Democracy

REPERTORIO AMERICANO 381 De la vida y de la muerte (En el Rep. Amer. Véase la entrega trasanterior)
De la libertad II ZYP. con corazón doble hablan Salmos 12.
velar por la fiel interpretación del código moral que cada uno lleva en la conciencia, pidiendo el castigo de aquellos que tergiversan el sentido humano de la libertad para evitar que luego todos hayamos de ver negados nuestros más santos anhelos.
Hacienda San Lorenzo. Noviembre del 41.
LORENZO VIVES Campesina (De El Alma de Cataluña. Antología. Trad. de Conangla Fontanilles.
La Habana. 1941. La libertad es el mito máximo. Nos creemos libres, y nacemos esclavos. Cuándo y dónde ha vivido el hombre absolutamente libre?
La patria, el medio, la familia, la religión, la moral, nuestra dependencia económica. limitan nuestro libre actuar. La libertad es relativa. Es más libre el que menos exigencias tiene.
Pero, con todo y este relativismo, el ser humano, desde que apareció en la Tierra, ha venido luchando por conseguir más cada día.
Sin embargo, bueno es recordar que para ser libre es necesario merecerlo. Cuántos pillos hay que interpretan la libertad en una forma tan particular, que les ciega en cuanto a sus deberes y les agudiza tratándose de derechos. Precisamente el hombre ecuanime, moral, culto.
se fija más en los primeros que en los segundos, porque sabe que si cada uno se obstinara en exigirse los deberes, sus derechos resultarían intocables. Pero sólo una aristocracia espiritual logra tal preeminencia; y lo doloroso es que esta aristocracia tiende a desaparecer. Casos aislados hay que nos dan esperanza y nos admiran; pero muy raros.
Por esto la democracia está en desgracia, porque esta delicadeza en el obrar, en el decir y en el pensar no está arraigada, y la libertad conquistada por tantos héroes, más que beneficiarnos, nos ha maltratado. Los que de la cosa pública han hecho un negocio, han vociferado en pro de los derechos del hombre; pero intencionadamente se han callado los deberes del hombre, y así hemos venido exigiendo, y nunca otorgando, dando ello lugar a injusticias engendradoras de descontentos y de odios que al estallar han producido la división entre nosotros, y los regímenes de fuerza.
La libertad, como la dicha, las buscamos por caminos que nos apartan de ellas: estando cerca las creemos lejos. No la conseguiremos con peroraciones demagogas, sino con una vida fácil y serena que nos permita cultivar la parte divinal de nuestra naturaleza, enseñándonos.
de consuno, que tal sencillez nos da, también, la felicidad. Quien exige mucha libertad es que quiere legalizar su egoísmo. Los deberes para con el prójimo nos dicen nuestros derechos, ya que, sin duda alguna, hemos de desear como sumo bien político, aquello que no podemos ni debemos negar a los demás. Así sí se podría establecer una verdadera democracia; pero mientras haya pícaros que para satisfacer sus concupiscencias abusen de la libertad que la ley les da para vejar a sus semejantes, este precioso régimen sólo existirá de nombre.
Si el hombre fuese absolutamente libre, se comportaría como un perfecto sér moral, porque hecho de ser libre rechazaría todo lazo, y su deseo sería moverse dentro de la más hermosa convivencia.
Para este sér sobrarían los códigos, la fuerza y los lugares de reclusión ya que únicamente se movería a impulsos de la nobleza y por una inquietud de orden metafísico que lo llevaría a desear lo que los placeres del cuerpo jamás pueden regalar.
Siempre las luchas por la libertad han sido inspiradas por el afán de bien material, con la convicción de que tal bienestar trae la felicidad. Pocas veces y qué santas el hombre ha dado la vida por su dignidad y la de los suyos. En este caso, los resultados han sido durables; en el otro, el caos ha producido al personaje que aprovechando la confusión se ha encumbrado, creando un estado de cosas análogo al de antes de la hecatombe.
Mientras el funcionario be horas o inero al pueblo; el médico sólo vea el lucro de su sagrada misión; el sacerdote se entregue a especulaciones materiales; el comerciante quite al pobre productor de la tierra y al pueblo; el marido engañe a su esposa y ésta al marido; los padres no sepan orientar a sus hijos: los maestros no sientan el divino apostolado de la enseñanza. no podemos hablar de democracia, porque ésta ha de sustentarse en sólidas bases de moral.
Que no digan mal de este precioso régimen aquellos que no son partidarios de él; sino del estado corrupto de la sociedad que lo reclama y no lo merece. No cae por su maldad; sino por la de los hombres. Cuando se haya logrado un modo de ser más perfecto que el presente, la democracia será el régimen político que se impondrá entonces. Es triste vislumbrar algo bueno y no poderlo poseer por no merecerlo, y es más triste ver el remedio inmediato del mal, pues ningún sacrificio vale el egoísmo. el pecado de algunos es penitencia de todos, porque aun los que saben lo que hay que hacer y lo que no nos es dable desear, han de verse cohibidos en las dos apetencias óptimas de la libertad: la de conciencia y la de desplazamiento. Ante los cuadros de tragedia apocalíptica de ahora, aquellos que tienen la dicha de vivir en países en los que la personalidad es considerada como entidad jurídica, deberían Son once ya los hijos, y cuatro son las hijas.
Ellos son altos, flacos; ellas rubias, canijas.
No parece hija de Eva, la madre: en cada parto dos dias queda en cama, y se levanta al cuarto.
Atleta el primogénito, más garrido que el padre; la mayor, una hermana parece de la madre.
Dos solteros gemelos se cuidan de las tierras, Otro hijo es el pastor, que está siempre en las sierras.
Hay dos muchachas más, que aprenden la costura, y que guardan los puercos, y crecen de cintura, y son manejadoras de tiernos barrigones, y muellen de las cunas los pajizos jetgones; y con brezo o ramaje, antes de la batida barren las eras cálidas, y llevan la bebida a los hombres que cargan en montón las gavillas. aún quedan otras más, inquietas y chiquillas.
La cocina es de piso de unas losas muy ralas, donde cuatro muchachos tienen juego de balas.
Al salir del establo las vacas gigantonas, corre un niño detrás, con eses juguetonas, y detiene cada una de esas vivas montañas al aguijón sumisas de las varas de cañas.
Los más chicos, descalzos, pisan piedra y maleza, los párpados carnosos, los labios en gordeza; u comen en los platos, sobre el umbral, la coca las papas, el potaje. Talmente a ras de boca, el hambriento perrito les quita una tortada de pan, y quedan todos asombrados. Airada, les riñe la hermanita mayor, aunque chiquita. de esta gran cadena de vidas, infinita, tan solo faltan dos: Se abrieron, desgraciadas, al sol canicular y fueron asoladas; la dulzor no cataron de la leche materna; tuvieron sopa y cabras como nodriza eterna.
Son once los trigueños y cuatro las rubitas, Qué serán los futuros, įvaroncitos o hembritas?
JAIME BOFILL MATAS (1878 1933)
La Prensa. baste con la sugestión de que hoy no existe en la vida pública más poder espiritual que la Prensa. La vida pública, que es la verdaderamente histórica, necesita siempre ser regida, quiérase o no. Ella, por sí, es anónima y ciega, sin dirección autónoma. Ahora bien; a estas horas han desaparecido los ant poderes espirituales. la Iglesia, porque ha abandonado el presente y la vida pública es siempre actualísima; el Estado, porque triunfante la Democracia, no dirige ya a ésta, sino al revés, es gobernado por la opinión pública. En tal situación, la vida pública se ha entregado a la única fuerza espiritual que por oficio se ocupa en la actualidad: la Prensa. José Ortega y Gasset, El libro de las misiones. Espasa Calpe. Argentina, Bs. Aires, 1940.