender a los ruegos de las doncellas. todas, lo mismo las de las cabañas que las de los palacios, se dirigieron hacia la casa de Cirilo el curtidor y arrodillándose ante él, le imploraban. Ten compasión de nosotras, padrecito Cirilo, ten piedad. Dirigite al dragón y véncele! Si no lo haces, nos devorará a todas cuando nos toque la vez, sin que hayamos probado aun las mieles de la vida. Ve hacia el monstruo y mátalo, padre Cirilo! Tú eres nuestro salvador y nuestra esperanza. No te dejaremos. Permaneceremos arrodilladas a tus pies hasta que nos hayas dado tu palabra de que lucharás contra el dragón. Lloraban las loncellas y unían sus manos, rogándole. En las más jóvenes, parecía aún más amargo el llanto. Al fin, Cirilo cedió a sus ruegos y dijo: Id con Dios y no lloréis más, pues vuestro llanto aflige mi alma. Lucharé contra el dragón y lo mataré, con la gracia de Dios, y si no pudiera, me agarraré a su garganta de tal manera que morirá asfixiado.
Dicho esto, se preparó a salir al encuentro del dragón. Pidió cáñamo, en cantidad de trescientos puds, y confeccionó una cuerda muy gruesa que se arrolló al cuerpo. Con su cuchillo dio un tajo a un árbol, haciéndole caer, y lo tomó en la mano a modo de bastón. Así fue hacia la caverna que se hallaba en la falda del monte. Levantó entonces su voz y, provocando al dragón para que saliera de su escondrijo, le grito. Sal, vil monstruo, cobarde, que te escondes en la sombra. Es Cirilo el curtidor el que te llama. Adelántate y mide tu fiereza con la mía, brazo contra brazo y fuerza contra fuerza!
El dragón lanzó un silbido, un ronquido extraño, y haciendo rechinar sus dientes, lleno de furia, grito. Qué voz es esa que se oye murmurar en los campos. Vuelve a decirme que salga y te anodadaré de un solo golpe. Entonces no te detengas, sal! Aquí tenemos un campo abierto, hermoso sitio para lucha dores, y aquí, también, tienes un enemigo que te reta al combate. Vienes ya. Es tu ánimo tan flaco como tu alma maldita. La vida tuya, fanfarrón, está ya en mis manos. Te cogeré por esos pelos amarillos que tienes. Tu alma desfallecerá de terror y tus huesos chocarán unos contra otros. Tiraré los fragmentos de tu cuerpo contra la falda del monte y no dejaré de ti más que un solo cabe.
llo, por el cual tu madre pueda reconocerte. Todas las cosas suceden por la voluntad de Dios. Así que ¡basta de palabras! Sal ya, espíritu impuro, o entraré yo a tirarte de la cola!
Entonces el dragón, arrastrándose, salió de la caverna, silbando y roncando en un paroxismo de ira, de tal manera, que las montañas Janzaban al aire un eco terrorífico y la tierra temblaba de percibir sus bramidos. Por las narices vomitaba negras columnas de humo, sus ojos escupian veneno, y lenguas llameantes sam lían de su boca.
Cuando Cirilo vio tal expresión de maldad en el monstruo fué invadido de gran amargura, y su fuerza creció hasta el punto de ser la de cien hombres juntos. Corrió hacia el dragón y en pleno campo se encontraron, pecho contra pecho, mientras un círculo de fuego los rodeaba. Cirilo pegó al monstruo de tal mane.
ra y con tanta fuerza con su inmenso bastón y le castigo de tal modo en la parte inferior de su cuerpo, que el dragón pidió tregua y cayó posternado a los pies de su enemigo.
Cirilo, entonces, levantó su palo sobre la cabeza del dragón para dar fin a su adversari Mas el dragón grito: Deténte, Cirilo. Por qué quieres matarme a mí y a toda mi raza. Cuándo te he insultado o te he querido mal. Sería mejor que viviéramos en paz, y como hermanos, porque tú y yo, amigo mia, podríamos repartirnos la tierra sin que nadie osara alzar la cabeza en nuestros dominios. Dividiremos la tierra en dos partes iguales. En este lado me quedaré yo; en el otro, tú. Así que la mitad de todos los tesoros del mundo será tuya. Si nuestro imperio no aprovecha a otros. cómo podrán estos hacernos mal alguno?
Dios, entonces, dotó a Cirilo de la astucia de la serpiente y el curtidor contestó: Hágase así. Hagamos una señal entre tus posesiones y las mías, para lo cual pasemos el arado, trazando un surco en la tierra. Lo que esté de este lado será tuyo; lo que esté del otro, mío. Tú harás el surco!
Cirilo construyó entonces un arado de metal, tan pesado, que un ciento de bueyes no lo podían mover. Aparejó en él al dragón, azuzán.
dole con un inmenso aguijón de hierro. Así hizo el dragón un surco de una profundidad de cuarenta metros, desde Kiey hasta el mar.
Cuando ambos hubieron llegado al mar, la cabeza del dragón pendía de sus hombros y su fuerza se había convertido en la de un niño.
Gritó entonces: Quítame este arado, Cirilo pues ya hemos dividido la tierra en dos par.
tes.
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Zapatería FINA DE José León Pérez Veinte varas al Este del Cuerpo de Bomberos Mas Cirilo contestó: Como hemos partido la tierra, así debemos partir las aguas. Si no, llegará el día en que vengas y me digos: Tú me has robado mi agua, Cirilo.
Diciendo esto, Cirilo empujó al dragón en las azules aguas del mar, que cubrieron su cuerpo. Arrastró el arado a través de ellas hasta la más profunda gruta del Océano, donde aún hoy yace el dragón con el arado de Cirilo el curtidor atado a sus lomos.
En cuanto a Cirilo, volvió a la caverna. Con un brazo apartó las rocas a un lado, con el otro las ramas, y llevó a la princesa a palacio.
El príncipe Vladimiro dijo a Cirilo. Qué deseas conseguir. Llenaré tus cubas de oro, hasta que rebose y caiga al suelo. Te llamaré mi amigo, te sentaré a mi mesa, te serviré el pan y la sal y te rendiré homenaje.
Mas Cirilo, el poderoso luchador, contestó al príncipe: Que Dios te recompense por tu amor y tus hermosas palabras. Mas si lleno mis cubas de oro. dónde limpiaré mis pieles? si un aldeano se sienta a la mesa de un príncipe. quién reconocerá que es tal aldeano? Además, yo no luché por ti, sino por secar el llan.
to de las niñas.
Dicho esto, Cirilo volvió a su casa. No vol.
vió a combatir, contentándose con lavar sus pieles y vivir en gracia le Dios.
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