REPERTORIO AMERICANO 293 Historia del cura y de la piedra que alumbra Colaboración. San José de Costa Rica. de mayo de 1833 Al indio le dolía el corazón.
Pero el domingo había dicho el sacerdote. La confesión lava todo pecado. Venid a mi los que lleváis a cuestas la cruz de los remordimientos.
Los abuelos de Aurelio fueron honradísimos; los padres de Aurelio heredaron fama de honestos.
Aborda el sacerdote una serie de preguntas sin importancia y luego llega al tema. Bueno, Aurelio. qué se te ofrece. Pues, señor, que vengo a decirle que ante.
noche me sucedió una cosa rara. Venía de la montaña y creyendo llegar más pronto a casa, cogi un trillo, y cuando me di cuenta iba liegando a un lugar bien alumbrado. Me voy acercando y no veo fuego. Me santiguo, me encomiendo a Dios y busco la cosa que alumbra.
Era una piedra muy dura. Con el corvo la puyo, y nada. El machete resbala en aquello duro.
Toqué y era fría la piedra. Se iba haciendo más noche y más oscuro, y más alumbraba la piedra.
Puse una seña y regresé por el mismo trillo a la casa, Hoy en la mañana busqué la piedra y es negra, señor cura, y así de grande.
El sacerdote se ha incorporado y escucha con especial atención Ya contó, ya midió, ya pesó. Venderá el diamante y será el más rico de los hombres es lejos, Aurelio. No, señor cuca. Si usté quiere vamos a verla mañana. Saliendo a las cinco media volvemos a las diez.
No lleve sotana. si la lleva la dejamos escondida antes de llegar a la piedra, porque si la piedra es cosa del Diablo, al verlo a usté con esa ropa, huye el encanto. Razón tenés, Aurelio. Dejaré escondida la sotana bajo unos matochos. Te espero mañana de mañanita. de vecas. Antes de las cinco iban a buscar la piedra que alumbra.
Anduvieron más de lo que el sacerdote de seaba, y anduvieron de balde y extraviados, El medio dia los halló muy dentro en la montaña.
La tarde los encontró al pie de unas peñas.
La noche en la cima del monte. Por aquí, señor Cura; Dios nos ha de alumbrar la salida.
El cura está furioso y cansado. Sin embargo, se consuela pensando que tal vez hallen luego la piedra y le compense el día malo que ha pasado buscándola, las nueve de la noche llegan a una choza campesina. Los moradores no duermen todavía y reciben con recelo y de mal modo a los viajeros, que solicitan comida y posada. Comida no hay, y si quieren dormir suban al tabanco y se acomodan en él. Señora, vendanos quesadillas dice el cura.
Pero él había pecado y le dolía el corazón. Qué dicían sus muertos, los que lo vieron mancharse?
No había remedio sino en la confesión. llegó el indio y de rodillas le dijo al sacerdote los pecados veniales. El cura perdonaba las ingenuidades de Aurelio. Mas llegó a lo negro y vacilo angustiado el pecador. Ya, hijo. No, padre Habla pues. Dile a Jesús lo que te aflige.
El es la puerta de la Gloria. No le escondas nada y serás salvo. tras muchas vacilaciones el indio confesó. Me robé una gallina de don Aniceto. Una gallina. Qué barbaridad! Has cometido pecado mortal. Irás al Infierno y arderás mil años por cada pluma del ave robada. Señor cura, no lo hice por maldad. El hambre de mis hijos me enloqueció. No había tortillas, no había frijoles, no había guineos, no había nada, señor cura. Los hijos lloraban y lloraba también la mujer. Nadie nos podía fiar, ni vender, ni regalar, porque en todas las casas había hambre. Sólo don Aniceto el rico tenía de todo, hasta gallinas gordas.
Yo me fuí, para no ver llorae a mis cipotes.
Iba sin saber a dónde, y en el rito hallé la gallina, le arrojé una piedra, le di en la cabeza y no hizo ni cuío. La metí en el saco, la llevé a la casa iv viera, señor cura, la dicha de mis hijos! Lloraban y reían mientras el fuego cocia el animal.
Antes de repartir me hinqué y le pedí perdón a Dios por el cobo.
La mujer y los hijos comieron hasta llenar.
se y después durmieron toda la noche. No te perdono. Robaste y eres pecador. Está bien, señor cura.
Le dolia más el corazón.
No lo quiso perdonar el sacerdote.
La mujer aguarda a al marido, sentada junto al fuego donde hervía el nistamal. No comulgo mañana.
Ese fue todo el comentario.
La india mordió un grano de maíz, después de pasarlo entre los dedos, para saber si ya había pelado el grano. dijo despacio. Vaya pues BRIXENC Mélida de la Selva Retrato por Diego Rivera.
México, 1937. Vestido Panamá. La arboleda reza; el indio medita.
Algo busca lesa alma, porque el indio está ido, mirando sin mirar la lejanía azul.
Ya está: hallo la solución.
El cuca fuma delicioso puro y se mece en la hamaca chalateca.
Gordo, mofletudo, pequeño el ojo inquieto, grueso el labio inferior. Excelente modelo de cura bien nutrido. Buenas tardes, señor cura. Buenas tardes, Aurelio, Qué andás haciendo. Paseando, señor cura. Bueno, sentate.
Desde que un día le dije adiós como suena la cancioncilla romántica no volví a ver a Mélida de la Selva, hasta ahora que ha vuelto a Costa Rict en retrato pintado por Diego Rivera.
En vestido de Panamá de tiveresca ejecución, cara muy muy retrato y manos espléndidas. Si la cara estuviera más manos. el cuadro nos da la oportunidad de saludarla otra vez tendiéndole cordialmente las nuestras a esas manos irreales, por las que ha empezado una transfiguración, una metamorfosis en cuerpo glorioso.
EMILIA PRIETO Julio 10. 1939. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica