20 REPERTORIO AMERICANO cruceta, buscando la protección generosa del padrino Salomón. de siempre, de donde acostumbra oír sin molestar. Oyí, Fel, lo que dice el Ñato, que la luz del callejón de los Otárola o persiguió ayer. vos, que tenés que pasar ahora por alli. Ave María Purísima! Dios me libre de vela! mientras una carcajada general, celebra los nervios del tímido, Fel Morales se recogia en sí mismo en un estremecimiento.
El tema de los espantos se había agotado ya. El silencio abrió un paréntesis, dentro del cual las brasas de los puros chircagres se encendían, como luces de cocuyos, iluminando bajo los sombreros de palma, los rostros embarbados de los campesinos, en los cuales los ojos brillaban dando una sensación de conciliábulo.
De pronto la voz aflautada de Chico Loaiza, rompió el silencio. Hombré, dicen que el Gato Negro ha vuelto al Barrio No fregués Chico! Es cierto eso? No decían que se había estorrentado pa Nicaragua, después de la última encausada. Pos me lo dijo Mansimino Pérez, que lo vió ayer atravesando el potrero de los Aguilares. Ya tenemos pa sufrir, interrumpió Nor Juan Prendas, el más viejo de los concurrentes, porque desgraciadamente el indino de Gato Negro no solamente es malo sino que también es valiente. Eso si, valiente co hay que quitáselo; almadeao y con la cutacha en la mano, ese condenillo se agarra con los hombres que se le pongan al frente. Se acuerden cuando paró el baile en el matrimonio de hija de Moncho Piedra? parar la parranda, muchachos, grito golpeando la cruceta en la tranquera. Veinte se le tiraron encima y a jos veinte los cuerió, y tuiticos a dormir a su casa. no le pegaron entre tantos. Qu iban a pegale, si el Gato es como una liebre pa defense!
Dicen que tiene talismán pa peliar. En eso no hay talismán. El ser valiente le viene de natural. Dicen que el valor le viene de que tiene tres. y la mano derecha de Zoilo Rojas, dió a entender con el gesto, la abundancia del sexo, que la palabra quiso evitar. Tiene tres. Juancillo Arrieta, que se bañaba en las nozas con él, de muchachos, se los vió.
Hombré, pos ese es el secreto de la valentia. Van a acordarse de mí, volvió a replicar Nor Juan Prendas lanzando un salivazo a distancia mientras quitaba la ceniza a su chircagre, el barrio va a sufrir nuevas vainas con el Gato Negro.
La voz aflautada de Chico Loaiza, alegre y tajante, cortó el silencio que se iniciaba de nuevo. No se aflija, Nor Juan, ahora tenemos hombre que echale al Gato Negro.
Todas las miradas se volvieron interrogantes hacia Chico Loaiza.
Hombre que echale, decís. Sí, estamos salvaos. No creo que exista ese hombre; decí a Qué bien lucia a la luz de las lámparas, la casa de la tía Ramona, encalada de blanco, con su guarda azul subido y el corredor frentero enguirnaldado de uruca y de flores de papel! Se veía bien que la tía Ramona había querido echar la casa por la ventana en el casamiento de su sobrina Miquelina, la hija que le reparó Dios para acompañar su soledad, según su constante decir. Fel Morales, no descansaba de circular entre los hombres el litro de guaro de caña, y la tia Ramona en persona, más alegre que muchacha quinceañe.
ra repartia su rica torta de novios, sus bizcochos rico rompope a las mozas y rimeros de cigarros y puros a los hombres. Las guitarras y las mandolinas irrumpieron con sus alegres pasodobles y mazurcas, y en patio, donde el suelo había sido bien barrido y anegado, los más guapos mozos y las más bellas muchachas del barrio se entregaron a la delicia de la danza. Felipe Arce, estrenando vestido de casimir azul, de chaquetón enladillado, resaltaba entre todos con su Miquelina, ataviada de novia, con su corona de azahares. Fel Morales se acercó a ellos, con su inagotable litro de guaro. Jelipe, te tomas un trago?
Felipe empinó la botella, y mientras se limpiaba los labios con el dorso de la mano, mirando maliciosamente a Fel Morales, algo dijo al oído de Miquelina. Mira, Fel, yo creo que ahora, me darás permiso de besar a la novia. Ahora es tuya, Jelipe, Dios te la entrego; podés hacer lo que querrás con ella. el rostro de Fel Morales se cubrió de rubor, y bajó la mirada apenado.
El licor y la música hacían subir precipitadamente el termómetro de la alegría. Vivan los novios! Viva Felipe Arce! Viva Miquelina!
Viva tía Ramona! Los novios eran el centro de todas las miradas. Las mozas parecian queTer descifrar en ella el velado secreto del amor, y no podían evitar un estremecimiento de sus carnes virgenes. Los ojos de los mozos vertían lujuria para Miquelina y escondida envidia para Felipe.
entre la gente, y se refugió tras una carreta y miraba entre los parales con sus ojos estupefactos y azorados. Diay, carajo, que ha pasao que se acabó la fiesta.
El Gato Negro acodado en la tranquera miraba a todos desafiante. Su rostro redondo bajo el sombrero de palma, con sus ojos ras.
gados y los largos negros bigotes caídos a los lados, daba la impresión de un tigre en acecho. Pos si no convidan, yo me convido. saltó la tranquera. Aaah! con qu es Jelipe y Miquelina los que se casan? uno no es naide pa que lo inviten a la fiesta. Pos siga la música, que el Gato Negro va a bailar con la novia! Me das cola, Jelipe. Hasta el escondite de Fel el Tímido, llegó la voz temblorosa y suplicante de Miquelina. Jelipe, no me dejés bailar, le tengo miedo a ese hombre. Te güelvo a preguntar, Jelipe, me dás cola por bien o la tengo que coger por la fuerza.
Felipe apretó entre los dientes su rabia y su humillación. Midió la robusta estatura del Gato Negro, y un calofrío la corrió por la espalda al fijar su mirada en la cutacha que llevaba al cinto. La cutacha con la cual, según el decir callejero, el Gato Negro debía siete muertes. Pos. nada tiene. baile con ella. No, Jelipe, yo no quiero bailar, exclamó Miquelina, casi sollozante.
El Gato Negro tomó de un brazo a Miquelina, y con brusco movimiento la atrajo ha.
cia sí. Los dedos de acero se hundieron en la blanca carne de su brazo, como las uñas de una garra. No me saqué, yo no sé bailar, se lo pido por Dios. mientras Miquelina se contorsionaba en los brazos de aquel hombre, al través de sus lágrimas, Fel Morales, temblando de miedo, contemplaba la escena con la misma compasión, de aquella vez que el gato morisco de la casa atrapó a la pobre tortolita indefensa. Cómo que no sabés bailar! Bien tusa que sos; cres que no te ví bailando con Jelipe. Verás que te va a gustar; yo bailo más pegadito que Jelipe. estrechó contra su pecho los senos temblorosos de Miquelina, que sintió sobre su rostro el vaho aguardentoso que expelían las entrañas de aquel hombre. Por Dios, déjeme, no quiero bailar. No lo podés evitar, Miquelina, ni nadie lo evita en esta noche. irascible por la resistencia de aquella mu Un guipi pia. estridente y prolongado fija la atención de todos en la tranquera.
El Gato Negro!
Momentáneamente callaron las guitarras y las mandolinas y cesó la danza. Las voces se acallaron y los rostros empalidecieron. La alegría se esfumó entre la sombra del potrero cercano. Fel Morales el Tímido, se escurrió TITRI TIBERI John Keith Co.
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Entre los bigotes hirsutos, la risa celebró la chanza. Fel Morales, allá en su rincón, con mirada tristona, recogía la burla, disimulando con una sonrisa una mueca de dolor: sean burlistos; si yo nunca los ofendo! su mano apretó la empuñadura de su No ய Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica