101 REPERTORIO AMERICANO Fisga criolla (Encio del autor. Costa Rica y febrero del 40. la flauta, niña Lola! Fijate que la gata morisca de ña Lela y ña Chalía Purera tuvo gaticos. a vos qué te come el zorro, si ni gallinas tenés. No sean tan así. Es que ya no te acordás. Desde que se las regaló Luisita, pensaron en cultivarle la virtud de la castidad. Ellas siempre han sido pobres y han vivido de sus puros, pero muy honradas y no querían por nada que la animalita llegara a pasiarse en la miel. Dios guarde! Todo el tiempo atrás la cuidaron como una hija de familia. Las cosas estuvieron muy bien, hasta que entró en la mayoría de edad. Entonces fué cuando Cupido y Venus juntos y congregados peor que nudo de motete la emprendieron contra la pobre gata. Aunque la versión de ña Lela fué que el mismísimo pisuicas la estaba tentando. Me la persignaron con agua bendita, ht y nada.
ܠܐ Báileme este trompo en la uña los el sueño en el resto de la noche, a las claras del día se tiró del camón. Con el machete partió un pedazo de tapa de dulce y echándolo en la boca, lo deshizo con gran brio. Acabó de bajarlo con unos tragos de agua de la tinaja. Se cachó una media docena de tortillas fiambres, que fueron escondidas en el buche de la camisa y se echó fuera del rancho.
Chiflo a los eprrillos y se puso en camino. El chonete, la guápil de julminante y la cutacha.
Se las pitió monte adentro, montado en el fuco.
Lo cierto fué que aparecía todas las noches una buena cantidad de gatos que entonaba sus romanzas, en todos los tonos de la escala de la solfa: como desde los gorgoritos del chinchirigüí, hasta los chiflidos del yigüirro. esa charanga y esa correteadera por las latas del techo! Ya parecía que se lo iban a traer abajo. En esas maromas se habían hecho muchas goteras a más de esfondar cuanto tragaluz se les ponía por delante. Aquello fué cajeta y media! Hasta le quebraron una macoIla de guarias, orgullo legítimo de na Chalía, la que chineó por tiempos de tiempos en las tejas que resguardaban la tapia de adobes, limítrofe con el cerco de al lado.
Ya la cosa pasó de castaño oscuro porque la gata quiso zafarse por la liternilla de la cocina y fué y se enjaranó con el vidrio. El asunto fué en última instancia a casación y de resultas la gata fué licenciada para pasear en el tejado cuando le diera la gana, con la condición expresa de portar unos calzoncitos que cubrieran las partes que calla el silencio de mi rubor. debiendo ser confeccionadas por na Lela. Esta se puso manos a la obra. Con los retazos de zaraza que guardaba en el saco de los recortes, los dejó de rechupete. Hasta tenían elástico del lado de la pancilla para que cedieran y no le requintaran mucho después que comía. Además tenían muestras de encaje y punta de metidos para que se vieran más bonitos. No faltó el ojal para dar salida al esponjado rabito.
Casi que sólo camisa y rebozo hacía falta.
Así partió mi señora gata, muy corronga, un tanto incómoda y haciéndose la muy rosita, a oír las tiernas baladas y suspiros de sus don Juan, Otelo, Romeo y demás charchuelas, quienes desde aquellas alturas tenían ya sus corazoncitos más revenidos que un terrón de sobado de tres semanas.
La micha duró estorrentada como unos dos días, al fin de los cuales apareció más flaca que un violín, desrengada de una mano, aruñada y revolcada que era un jay de mí! inconocible. Por supuesto que de los calzoncitos de bordados, ni el humo. El resultado ya vos lo sabés. Ah carachas! co, sapance, desconfiado. Se había hecho bombre como los palomitos, las orquídeas y yases: viendo el yurro, los rabos de mico, las neblinas, los charcos y los bichos montaraces.
Con ellos aprendió a no hablar a los cristianos. Cualquiera pudo haber jurado que era mudo, porque trabajando al lado de los suyos, casi nunca se le oyó decir palabra.
Nada le causó ni tristeza ni alegría. Los domingos que no pudo ir al monte porque el temporal se traía un aguacero cerrado desde la madrugada, los pasó suspira que te suspira.
El indio Alejandro fué de esos que de ch:quillos tiene cara de viejo, y de viejos tienen un semblante curtido en el que los años no se definen. Nadie sabe si tiene los veinte, o van pasando de los cincuenta.
Una vez sacando una tarea en el trapiche, al ir a empujar los últimos cabos de la caña, fué y se molió una mano. No se quejó. No se dejó que lo curaran. No quiso que lo viera nadie, ni que lo trajeran al hospital. Podría haberse muerto, o por lo menos gangrenado.
Pero él se puso bueno y sano. Nadie supo cómo.
Aquella noche oyeron en el rancho mujidos de espanto. En el abra que estaba lista para regar el maíz, pudo divisarse con la luz de la luna las siluetas del ganado. Las vacas en rueda echando los ternerillos al centro y el toro y los bueyes dando vueltas por fuera y todos bramaban. Los perrillos también ladraron por largo rato. Se oían un poco lejos.
Los del rancho se levantaron. Los hombres fueron a buscar con las guápiles y con las realeras. Las mujeres esperaron en la puerta del rancho, con los machetes en la mano. Luego.
volvió la tranquilidad de la noche. Al día siguiente se encontraron con que el nato que siempre hizo otomías había arriado con una ternera overa. Ya era la segunda.
El indio Alejandro, que no pudo conciliar En la casa todos creyeron que el indio había amanecido de luna por la mala noche y que había ido a curársela dentro del monte. pasaron dos días y el indio Alejandro no regresó al rancho de sus tatas. Los vecinos y los del rancho creyeron que tal vez le habría pasado algo malo. Tal vez le habría salido el ñato y habiéndoselo atipado, estaría difunto en su panza. Se organizaron las comisiones para pinar el monte, hasta dar con él.
Al decir mediodía lo topó una de las comisiones. El indio Alejandro ya venía de regreso al rancho. Traía al nato atravesado en el ruco bien muerto. Tamaño tigre. Estaba bien gordo. La piel amarilla con sus lunares negros, parecía que había sido atollada de manteca, cuando le daba el sol de canto. El pobre rocín pijije venía que ya no echaba con seme jante carga. Que cómo el indio Alejandro encaramó al tigre, lo mató y la acomodó en el caballillo?
Eso lo sabremos cuando los yases, o los rabos de mico, o los palmitos echen jeta, porque por la trompa del indio Alejandro nunca lo sabremos, como dice ñor Nacho Mora. Dentro del olor de humedad y monte se crió el indio Aleajndro. Indio por el tata y por la mama, Indio por el modo de ser, arisSolo y en un extremo de la mesa del comedor Tatica Padre, con gran sabrosera tomaba su tibio, que aún humeaba en un co Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica