REPERTORIO AMERICANO 73 cons Panorama poético colombiano truido sólo en recuerdo (Envio de la autora. Costa Rica y febrero del 40)
jados por juicios eruditos, que en su fidelidad a tecnicismos del género, adolecen frecuentemente de verdadera autenticidad.
Cuando se mira hacia atrás rastreando sobre la propia memoria en una tarde de charla amena o en una noche de recuerdos, a la busca diliberada, unas veces, o dejándose llevar, las otras, por un humor poético esporádico, que no halla en uno mismo el impulso creador para llenarse, aparece grabada desde fecha desconocida la estrofa que nos impresionara y que no quisimos aprender. Siempre hay, aún en el ser menos sensible, retazos de algún poema ajeno que se quedó prendido en la memoria por un accidental mimetismo con nuestro cambiante humor emocional. Existen en nosotros mismos ecos de muchos poetas y poemas de muy diferentes calidades y tendencias artísticas.
Basta requisar con un poco de premeditacion este recodo de la mente, tratando de juntar los divergentes pedazos con el nombre de su autor, para estructurar una somera genealogia poética, tan sólo orientada por el sentido crítico y artístico personal. Esto es lo que pretendo hoy hacer sobre los poetas colombianos, animada por la cosecha de arte que ofrecen las publicaciones de la Legación de Colombia. Noticiario y sus magníficos Suplementos. pasando las cuales, junté mis recuerdos con mis impresiones de persona que leyó versos para no recitarlos jamás.
Construídas sobre mi sensibilidad, sin aspiracionesc de honda y sabia crítica, tienen para concretarse el derecho que les concede el propio autor, cuando abriendo su pensamiento sobre los demás, se confía al eco que de sí mismo pueda resonar en el alma ajena. La poesía ha sido siempre un jugoso tema de conversación, pero los juicios poéticos no son más que hijos bastardos del poder creador de otro. Sin embargo, me atrevo a adoptar uno de éstos, dándole mi nombre, en el deseo de llenar con pensamientos precisos el vacío que media entre la memoria retrospectiva y el conocimiento, así como el de borrar, aunque sea sólo en mí misma, los errores deRafael Maya Colombia es por tradición, en lo que a uno de sus tantos aspectos vitales se refiere, lo que bien podría llamarse un país de poetas.
Puede explicarse esto por la fecunda sensibilidad del temperamento colombiano, de tal manera evidente, que existe casi una facilidad nacional de hacer versos, profusa por su cantidad, pero alta en el vértice que subraya, con nombres de gloria continental, su potencialidad productiva.
Estos nombres, encumbrados sobre una generación o una época, traspasan la frontera, vibran en la literatura americana, y luego.
cuando la aureola de la consagración los empuja. proceso por demás lógico, se van adornando de extraños mitos que oscurecen su verdadera significación. Tal el de Guillermo Valencia, que es uno de estos mitos de la poesía continental. Ese nombre, tan conocido, arrastra tras de sí el paradógico vacío que sigue a las figuras consagradas. Una vez sabido que Valencia es un gran poeta en la escuela aprendí el término poca gente se preocupa por llenar el concepto con el contenido real de su obra literaria. Se ignora a menudo la intención humanista, la universalidad de sus poemas, aunque sí, gracias a las limitaciones de la sensibilidad vulgar, se le admiran su léxico opulentísimo y la plenitud de su forma. El calificativo de poeta moderno para Guillermo Valencia, descalabra las ideas formalistas de muchas gente sobre él. Sí. Valencia fué y es un poeta moderno, en el sentido amplísimo en que su obra continúa aportando nuevos valores, tanto en el terreno de la métrica, como en el modo individualísimo con que recoge en maravillosos versos sus depuradas sensaciones. Es capaz de sufrir, en constante devenir sobre la anchura de su espíritu, una diaria actualización, gracias a la cual el título de Maestro no lo arrastra inexorable hacia el pasado, sino que lo acredita, con méritos propios ante las más jóvenes figuras poéticas americanas.
Otro de los errores de esta índole sustentados alrededor de un nombre, auque no con tanta frecuencia, corresponden a José Asunción Silva, cuya figura se suele conjugar en común denominador con los románticos que caracterizaron su época. Los Nocturnos de Silva se recuerdan siempre en tardes lánguien febrecidos anocheceres, sintonizan con una actitud en pretérito de nuestro espí.
ritu de hoy, pero, en su momento, no les cupo por la intensidad revolucionaria que los satura, el mero distintivo de versos románticos. Hoy somos nosotros los que adoptamos esta pose espiritual para leerlos, pero José Asunción Silva, poeta de la pasionalidad hipersensible, que escribió no cumpliendo una exigencia de su cerebro, sino para llenar una urgente vocación emocional, está intacto en su consistencia renovadora, como la pasión que, después de tantos años, es joven todavía en la talla preciosista de sus estrofas.
Esta nota de aguda humanidad que da Silva, subiendo ya de tono, se desplaza en José Eustasio Rivera. La humanidad deja de ser el personaje, cesa de constituir motivo, para cederle el sitio a la Naturaleza. La grandiosidad que alcanza el autor como novelista en La Vorágine. usando como constante este proceso de desplazamiento es el molde que, aplicado al verso, nos da la admirable interpretación onomatopéyica de Los Potros. El Cóndor y otras realizaciones maestras. La Vorágine se ha corporizado en forma tal, que cubriendo en una sola sombra a su autor y al poeta, hace de José Eustasio Rivera uno, si no el más, conocido novelista de América, para convertirlo también en otro de sus más ignorados poetas.
Tanto en la prosa como en la estrofa se siente idéntico el vibrar de las escenas, dentro de un marco en que el ambiente sigue siendo el único personaje destacado. Puede afirmarse que Rivera hace existir en el más vasto sentido al medio que pinta que pinta sin ser un mero paisajista puesto que sin reverenciante misticismo da categoría de ser humano a la Naturaleza. Sólo siendo un individuo de una enorme potencialidad espiritual se puede, llevando hasta su máxima concreción el concepto humanista, otorgar a la selva igual calidad que a los caucheros en la novela, o que a los animales en el verso.
Más acá efervescente vigor de Silva y de la prodigalidad generadora de Rivera, está colocado, por su razonadora consecuencia filosófica, Porfirio Barba Jacob. Sin ser un poeta del conocimiento adquirido. y sin llegar tampoco al pródigo cerebralismo que sustenta la típica actividad moderna, ha salido del pasionalismo hacia la lógica en un elegante salto, que une un extremo al otro, haciendo de verbo activo en una frase de historia poética que cubre dos épocas. El versco va perdiendo a través de él bullente personalismo, a la par que va ganando en consistencia y equilibrio.
Porfirio Barba Jacob contempla al Hombre en su poesía, pero el Hombre no vive en ella como acontecimiento, como hecho corporizado, sino como simple elemento en función de la Nataraleza Es la consecuente escala temperamental que asciende, siempre en una tónica de originalidad y renovación.
Hay un tipo de individuo creador que no es ya el revolucionario pleno de contradicciones, a la vez afirmante y negativo, que, en das o (6 Germán Pardo Garcic Trazo de Julio Prieto 11 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica