REPERTORIO AMERICANO 213 El Político (En el Rep. Amer. Ediciones ZIG ZAG Significan II CUIDADOSA SELECCION DE TEMAS AUTORES VOLUMENES DE ELEGANTE PRESENTACION e LA MAYOR VARIEDAD DE TEMAS MATERIAS EDICIONES EXCLUSIVAS DE GRANDES AUTORES Erijalas en todas las buenas librerias, o pida catálago sin compromiso para usted.
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Oscar Castro Huellas en la tierra. Cuentos. Los principios imparten orientación al hombre y al estadista. Mas el político rehusa la orientación; porque con ella se liga a una vía de rectitud que puede no llevarle a su objetivo.
El estadista se abre de antemano las vías. El político se abalanza a salto de mata hacia su fin. Gusta de los vericuetos; no de los caminos, porque por éstos transitan gentes que lo ven y que le reclaman.
La verdad y la mentira, para él, son medios igualmente buenos. Echa mano de la una o de la otra de acuerdo con las ocasiones, o con las personas.
Para el político, el honor es lo que las grandes astas son para los ciervos: impedimenta para llegar con celeridad al otro lado del bosque. Por tanto, el político presuroso suele dejar en casa la guarda de su honra, para no llevarla consigo. Sábenlo los realistas, quienes no dan crédito a promesas de político, cuya sustancia es la misma que la de los fuegos fatuos. Tales promesas corren a la jineta en las colas de los venados.
Abominan de los programas de gobierno, porque promulgarlos es entregar por los cuernos los venados de sus promesas. Prefieren erigirse en hombres programas, por obra de los aduladores sin principios, a quienes también estorban la rectitud y la verdad. Su vida es su programa. aseguran los tales aduladores; y son vidas vacías de grandeza, de nobles acciones con resonancia nacional. Se les escudriña, y se descubre que nada han hecho por su pueblo, que no se sabe lo que piensan acerca de los grandes problemas humanos, ni qué recursos intelectuales pondrán en juego para contribuir a la cultura, a la civilización, al bienestar material y espiritual de la nación que ambicionan gobernar. Nadie sabe hacia dónde va, porque él mismo lo ignora. a vuelta de una campaña, la nación ya ve ricos a los que pobres eran. los aplaude hacendistas, sociólogos, administradores eximios. Es todo un palacio de nácar salido de la sustancia misma de los moluscos de la adulación que se refugia en la prensa.
El político no es cuadrado ni cilíndrico. Es amorfo, plástico, docil a la ley de adaptación; para él, suprema ley. La sumisión del paniaguado hace del amorfo un caudillo. su tragedia consiste en llegar a adorar al ídolo que de sí mismo ha forjado la adulación en sus hornos. cuando el rendimiento del paniaguado concluye, comienza para el político la revelación de que la tragedia era la farsa, de que el idolo era menospreciado fetiche, de que no goberno para su pueblo, sino para la permanente oligarquía que realmente gobierna y aprovecha, escondida tras el dosel del trono.
Para el político, los valores etemos apenas sirven para decorar el final de un discurso, o la cláusula inicial de un manifiesto. En la vida reai que él conoce, cabe desfigurar del todo la verdad. Porque las suyas deben ser verdades dinámicas para que puedan llevar a las masas a la acción. Luego todo cuanto puede procurar esa acción es una ver.
dad. El partidario que de esto se olvida y afirma una legítima verdad desfavorable a la causa del político, es traidor a ella.
Lo que el político llama su causa es su ascensión al poder, o su conservación en él. Pues que no hay programa, no puede haber otra causa. causa que exija la aplicación de trascendentales principios de filosofía social no es para el político, sino para el estadista.
El político se apodera de la teoría que hoy le sirve, para desecharla mañana, si le estorba. Sus contradicciones no lo embarazan, porque siempre tienen una fácil explicación: no hay dos situaciones idénticas, y en ésta que es gemela de aquella, habrá, por lo menos, la diferencia de tiempo y de personas. Si no se puede hacer la defensa de la especie, se defiende el género; y si éste es indefensible, entonces se defiende la especie. Porque el bien amañado político siempre está en lo cierto; siempre hizo armas por la buena causa. Para él es vergüenza confesar un error de juicio, tanto como si fuese por maldad de corazón. Por otra parte, si aseverando un error se alcanza un éxito político, éste transforma el error en verdad útil. Sin éxito, ni la verdad ni el error, que para el político desempeñan la misma función poseen interés alguno.
En la psiquis del político no hay un rincón para la verdad, ni para la consecuencia, ni para la gratitud, ni para el reconocimiento del mérito real de los hombres. Es consecuente y agradece y reconoce méritos si ello todavía le conviene.
De ovación en ovación se festeja a las medianías, porque en ellas no se trata de honrar virtudes, proezas o talentos puestos al servicio del pueblo o del Estado. Arde en las muchedumbres el afán de hacer ídolos, para proporcionarse el deleite de arrastrarlos por el fango, cuando ya han perdido el poder o se han cansado de ellos.
Desgraciadamente, las muchedumbres han aprendido a olvidar.
III Habla y escribe bien el político; o no sabe hablar ni escribir. Pero en ambos casos gusta de la hojarasca que no le comprometa con la promesa del fruto. Parece que ya va a decir su palabra eficaz, mas no la dice. Si polemiza, sus argumentos son ad personam, o recurre a las lejanas analogias, para demostrar que no está solo en su situación, por lo tanto fué defendible, legítima; por tanto, justa y honorable.
La moral y sus principios políticos, sociales y económicos, guardados están, como los uniformes de gala, para los días de la airada oposición. Sin escrúpulos para hacer mañana, él mismo, lo que hoy, desde su Sinaí, condena.
La escala con que el político ambiciona arribar al poder está hecha de virtud y de vicio, de mentira y de honor ajeno, de vergüenza y de impudor, de adulación y de calumnia, de generosidad de avari.
cia, de documentos fidedignos y de interpretaciones falaces. El conculcador de la cumbre vuélvese víctima propiciatoria en la llanura.
Su volunta de apariencia es tan grande como su voluntad de poder. Si es funcionario, los subordinados hacen la obra, desempeñan la función: el político recoge los aplausos. Se sirve de los hombres de letras, o de ciencias, para sus discursos, sus defensas, sus proyectos de ley, para sus mensajes y proclamas y memorias; pero en la intima realidad de su vida los desdeña y les paga con piltrafas. Dalesdecía alguien lo bastante para que no mueran de hambre; pero no tanto que puedan volverte la espalda.
Los más de estos políticos son criaturas del periodista. Pero cuando suben a palacio. ay del periodista! si no ha logrado labrarse una fortunita o un renombre, porque entonces apenas alcanza a ser alfombra para el político. Sobre todo, si no se hace temer. BRENES MESÉN Errata. Sirvase releer, en la parte pri.
mera de este ensayo, número anterior, el penúltimo párrafo, al principio, y corrija: Sabe el Político que el hambre hace.
etc. etc.