Popular Fronts

170 REPERTORIO AMERICANO Testimonios Publicación del Grupo Pro República Española los españoles Henri Wallace Cuando en 1933 apareció este nombre en la lista de miembros del gabinete del Presidente Roosevelt, como Ministro de Agricultura, me era del todo desconocido.
El señor Wallace es un hombre de la vieja estirpe de los que aman la tierra con hondo e inteligente amor. Nieto de uno de los pioneers que se establecieron en Iowa, el Tío Henry, querido de todas las gentes de las praderas, el joven Wallace se desarrolló en la capital del Estado, Des Moines. Es ésta una región donde el maíz se extiende millas tras millas convirtiéndose en el verano en una vasta y bellisima selva dorada.
Tendría unos diecisiete años cuando en las oficinas del periódico Wallace Farm, de propiedad de la familia, se hizo una exposición de mazorcas de maíz; y para conferir el premio asignado a las mejores, se invitó al Profesor Holden, entonces en el Colegio del Estado, Iowa, situado en Ames, a unas treinta millas de la finca Wallace. El Profesor confirió el premio a las más bellas mazorcas, así por la regularidad de las líneas como por la hermosura del grano. explicó a los muchachos para quienes se había hecho aquel concurso los motivos de su fallo. Al joven Wallace dió algunas de las mazorcas premiadas.
Con ellas principio la serie de experimentos que le condujeran a conclusiones opuestas a las del Profesor Halden. Había sembrado las treinta y tres mazorcas recibidas en un surco y otras clases de maíz en surcos paralelos. Al verano siguiente, perfecta derrota de la doctrina del Profesor: las mazorcas premiadas producían unos dieciocho hectolitros por acre (cerca de cuarenta áreas. descubre entonces que el maíz de mejor parecer es el que produce menor rendimiento. El maíz no premiado llega a producir hasta dos veces y media más. Desde ese instante los cultivadores cesan de mirar la belleza de la mazorca y se cuidan del buen rendimiento. Este joven Wallace, fervoroso, animado de un espíritu científico, buen lector de la Biblia, contribuye con ese acto al alza de los precios de la tierra de Iowa.
Fué el principio de una carrera de servicio que le ha llevado a la posición que hoy tiene. no ha concluido de ascender.
El imperativo del deber, más fuerte que la propia voluntad, señala un término al silencio mantenido desde la pérdida de la Kbertad de España. Vencida, transitoriamente, la causa política que representamos y sometidos sus defensores a la persecución cdiosa de una justicia sin ley y de un rencor sin piedad, creíamos obligados oponer nuestra serenidad a la furia del adversario, estableciendo el necesario contraste de conductas para que el mundo produjera el juicio imparcial que en definitiva ha de constiluir e integrar la historia.
Pero el curso de los acontecimientos y la contumacia en presentarnos con fisonomía política distinta a la propia, cancela la resolución temporal, único medio de saitsfacer la generosa impaciencia de nuestros compatriotas exilados y el ansia, ya incontemible, de los españoles que en el territorio nacional gimen bajo el terror.
Pocas palabras, sin embargo. El dolor verbalista no es verdadero dolor. Nuestras miradas que van hacia España y sus hogares, material y moralmente destruídos, concitan en lo más hondo del pecho la resolución firme de librarla del yugo extranjero que le ha sido impuesto y de las posibles consecuencias que el dominio de alemanes e italianos pueda traernos en el curso de la guerra europea. Esta resolución tiene una base obligada: la de procurar que el odio entre los españoles se disipe, desaparezca la iniquidad y renazca la confianza y la paz en el alma de la nación. Cualquier otra empresa nos es ajena e indiferente, bien que la consideremos defectuosa porque aspire a servir una causa de partido, bien que la creamos excesiva porque busque reanudar la pugna con la finalidad de aplastar al adversario.
Los republicanos tenemos una posición política, concluyente y clara: deseamos que España recobre su soberanía y en posesión de ella se trace su destino. El Frente Popular, no existe ya. Los propios núcleos políticos y sociales que le dieron vida entonces, y se la prolongaron durante los años de guerra, atraviesan una crisis orgánica que no ocultan. Consecuentemente estamos en la hora de rectificación que sucede a las derrotas; momentos solemnes para los partidos y los hombres, en los que se mira de frente la responsabilidad futura y se saca ejemplo de las lecciones pasadas.
Ese es nuestro caso y suponemos que el de centenares de miles de españoles. Sabemos lo se ha perdido y lo que el adversario tiene secuestrado y confiscado. Lógico es que sepamos lo se quiere recuperar. De uno a otro confín de la península, y en la emigración, los españoles, angustiados, se preguntan cuál puede ser la base política y humana de la reconciliación general, haga de España un hogar común habitable. En la parte deliberativa y resolutiva que nos corresponda, los republicanos emitimos una opinión categorica: España tiene derecho a fijarse su régimen político definitivo con absoluta libertad.
Existe una legalidad suspendida violentamente con el concurso interesado y humillante de las armas extranjeras, que se debe restablecer, la Constitución de 1931. Mientras otro acto de soberanía nacional no derogue, cambie o modifique la Constitución, a ella habremos de acojernos, apartándonos de los que por la fuerza aspiren a más o en secretos conciliábulos se conformen con menos.
En lo que a nosotros se refiere, la posición política es conocida. Somos republicanos, demócratas y liberales. La República que queremos es esa, y no otra: la República liberal y democrática. Pero la terrible experiencia sufrida nos ha enseñado, y no lo olvidaremos, que los principales enemigos del Estado son los grupos particularistas que atribuyéndose fines que les son ajenos preparan, desde las posiciones astutamente conquistadas, la ruina del propio Estado. Los republicanos sabremos armonizar el derecho individual de los ciudadanos y el legítimo de todas las clases con el más alto, permanente e inviolable de la sociedad.
Realizada que sea la consulta electoral, el deber de los españoles sería someterse al fallo de la nación. Lo haríamos nosotros sirviéndolo directamente si se acomodara al designio republicano, o respetándolo apartados de toda acción de rebeldía violenta si aún siéndonos adverso, concediera a los españoles un estatuto jurídico, en el que las ideas políticas, religiosas y sociales no constituyan motivo de diferencias en la relación con el Estado.
La permanencia e integridad de la nación y el cumplimien(R. Brenes Mesén, La Tribuna, de 14 XII 39. Inmovilidad aparente Si se fija fotográficamente la posición relativa de cada estrella en cada cúmulo o agrupación estelar en varios meses, y durante una serie de años, de la comparación final de las impresiones, resultaría escrita la marcha de cada estrella, y la dirección que lleva, dejando a la imaginación sólo anticipar el asombro que causaría a la generación próxima, verificar que no obstante la inmovilidad aparente, estos cielos no son, en sus detalles mínimos, los mismos que vió Hiparco o contemplaron los sacerdotes caldeos. Verán las generaciones futuras anotada la música de las esferas. según la sorprendente expresión de Shakespeare. De Sarmiento, Discursos Populares, tomo 2do. Buenos Aires, 1914. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica