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REPERTORIO AMERICANO 373 León Trotsky en 1937 (De Ercilla. Santiago de Chile, 28 de agosto de 1940. Era elegante Manuel Eduardo Hubner, diputado socialista por La Serena, es uno de los pocos chilenas que ha logrado traspasar las macizas puertas que resguardaban Trotsky, en Coyoacán, cerca de la ciudad de México. Con el departió varias horas.
He aquí el resultado de sus recuerdos.
a Con Trotsky URSS. Ni una sobre Stalin. Ni una sobre México y su situación política. Trotsky había prometido, al entrar a México, no aludir nunca a ella. yo, por mi parte, no pretendi tampoco tirarle la lengua. Habría sido impertinente, además de inútil. Pero hablaron de la situaciću internacional de la IV Internacional. Tampoco. De la IV Internacional, no. Como tampoco de la II. De la situación internacional, sí. Trotsky se refirió a España e hizo un análisis, abrumador, de la situación de aiquel entonces. Habló de la derrota de los republicanos antes de un año y medio. De la desparicin de Austria, de Checoeslovaquia, y de la Guerra Mundial próxima, inevitable según él, antes de dos años. Aludió también al triunfo alemán, o mejor dicho, a la derrota de Francia y de Inglaterra. Dió a entender que advendría un entendimiento germano soviético.
a. cómo era. Muy semejante a sus últimos retratos fotográficos. Sin ser propiamente alto, de lestatura más que mediana, ligeramente encorvado, pero esbelto y ágil, con algo rápido, sorpresivo, en los movimientos. La figura exhalaba una distinción sorprendente, a pesar de la sencillez del indumento: una blusa rusa, de lana gris, cerrada al cuello; unos pantalones, grises también, sencillísimos: unos zapatos de cuero fuerte, como de excursionista. Distinguido dice Ud. pero en qué sentido. En una instintiva aristocracia de mane.
ras, acentuada por sus ademanes, su actitud toda, su sencilla cortesía. Nada especialmente afable, ni mucho menos melifluo. No. Una distinción, hija de una gran certeza en sí mismo, nacida de lo más mínimo. Un gran aire de autoridad a pesar de la soberana sencillez. Ya muy viejo o envejecido. No. Viejo, no. Envejecido, apenas. Envejecido corporalmente: enjuto, magro, apretado, con el color de exangüe. Pero sano, bien conservado como decimos en Chile. La cabellera, por completo cana, con ya mucho de nieve. Los espejuelos tan conocidos, dejando ver unos ojos de duro acero, duchos en el arte de mirar lejos, pero que fácilmente se tornaban incisivos, taladradores, desagradablemente penetrantes. Eso, y una curiosa risa, como de falsete, como detrás de él, como proferida por alguien que no era ninguno de los presentes, como vertida por algún ídolo de madera o de piedra. Sal. vo eso, todo el resto de la figura y la personalidad eran de una atracción extraordinaria, de una fuerza espiritual casi increíble, que hace pensar en cosas de teosofía. Salvo Roosevelt, cuya simpatia personal excede todo comentario, no he conocido a nadie que tenga el poder de sugestión de León Trotsky. Cómo hablaba. En forma muy tranquila, con frases escuetas, perfectamente redondeadas. Daba la impresión de que, deliberadamente, no ponía tan siquiera una coma de más en sus palabras. ratos, se adivinaba en él el hombre habituado a dictar a numerosos secretarios. Una increíble precisión en el lenguaje. Y, a la vez, algo tan maduro, tan sólido en el pensamiento, que sorprendía también. Casi un libro. O, mejor dicho, un conversador situado más allá de la conversación, absolutamente consciente de lo que significaba cada palabra suya. De qué hablaron. De mil cosas. Imagine, icinco horas de charla! Pero evitamos cuidadosamente la politica en sí misma. Ni una palabra sobre la. Es efctivo que Ud. conoció personalmente a Trotsky. Si. En Coyoacán, en el mismo distrito en que fue asesinado. Ignoro si la casa es la misma. Pues en aquella época, noviembre de 1937, residía en una vieja casona colonial, propiedad de Diego Ribera, quien riñó un año después con él. Tengo entendido que, ya distanciados ambos, León Trotsky se trasladó a otra casa, situada también en Coyoacán. Cómo era el ambiente. Saturado del interés lógico que emanaba el personaje. Coyoacán es una vieja villa española, soñolienta, silenciosa, que huele tradición. De una paz infinita, apta para todos los estudios y los recogimientos. La casa, vie.
ja como todas las de la vecindad, tenía algo de fortaleza. Hermética y cerrada a toda voz exterior.
Diego Ribera había concertado la entrevista. Yo llevaba a Trotsky un saludo de mi Partido, sin propósito político alguno. Mi curiosidad, curiosidad de revolucionario y de intelectual a la vez, era muy grande. Mi vieja pasión periodística, agudizada otra vez, me tenía los nervios tensos.
La presencia de Diego Ribera, robusta y alegre al mismo tiempo, abrió sin esfuerzo una pesada y claveteada puerta. Atravesamos un zaguán con pavimento de piedras, parecido a un túnel, y desembocamos a un patio pequeño. Tras un corredor de viejos ladrillos rojos, llegamos al amplio, sencillo y casi desnudo cuarto de trabajo, de muros gruesos, alto techo y pavimento de ladrillos, con algo de convento y de sala de armas a la vez. Una sencilla mesa de trabajo, sin pintar, como el resto del moviliario: grandes estantes adosados a los muros, algunos sillones de madera y paja trenzada, una especie de librero giratorio. Un cofre de viejo cuero, que parecia contener papeles. Un bellísimo apunte de Diego en el muro, inmediato a la ventana. Ambiente de silencio, de trabajo, con algo recogido y religioso.
Ambiente de España en la América del siglo XVIII.
Una figura inconfundible se alzó prestamente de la mesa de tosca madera, atestada de papeles, como los estantes de libros. Vino a nuestro encuentro. Era Trotsky!
América Latina. sobre la América Latina?
Sobre eso versaron los cuatro quintos de la conversación. Le apasionaba el tema. En torno a Chile, especialmente, demostró una curiosidad insaciable. Me acribilló a preguntas.
Hube de hacerle un desarrollo histórico, social, político y económico de Chile. Pude satisfacerlo en parte siquiera. Se advertía en él una cultura tan sólida, un razonamiento tan implacable, una capacidad tan poderosa de análisis, que, realmente, aplastaba. Sin embargo, advertí len él un deseo evidente de no demostrarlo, antes bien, ayudar al interlocutor. Esto me fué, personalmente agradable.
EL de Chile EDICIONES ERCILLA. Por qué tanto de Chile. Por lo del Frente Popular, evidentemente.
Le interesaba, sin duda, el hecho de cómo y el por qué del Frente Popular. También, todavía con interés aún mayor, el nacimiento, el desarrollo y la significación de nuestro Partido. En este punto, sobre todo, alzó una punta del velo con que encubría la conversación. O, mejor dicho, dejó ver un interés especialisimo.
Le sorprendía que existiera nuestro Partido. no sólo eso. Llegó a manifestar que era el único en su género, es decir, no reformista ni amarillo, pero revolucionario, de masas, y con curioso acento americano. Queria saber qué causas económicas y sociales habían hecho posible en Chile la aparición de nuestro y por qué Chile presentaba características tan singulares dentro de América. No le hizo usted preguntas especiales. Intenté hacerlo una vez, pero no tuve resultado. Le interrogué cuáles serían, en lineamientos generales, las bases tácticas sobre las cuales debiera desarrollarse en Chile nuestra lucha revolucionaria. Se excusó, manifestando perentoriamente que no podía hacerlo, por carencia de datos y desconocimiento del medio.
Agregó que comenzaba a estudiar problemas (Agustinas 1639. Casilla 2787. Santiago de Chile)
Las últimas ediciones: Sady Zañartu: Xaviera Carrera Pa Ciencia. Ensayo de una crítica constructria. Azul, blanco y amarillo.
tiva.
Gracián: Oráculo manual y Arte de Román Goul: Los amos de la Cheka.
prudencia.
Histor del Terror en la Georg Nicolai: Miseria de la dia Víctor Bibl: Napoleon II.
léctica.
José Domingo Monge Rojas: RebelDialéctica marxismo frente a la días líricas.
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