172 REPERTORIO AMERICANO Tres poemas (Para el Rep. Amer. Bruxelles, 18. II, 40. Versión castellana de Adela Garcia Salaberry, argentina. Los que se cruzan Nunca nos habíamos encontrado Enseguida tuvimos la impresión de reconocernos después de un largo viaje.
Juntos bebimos un poco de alegría al árbol de la vida y todas las cosas se rodearon de felicidad, de intensidad horizontal, indefinida, tu imagen, colina en declive. el campo que sube geométricamente, limite de árboles.
La paz pasa rodando sobre los trigales.
Alondra en confidencia y palomas que cosechan Perfume del grano, tibia atmósfera con sabor de niñez.
Corto la espiga, la mastico y se agranda mi ser al mirar la extensión, limita mi pensamiento todo horizonte.
Niñita (A Ethel, mi hija. Conozco tu set y sus esperanzas, sus angustias y sus posibilidades, la extensión de tu etérico, todo, de la absoluta verdad que te perfila.
Cantemos a capricho de las hojas, de los inesperados, de los pájaros y de las similitudes.
Mi tiempo es certidumbre, mi medida, intuición.
La vida se recrea en nosotros, añade la novedad, determina un instante.
Detengamos la marcha y la existencia el momento postrero de la divina ruta para inscribir en la eternidad nuestra convicción en un hecho realizado.
Tú hablas entre dos canciones y juegas con un poco de espacio.
Allí, el sol brilla aunque tus sueños se busquen dentro de otro color.
Con un poco de aire, un poco de frescura, con un poco de ilusión, organizas el mundo pueblas el horizonte.
Con mucha inconstancia y poca continuidad, tú materializas las esperanzas, desplazas al viento, provocas novedades y pasas a otros juegos.
Tus recuerdos son indecisos y piden a la imaginación el precisarlos.
Pastoral Te sitúo en el viento, en la frescura del aire, en el color de la avena.
Azul celeste y nube, He sacado de este sueño incierto un poco de mi realidad.
JEAN GROFFIER Un cuento dos poemas (Para el Rep. Amer. Santiago, Chile, marzo de 1940. Yo estaba tumbado en la hamaca. Juancho se había quedado arrecostado en la puerta y desde allí veía cómo iba rodando la oscuridad desde los montes trayendo los aromas de las sombras. Olía a jazmín, y geranio y a veces el olor más penetrante, almizclado diría, de algún animal montaraz que nos rondaba.
Los sapos babían comenzado a hacer sus gárgaras de voces y el ruido lleno permitía adivinar sus panzas gordas y sus pescuezos como fuelles hinchándose por momentos. Mirá, Juancho, contame algún cuento, vos debés de saber. Vaya, que tiene gracia, pediame que le cuente cuentos, con lo crecidito que está. Sí, no te hagás el rogao, ve que así se nos pasa el rato a ver si cogemos el sueño. Con que quería que lo durmiera. si quiere le canto La Casita.
Me dijo esto y yo sentí, viéndole las espaldas, que bajo el bigote le había andado una risa de sana ironia, pero volvi a la carga. Bueno, le voy a contar uno que le contaba a mi finada Hermida, cuando trabajamos en la línea. Ella nunca lo entendió porque siempre se rió cuando llegábamos al final, y yo creo que no es un cuento para reírse. La verdad, mire, que yo le digo que no lo entiendo mucho tampoco porque me pongo a pensar en él y se me enreda al ratito todo lo que se me ocurre. El maestro de Guapiles me lo oyó una vez y me dijo que era un cuento filosófico, tal vez sí sería porque en ese tiempo yo sabía de leer, y me prestaba libros don García, donde trabajaba de concertada la esposa de mi tío Antonio y así me los conseguía.
Pero ya es mucho de darle la lata, óigalo a ver qué le parece a Ud. que dicen que entiende de eso.
Resulta que en la poza que queda debajo del puente, se estaba ahogando una muchacha, se había ido a bañar, se desnudó y se congestionó, y ahora la había agarrado el río y la tenía alli dando vueltas. Pasó por arriba del puente un hombre y dió en ver para abajo y allí la vió y dijo, tapándose los ojos. Jesús, si está desnuda.
Entonces se quitó la camisa y se la tiró al agua y muy calmado siguió su camino.
Era la Moral. detrás de ése venía otro hombre que traía un bollo de pan y les venía dando migas a los pájaros, y entonces vió la mujer y dijo llevándose las manos a la cabeza. Pobrecita! le tiró un pedazo de pan que le quedaba.
Era la Virtud. después de ése venía otro hombre que venía silbando muy contento y llorando muy triste, y lo hacía al tiempo porque le reía la boca y le lloraban los ojos, y vió la mujer en el río.
Ya tenía la boquita redonda, y ese era el centro de todas las ruedas que le hacía el agua alrdededor con los remolinos y había tragado ya tánta agua, que la pancita morena se le había hinchado y parecía más bien una tinaja. al verla, sin acordarse que no sabía nadar, se tiro al agua. se ahogó con ella.
Ve don Joaquín, como era un cuento muy triste. se quedó mirando a lo lejos.
En la sierra habían aparecido las estrellas, y como abejas de luz laboraban su panal en la noche.
Más cerca, los cocuyos, tejían alrededor de nosotros su alambrada de luz para protegernos de la sombra, y arriba, en el techo, estaba un cuerito de venado clavado con cuatro clavos de plata, para que se terminara de curtir, y los clavos brillaban también. Juancho se había metido la mano por debajo del sombrero, pensando en el cuento que había contado tantas veces y que no entendía pero que siempre, no se sabe por qué, le había gustado mucho. así nos llegó la noche. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica