Joaquín García Monge

280 REPERTORIO AMERICANO Maritornes (Colaboración. Santiago de Chile, 11 de julio de 1940. Santiago de Chile, 12, julio, 1940.
Sr. Joaquín García Monge, San José.
Mi muy estimado don Joaquin, se ha dicho con razón que el mejor magisterio consiste en saber estimular. De ahí que Ud tenga tanta significación en nuestro continente, pues ha sabido dar estimulos. Ahora le envío un bello estudio sobre Mariternes de Magda Arce. USted se imagina el estímulo que su publicación significará. Va además una nota sobre la joven autora.
Con saludos muy cordiales se despide su amigo y servidor, PINILLA Magda Arce Pertenece Magda a uca de las útimas promociones de profesores chilenos. Antes de terminar en Chile sus estudios, su ancha y buena curiosidad intelectual la hizo ir a Estados Unidos de Norte América.
En el gran país de Poe no sólo se satisfizo con los conocimientos de su asignatura: el inglés, sino que su espíritu amplio y curioso la empujó, por así decirlo, al descubrimiento personal del tesoro literario hispánico. Fué por ello que siguió cursos cch notables profesores, entre otros: Ramón Menéndez Pidal, Federico de Onís, Tomás Navarro Tomás, Jorge Manach, Angel del Río, Arturo Torres Rioseco. principios de 1939 recibió, en la Universidad de Columbia de Nueva York, el título de Master of Arts y a fines del mismo año el de Profesora de Inglés por el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. La mujer es un tomible problema ha dicho Cervantes. Véamos de qué manera soluciona, el mencionado novelista, el problema del alma femenina. Examinar sus aspectos ocultos, descubrir sus secretos más íntimos, reconocer su valor verdadero, es función de psicólogo y poleta.
De entre los numerosos personajes femeninos que aparecen en El Quijote, la figura desgairada de Maritornes acaso sea la menos comprendida. Se crió en Asturias. Sus padres, pobres y humildes, murieron cuando ella era aun pequeña Se fué a Oviedo en donde sirvió a una señora huraña, Trabajó mucho. Esa vida dura y áspera la debilitó dejando su cara pálida y amarilla. Desde Oviedo marchóse a una venta cercana de León. Su calidad de criada humilde la hizo objeto de la erótica solicitud de soldados, estudiantes y arrieros.
Maritornes era fea. La fealdad es menospreciada. La muchacha sufrió el castigo de su estética condición negativa. Cervantes la describe con estas palabras: Servía en la venta asimesmo una moza asturiana, ancha de cara, llama de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana. P. Cap. XVI. Un día pasó por la venta un soldado viejo.
Venía de Flandes muy enfermo. Maritornes, que era generosa y buena, con esa bondad que tienen siempre las almas de los poco favorecidos por la naturaleza, decidió cuidarlo. Prorto nació entre ellos una corriente de mutua simpatía, quizá hubo en ello una gran dosis de lástima. Maritoncies despertó al amor y siguió al soldado. Con religiosa unción se entregó de lleno a la tarea de cuidar a su amado. Se fueron a Valladolid. Pero, como sucede en todos los casos en que no hay reciprocidad ide afectos, el que más da, es siempre el que pierde, Maritornes sufrió la amargura del abandono. Un hijo fué el fruto de aquellos amores desgraciados. La moza enferma, pero valerosa, luchó con el hambre a brazo partido para sustentar al hijo suyo. La lucha con la miseria fué dura y cruel. La leche debilitada de la moza no daba el suficiente calor vital a su pequeño. La muerte piadosa y justa en este caso, la libró de la responsabilidad del sentimiento maternal. El niño murió.
Desilusionada decide continuar su vida de peregrinación. El arte de pedir requiere aprendizaje. Maritornes suplicó sia lograr enterne cer a nadie.
Salamanca, Extremaduras y por último La Mancha fueron los sitios de sus correrías. Allí en la venta de un píoaro, Juan Palomeque, el Zurdo, encuentra por fin una posición de ieriada. Resignada a su suerte y a su destino, miserable siempre, sirve en la posada a los forasteros, quienes le denigran despiadadamente con sus continuados requiebros de mal gusto.
Sin embargo, está contenta. Los recuerdos son tan tristes que decide apartarlos de su memoria. Maritornes ya conforme sigue viviendo.
Dos personajes llegan a la venta. Don Quijote y Sancho. Don Quijote viene herido. Maritornes contempla la faz desencajada y pálida de este hombre, su cuerpo recio y enjuto, sus brazos hinchados y amoratados por los recientes golpes. Por un momento pasa por su mente de mujer el recuerdo de los achaques de otro hombre: su soldado. Pronto se desvanene en ella la visión dolorosa de su pasado y, solícita y humana, se apresura a prepararle su reposo en el pajar.
Don Quijote, con su espíritu caballeroso y cortés agradece finamente las atenciones de la moza de la venta. Maritor nieis se estremece. Parece que las palabras le hubieran llegado al alma. Una sensación extraña recorre su espíritu sencillo. Ella se siente buena, y sin lembargo, nadie hasta entonces se lo ha reconocido. Ha tenido que ser el idealismo de este soñador quien ha puesto al desnudo la temura que emana de su alma adolorida. Qué gran influencia tienen en las almas candorosas las frases de afecto! Porque el alma de Maritornes, el alma, que es esa fuente que todo ser humano lleva oculta dentro de sí mismo, es también candorosa e ingenua. Así la ven los ojos alucinados de Don Quijote y así es ella.
Pero esta cualidad no la sabe nadie; ni siquiera ella misma. Se acaba de conocer. Es como si hubiera nacido de nuevo. El sentimiento de gratitud en ella es inmenso. cerrando los ojos recuerda emocionada las palabras del caballero que la llamó señora y doncella. Rememora los requiebros que le dirigió. Eran parecidos a los que se dirigían a las damas de alta alcurnia. No había oído ella leer al ventero alquellas dulces frases en libros de caballería?
Maritornes enternecido llora de gratitud: un hombre, uno solo, en su vida le ha hablado con cortesía. Emocionada y sorprendida se pregunta. Señora yo. Doncclla yo. Por qué el caballero andante usaba lenguaje tan nuevo y desconocido. Cuán distintos eran sus ademanes a los de arrieros y soldados. Maritornes no vió más al caballero. La humilde y (fea moza no volvió a oír la humana música del requiebro ni el gesto rendido del saludo cortesano.
Un día llegó a la venta la roticia de la muerte de Don Quijote. Maritornes pensó de nueIvo en el hidalgo, Fué el único amable que conoció en su modesta existencia, y rezó por él aquella noche, acaso, su oración más fervorosa. Sintió más fuerte que nunca el dolor de su alma. al recordar el rostro seco del caballero, Maritores se evocó, por contraste, al hijo de su amor, al hijo muerto en la más tierna infancia.
La piedad de Maritomes es inmensa. ΕΙ mundo ha sido injusto con ella. Las personas pulidas, pero sin sensibilidad, la consideran hembra materialista. Las fregonas desgreñadas y sucias, nada caritativas ni mansas, más atentas al propio provecho que a la compasión por el ajeno dolor, han heredado el nombre de la moza asturiana. Sin embargo, la incomprendida muchacha fué buena y tierna. Sólo Don Quijote la supo descubrir con el toque de su idealismo inquebrantable.
La mujer, sin duda, es un sutil problema.
Para despejar su incógnita deben intervenir la cortesía y el tino. No lo insinúa así el mayor de los genios literarios de España: Cervantes. MAGDA Arce.
Creo que en Magda hay una escritora. De ahí que la haya estimulado para que se exprese sobre temas que conoce y ama. Ahora me entrega esta justa página sobre Maritornes, la del libro secular de Cervantes.
El lector atento podrá apreciar la aguda irterpretación psicológica dil personaje. La joveh profesora, por una especie de proyección simpática, se ha internado en la psique de la creatura cervantina, dándole el brillo de una sagaz meditación. Después de leer esta página, la ordinaria Maritornes se presenta como una figura buena y generosa. Es un acierto de crítica creadora el de Magda Arce, y yo lo saludo con mi mejor alegría intelectual.
NORBERTO PINILLA.
Santiago de Chile, 11 julio de 1940.
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