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REPERTORIO AMERICANO 249 Epístola a Don Quijote de la Mancha Por VÍCTOR LORZ (Colaboración para este semanario. Costa Rica y julio de 1940. M10 Hermano don Quijote: He vuelto a pensar en ti. si vieras con cuánto gusto! Cuanto más te trato, te encuentro más sabroso. No sé si es que yo estoy más maduro para ti, o tú estás más maduro para mi. Cuando yo estaba verde, reía de ti inmise.
ricordemente. Es que no te conocía. Hoy, las pedradas de los galeotes las siento rebotar en mis propias costillas.
Verás. Ahora repasaba yo un capítulo de tu vida. No recuerdas? Era una tarde en que te hallabas un tanto maltrecho. Después de discurrir por los caminos, diste, sin saber como, en las chozas de unos cabreros. Los que, siendo la hora del yantar, cosa que para ti, no tenía importancia) partieron contigo, en paz.
y compaña, su rústico condumio. Para honrarte, te pusieron de asienio un dornajo vuelto; quizá cca una piel de cabra encima, humilde y amoroso regalo para tus posaderas, harto asendereadas con el ajetreo del día. Acallada la voz de las tripas con un trozo de tasajo, un puñado de bellotas y un trago de vino, siempre caballero y cortés te pusiste en pie, y les dijiste unas palabras inmortales. hoy, además, simbólicas. Dichosa edad y siglos dichosos aquéllos en que. se ignoraban estas palabras de tuyo y mio. Eran en aquella santa edad, todas las co sas comunes. Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia. No había la fraude. el engaño ni la malicia, mezclándose con la verdad y la llaneza. La justicia estaba en sus propios términos, sin que la osaran turbar ni cfender los del favor y los del interés. La ley del encaje no se había asentado en el enten dimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado.
Estas, y muchas cosas más les dijiste a los aturdidos cabreros en aquella memorable tarde. te juro, aunque no soy cristiano, que ellas hacen pensar hoy a la mitad del mundo más de lo que tú creyeras. En la Mancha y sus aledaños, también hacen pensar. no es que haya caballeros andantes, ni siquiera muchas bellotas, y sólo algún que otro cabrero sin cabras, en los días totalitarios y famélicos que hoy vive tu Patria. Cuántos de aquestos cabreros sin cabras venderían hoy su alma al diablo, por un buen ponqué de bellotas manchegas! Pero, no voy a esto. Quiero decirte que, en este nuestro mundo de Sanchos, que tú no entenderías, tendrías hoy que romper tu espada y meterte a fraile vitalicio en cualquier rincón de Sierra Morena, para no caer bajo la Santa Hermandad, que hoy llamamos Falange, y también Gestapo; y cuyo hermano mayor, el tudesco Himler, que manda a todo lo largo y ancho de la Mancha (y toda España es Mancha) tiene la mano harto más pesada de lo que tú desearas. No. Hoy no podrías repetir el discurso de la Edad de Oro, tu inmortal Sermón de la Montaña, condenando lo tuyo y lo mio. no ponque no tuvieras razón. Voto a tal! La tendrías más que Sócrates cuando enseñaba al pueblo la verdad sobre Zeus. Pero ello, no te libraria (como no le libró a aquel santo sin bautizar) de beber wa azumbre de cicuta, como bien lo sabes. Es cierto que hoy, no hay un Abelitus ni un Anitus que receten azumbres de cicuta para aligerar la vida a los filósofos que estorban. Fero hay un Francus, imperator et rex; y hay un Gomarus, póntifex máximus in partibus infidelium; los dos dragores custodios del tuyo y del mio en esta Esmos. En la Edad de Oro que tú celebraste, no había oro. Cuando tú vigilabas la Mancha, tampoco. Eran días de cabreros, de caballeros y de ideales. Algunos que tú llamabas ricos homes y hombres de pro, tenían en verdad más cabras, más trigo, más vino, más bellotas que los villanos; pero no, más talegas de onzas o escudos de oro que ellos. Las talegas vinieron después, al secarse la flor de los caballeros. aunque tus libros de caballerías dijeran que, tal rey o tal emperador, para allanar el camino que llevaba al corazón de una hermosa, echaban bolsas de oro a los pies de su dueña; de la terrible vieja que armada de sus bigotes y de sus tocas guardaba el sancta sanctorum de la doncella, no los creas. Eran cuentos para enternecer a las maritoraes sensibles, amigo don Quijote. Yo te aseguro que, aun después de descubierto el vellocino de oro de Indias por nuestros españoles, hubo rey de España que, teniendo un imperio donde no se ponía el sol, el pobre no tuvo nada que poner en el real puchero. Si en los Campos Elíseos donde moras, encuentras al Hechizado (aunque lo dudo, porque era un lujurioso y un sandio) pregún.
taselo y verás. Pero si no había aún talegas de oro, tampoco había pobrezas extremas. Al más pobre de tu tiempo llegada la hora de dormir, y después de echarse al alma un buen rosario, no le faltaba una hoja de lechuga y un trago de vino que echarse al cuerpo, mientras se estiraba en su camastro con la mayor dignidad. Hoy si. que hay oro, muchas talegas de oro; pero las guardan sus dueños, homes do pro, muy pocos, pero gigantes desaforados, en las cuevas de Ali Baba. El resto de los mortales, muchos millones de enanos, lleva en unas alforjillas pan de munición, cuando tal dicha se le alcanza.
Te he mentado antes el imperio donde no se ponía el sol. Voy a explicártelo. Ya sabes, don Quijote hermano, que, en tus días, los españoles poníamos picas co Flandes. No era chica la hazaña. De haberla hecho Hércules, se la habrían colgado de la espalda con el número 13. Lo que ignoras es, que cuando ya no pudimos poner picas en Flandes, entonces Flandes se nos puso todo, hasta el sol que hasta entonces había sido de España. Ahora en España se ha puesto el sol de Europa y, casi te diría, de todo el mundo. España es, pues, un Flandes agrandado, tan ancho como el planeta. es en este Flandes, donde a todos se les ha puesto el sol. Que. cómo puede ser esto?
Después de tu muerte, España señora del mundo, se había convertido en mendiga. Anidaba de aquí para allá, dando tumbos, y como buscando algo que se le hubiera perdido. Quizá buscaba la camisa de su felicidad que había ido dejando podazo a pedazo en las zarzas de su camino. Quizá mejor, buscaba su alma, o se buscaba a sí misma. ii Hasta que se encontró. No te diré por cuáles camino; pero sí, que fue en la plaza pública. En el ágora, hablando a la griega. Siempre he notado, Quijole amigo, que los pueblos perdidos, se encuentran a sí mismos en la plaza pública. Tu patria, entonces, se dispuso a ganar el tiempo perdido. De las dos cosas que tú más cisalzaste, las armas y las letras, se quedó con las letras que son más nobles y encerró las armas en el sepulcro del Cid bajo siete llaves. Era la República y era la Democracia. La España guerrera, igual que tú, había sido derribada del caballo. Pero la España.
Democracia, idealista como tú, soñó con hacer paña feliz. Guay del que toque el tuyo y el mio en esta Edad del Plomo. Guay del que latente contra el santísimo privilegio! Nuestros Abelitus y Anitus, de casco y mitra, le llevarán ante unas tapias, y con una onza de plomo le extraerán bonitamente los sesos de la sesera por la vía más breve. No. Hoy no podrías pronunciar tu Sermón de la Montaña en la Mancha sin que causara baja en tu fachada. En jus días, causaba baja el decirle no a cualquier dogmilla de a tres por ciaco. Hoy podrías decirle no a todo el Credo, sin que tu fachada corriera peligro. Pero no podrías decirle no al tuyo y al mio, sin que temblara toda la Mancha. Ya te dije que el hermano Himler no es como para tomarlo a broma. Mas, a pesar de todo, hermano don Quijote, el eco de tu Sermón de la Montaña resuena hoy por valles, montes e insulas, más de lo que tú sospecharas. no sería extraño que, el dia menos pensado, tu sombra se estremeciera en los Campos Elíseos, oyendo a las trompetas de la Fama anunciar la vuelta de la Edad de Oro. tengo para mí, que esto no te cogería de sorpresa. Tú aprendiste algunos refranes caseros al lado de Sancho. Por ejemplo: que los extremos se tocan; que al lado de la cruz, está el diablo; que hay diablos hasta en las pilas de agua bendita, o digamos, salada. Nosotros sabemos algo más: que el bien necesita del mal, y viceversa, que no hay virtud sin vicio, y viceversa; ai dios sin diablo, y viceversa. Por eso Anatole France, hombre amable, nos recomienda no quejarnos mucho del señor Diablo, porque él ha fabricado, por lo menos, la mitad del mundo; y porque esta mitad encaja tan justamente en la otra, que no hay modo de desencajarlas. Es quizá por esto (cosa que tú probablemente no sabías) que las deidades indias con sus dos caras mirando al pasado y al futuro, atrás y adelante expresa simbólicamente de qué modo pueden volver a encontrarse esos dos tiempos. quića le asegura a uno que, nuestro tiempo no puede volver a hallar al que tú cantaste? Quizá por la ley de los contrarios, est más cerca de lo que pensaen Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica