254 REPERTORIO AMERICANO Lo que enseña la guerra El problema biológico de la civilización (De El Tiempo, Bogotá, 11 de mayo de 1940. raón. Un sarcofago dentro de otro, un ataúd en otro ataúd, recuerdo vagamente cómo surgía, al cabo, la soberana momia con su áurea máscara en medio de aquel ambiente sagrado y opulento.
Lo que no olvidaré nunca es el auténtico semblante del príncios, reaparecido desde el fondo de los siglos. Era un rostro melancólico de adolescente, una cara a filada de muchacho enfermizo, que en medio de tanta fúnebre grandeza, guardaba la huella indeleble del dolor de la vida y el pavor de la muerte. Pobre Tutankhamon. Era él hombre, el hombre de siempre. Aquella testa de la XVIII dinastia del imperio egipcio, sorprendida en su sueño milenario, nos inspiraba la misma compasión que la cabeza de un joven cualquiera de nuestros días hundida en la almohada de un hospital.
Acabo de leer el libro, recién publicado, de Juan Rostand, el eminente biólogo. He inte rrumpido esta lectura para escuchar, por radio, las últimas noticias de la tragedia europea. Biología y guerra se asccian de esta suerte en mi pensamiento. Tal vez el tremendo fenómeno de la guerra se aclara a la luz de la ciencia biológica. quizás, a la inversa, la confirmación en el estudio de la guerra, empresa de la muerte. Qué es el hombre. He ahí la pregunta a la que Rostand trata de responder, desde el punto de vista de la Historia Natural, en esta breve colección de essayos que acaba de editar en un volumen bajo la enseña de la Nouwele Revue Francaise. Quid est homo. interroga ya la Biblia. rcuerdo que el viejo Goethe afirmaba que, aun cuando cada cual es libre de dedicarse, individualmente, a lo que más le plazca, el estudio propio de la humanidad es el hombre.
En épocas tranquilas, el hombre se disfraza con las convencionales apariencias que la sociedad le impone; anda maquillado con el externo barniz de su educación. Pero en el trance brutal de la guerra esas postizas vestiduras se desgarran, cae la superficial cascarilla de la escuela, y el primitivo resurge con toda la fuerza de su original, intacta naturaleza.
Entonces se puede saber qué es el hombre, porque el hombre reaparece desnudo. Ahí está en cuanto la guerra estalla, el primitivo Adán, o, mejor dicho, y peor representado, el primitivo Cain, con el mismo signo maldito en la frente bajo el moderno casco de acero.
sus más lejanos antepasados, puede apropiarse luego, eso sí, por medio de la educación. La experiencia individual resume Rostand es perfectamente intransmsible. De todo cuanto el hombre ha aprendido, comprendido, pasado, sentido, a lo largo de los siglos, nada quedó depositado en su organismo; nada se sedimentó en su animalidad. Todo lo que él se ha ido añadiendo le es exterior y superficial; ningún testimonio de ello retuvo en su carne. De edad en edad, no se ha pulido, espiritualizado. Sus genes nada aprendieron. Lo biológico ignora lo cultural. Cada generación tiene que rehacer, por su cuenta, todo el aprendizaje humano.
Es la diferencia entre el instinto y la razón, unas hormigas, aisladas desde el nacer, construyen un homiguero perfecto. Pero unos niños, separados de la humanidad desde la primera infancia, no edificarían la ciudad humana. Habrían de volver a empezar todo el proceso de la civilización. La civilización hormiga añade Juan Rostand está inscrita en los reflejos del insesto, procedentes de sus cromosomas. La civilización del Hombre no reside en el Hombre, sino en las bibliotecas, los laboratorios, los museos y los códigos.
Juan Rostand, en su estudio sobre El problema biológico de la civilización humana. recuerda por qué, en el fondo, el hombre no cambia.
No cambia el hombre porque, como la biología no ignora hoy, las cualidades adquiridas en la vida individual no se transmiten hereditariamente. Una persona puede cultivar su pensamiento o su sensibilidad: mejora, se afina, se eleva. Pero los frutos de ese esfuerzo espiritual no pasan por herencia biológica a sus descendientes. Nacen estos tan primitivos como sus más remotos antecesores. Lo que progresa son los medios exteriones, las instituciones sociales, las artes y las ciencias: la cultura objetiva, en suma, en la que se van acumulando los resultados del trabajo de las sucesivas generaciones. Resultados que la generación nueva, aunque nazca lo mismo que Estalla la guerra. entonces las bibliotecas se olvidan: los laboratorios fabrican explosivos; los museos se protegen con sacos de arena contra los bombardeos aéreos; los códigos no rigen. Vemos renacer el hombre primitivo con toda su elemental barbarie y todo su impetu original.
Porque ese hombre primitivo no se ha depurado, pero, en cambio, tampoco ha degenerado. El que hoy navega en un submarino, o vuela en un avión, o se deja caer desde las nubes, atado a un paracaídas, no cede en rudo heroísmo a los protagonistas de las viejas epopeyas.
La experiencia subjetiva no se hereda. La ciencia objetiva si se acumula. Por ello, esta última adelanta evidentemente, como la matemática, la física o la química. Los conocimientos, por el contrario, las discpilinas que se basan menos en la ciencia que en la experiencia, como, por ejemplo, la política nacional o internacional, avanzan tan lentamente. Si, contra lo que Lamarck creía, no hay herencia biológica de los caracteres adquiridos, sólo cabe confiar en la herencia social, en la obra de la educación y la cultura. Sólo la Educación en cada hombre; sólo la cultura en la humanidad, pueder salvar esta otra herencia, no la biológica sino la espiritual frente a los horrores de la guerra, frente al primario Cain que resucita, de generación en generación, con la quijada o la ametralladora en la mano.
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Exijalas en todas las buenas librerías o solicite catálogos a la Empresa Editora ZIG ZAG Casilla 84 Santiago de Chile ITLUIS DE ZULUETA El hombre no cambia, ni a través de los siglos, ni a lo largo de los milenios. Ahora, Juan Rostand nos explica científicamente por qué no cambia el ser humano, ni puede cambiar.
Leyendo ese libro, he recordado la extraña emoción que me produjo hace años la película cinematográfica que el profesor Carter trajo de Egipto, impresionada con los sucesivos aspectos del descubrimiento de la tumba de Tutankhamon. Aquel extraordinario hallazgo arqueológico, al que uno creía asistir directamente, causaba una cierta sensación penosa.
Al fin y al cabo, era la violación de una sepultura humana; de una sepultura que había permanecido sellada durante miles de años; de una sepultura en la que todo se había previsto para que no pudiera ser profanada jamás.
Todo lo había reunido el principe Tutankhamon para asegurarse el perfecto reposo eterno.
Le habían sido sacrificados cruelmente sus animales domésticos, sus esclavos y sus mujeres para que le acompañasen en el terrible sueño de la muerte. Sus muebles y sus tesoros quedaron con él en el sepulcro para que le sirvieran en el misterio de la otra vida. Qué maravillas del arte, objetos de maderas y metales preciosos, alhajas fantásticas, cofres de oro y marfil, vasos de alabastro y vidrios multicolores, cosas que ojos humanos no habían visto desde hacía millares de años, salían ahora a la luz profana desde el fondo de la regia tumba!
Cruentas hecatombes humanas y, a la vez, prodigios del arte, del saber y de la técnica.
Hace miles de años lo mismo que hoy!
Por fin, se descubría en la película el corazón de la tumba, la cámara sepulcral del FaDr. GARCIA CARRILLO Médico Cirujano ELECTROCARDIOGRAMAS METABOLISMO BASAL Corazón. Aparato Circulatorio Consultorio: 100 varas al Oeste de la Botica Francesa TELEFONOS: 4328 3754 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica