Carmen LyraJohn Dewey

334 REPERTORIO AMERICANO sectores poblados de Bogotá y Chapinero. Es la tradición la que nos cuenta, que en esta casa de campo habitó don Jorge Tadeo Lozano, último Marqués de San Jorge, por intervalos, para descansar de los continuos ajetreos cociales y políticos de la corte Virreinal; en su refugio campestre, el ilustre habitante dedicaba su tiempo a las prácticas religiosas, efectuadas en la Capilla de la hacienda, por algún religioso dominico o por el cura párroco de San Diego. la muerte del Marqués, la propiedad fué enajenada, pasando a distintos propietarios, hasta la década de nuestra historia en la cual la residencia campestre pertenecía a don Medardo Herrera.
La casa contaba con una sola planta; su interior amplísimo, se componía de dos patios convenientemente empedrados y adornados a manera de dibujo geométrico con trozos de hueso, formando rombos y triángulos; a más de los dos patios anotados, contaba la casa con una buena pesebrera y un regular espacio para la cochera. Los muros de mosaico elegantemente esculpidos, la amplitud de los salones; las arcadas de los corredores, los enrejados laboriosamente forjados de cada una de las ventanas y el enclaveteado de las puertas y portones, formaban el marco castizo de la que fué en tiempos idos la residencia del noble peninsular.
Los chismes de las viejas hacían correr muchas consejas respecto de algunos hechos bastante extraños que ocurrían dentro de la casa; algunos opinaban que había tesoros enterrados en los gruesos paredones o debajo del brevo o entre el averiado horno; se hablaba de apariciones misteriosas a altas horas de la noche, de seres extraños y los más contaban historietas de ruidos y voces y algarabías que se debajan sentir por determinados períodos señalados del año, tales como los de cuaresma y pasión, fiestas de navidad año nuevo.
Una noche la familia se hallaba atendien do a unos visitantes de la ciudad, en el salón de recibo, cuando siendo la hora del refresco, llamaron a una bella señorita que hacía en la casa las veces de dama de compañía, para que recordara en la cocina que era tiempo de traer el chocolate, las colaciones y el espejuelo que debían componer el refrigerio con que se obsequiaba tradicionalmente. La señorita fué a la cocina y en vista de que las viandas se encontraban listas para traer, tomó la bandeja en donde estaban y salió con ellas para servirlas; no había dado tres pasos en el corredor que comunicaba el segundo patio con el primero cuando se vio frente a frente con un individuo alto, de sombrero cordobés, capa y guantes, que al tomarla de los brazos le hacía fuerza por detenerla y llevarla hacia determinado án gulo del patio; ella forcejeaba jadeante arrastrándolo al primer patio contrariando así sus deseos. Ella creía que su agresor era un caballero que la piropeaba y que lo había dejado en el salón; con furia lo zarandeaba y lo amenazaba con llamar a voces si no la soltaba; el señor sin embargo nada contestó y seguía te.
nazmente empeñado en sus propósitos; la muchacha que parecía tener mayores fuerzas que su violentador, logró arrastrarlo hasta frente de una alcoba en donde jugaban a la sazón los niños de la casa y allí ella, fatigosamente, en un supremo ademán, le empujó fuertemente y al hacerlo le levantó el agachado cordobés y a la tenue luz de uno de los faroles distinguió el rostro de su ataca te; al verlo dió un grito espantoso, cayendo contra la puerta que daba acceso a la habitación en donde se oía el retozo de los niños, la que se abrió al peso del cuerpo exánime de la muchacha. Al grito de ella, al rompimiento de las lozas que traían el chocolate y el estrépito de las puertas abiertas, la casa se alarmó; los dueños y sus visi.
tantes salieron a indagar y al verda caída, en completa inconsciencia, le aplicaron los medicamentos del caso hasta hacerla reaccionar; cuando volvió en sí, contó lo sucedido, más la equivocación sufrida; pues ella, cuando le levantó el sombrero su agresor, se encontró ante una verdadera calavera envuelta en lino, mostrando únicamente las cuencas donde tuvo los ojos y unas encías llenas de dientes pero sin labios, ni carnes y el sitio donde la sujeto lo tenía helado totalmente, como si dichas partes hubieran sido tomadas por largo tiempo por témpanos de hielo.
Las conjeturas volaron creciendo de volumen, según quienes las hiciera; los más creyeron por el dibujo del personaje, que el fantasma pretendía enseñarle a la muchacha el lugar en donde se encontraba escondido el tesoro del que en vida había enterrado cuando llevaba el nombre de don Jorge Tadeo Lozano, Marqués de San Jorge, para no seguir su peregrinaje por las noches en la tierra.
INDICE DEL TOMO XLVI Autores y asuntos B Abreu Gómez, Ermilo. Sanín Cano, 57. Canek, 114.
Acevedo, Olga. El monstruo, 157.
Acosta, Agustín. Carilda Oliver Labra, 184.
Adoum, Jorge Enrique. Baraja de la Patria, 37.
Aguilar Machado, Alejandro. Algunos fundamentos del Historicismo, pp. 117, 140, 159, 175 y 181.
Alba, Alfonso de. Canta mi voz, América, 60.
Alba, Víctor. Las cinco llagas del país de España, 226.
Albertazzi Avendaño, Mi madre se me murió tres veces, 58. Tu tumba y tu ausencia, 106.
Alegría, Fernando. Ha muerto el León de Tarapacá, 306.
Alone. González Vera, 275.
Alvajar, César. Ciencia sola no salva, 31.
Andino, Pedro. Elegía sin llanto a Carmen Lyra, 12. Evocación, fuga y regreso, 310. Tatica Kuasram, 325.
Andrade y Cordero, César. Esta voz, 93. Pero, al fin. quién es Bolívar. 168.
Arango Ferrer, Javier. Presentación y semblanza de Lilian Serpas, Barcos, Julio Recordando a Carmen Lyra, 248.
Barrios, Gilberto. Rubén Darío, poeta nacional de América del Mundo, 145.
Bassols, Narciso. la guerra, sólo por nuestra propia decisión, 101.
Berdiales, Germán. San Martín, genio moral, 241.
Bernárdez, Francisco Luis. Camoens, 104.
Beroes, Pedro. El pensamiento y su libre expresión, 108.
Bolaños, Pilar. El pájaro de fuego y mi Escuela Normal España. 22. Canto a Francisco Villa, 295.
Brenes de Hilarov, Fresia. Versos nuevos, 71. Juan Sebastián Bach, 177.
Briceño Carrillo, Ruth Ligia. Estos versos, 311. 328.
Arciniegas, Germán. Cien mil estudiantes buscan maestro, 120. Los 90 años de John Dewey, 200. Otro tema de nuestro tiempo, 222.
Arellano, Jesús. Esta ilusión estéril, 62.
Arguedas Samuel. Mi colaboración, 61.
Argüello, Agenor. Sólo será una voz, 78.
Arias, Augusto. La Escuela de Periodismo de Quito, 42.
Aristeguieta, Jean. Imagen y palabra de Conie Lobell, 264.
Canto profético a Simón Bolívar, 265. Manifiesto poético, Caba, Pedro. La higuera estéril, 68. Ritmos, 189.
Cabrera Leiva, Guillermo. Eduardo Bellamy, 269.
Calcagno, Alfredo En elogio de Guatemala, 107.
Caligaris, Yolanda. Muralla, 141. Danza negra, 158.
Campoamor, Fernando. Nada más que una estrella, 219.
Canossa Mora, Ermida. Celos, 181. Lluvia artificial. 302. Si no es así no vuelva, 308.
Canto General, por Pablo Neruda, 173.
Cañas, Salvador. Homenaje a Miguel Angel Asturias, 81. Salarrué o la fantasía profusa, 125. El asombro en la poesía de Fryda Schultz, 217. Refugio de paz, de trabajo de Francisco Romero, 280.
Cañizales Márquez, José. La muerte de Henry Pittier, 215.
Carazo, Juan José. Esto les cuento. pp. 19, 62, 141, 143, 221, 266.
y 287.
Arraiz, Antonio. Educación sexual, 84.
Asturias, Miguel Angel. Oigo rodar las piedras, 92.
Atando cabos, pp. 63, 79.
Avilés, Luis La indisciplina de Ricardo Palma, 49.
Cardona, Rafael. Estirpe 233 y 247. Carta a Joaquín Var.
gas Coto, 319. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica