1Repertorio Americano SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA San José, Costa Rica 1939 Sábado 22 de Abril Tomo XXXVI Núm. 13 Año XX No. 869 En este número: Vera Yamuni Historias breves.
Libros y autores.
Toblero Poesía épica española.
La muerte del poeta de España: Antonio Machado. Waldo Frank Meditación del día Antonio Machado Al vogar de una pluma bohemia. Victor Lorz 22 años de martirio.
Fdo. León de Vivero El índice.
Angel Ossorio y Gallardo Réplica amieliana al Dr. Marañón.
Enrique Labrador Ruiz Fisonomía poética de Gibrán Norberlo Pinilla poemas.
Gibrán Jalil Gibran Antonio Oliver, Juan Alcaide Sánchez y Bernar do Perea Morales Erase una vez.
Lo máscara que hablaba.
Alfredo Cardona Peña La muerte del poeta de España: Antonio Machado (Traducción de Angel del Río, Prof. en Columbia University. Colaboración. New York, abril de 1939 Cerca de Figueras, en las fértiles llanuras del levante catalán, se alza una antigua masía construída por campesinos del siglo xi. En la parte baja, el establo con un cálido olor de estiércol. Arriba, la enorme cocina de grandes vigas y cacharros de cobre colgados sobre un hogar en cuya lumbre se ha cocido el pan de veinticuatro generaciones. Fué éste el refugio donde Antonio Machado, el poeta más noble de España y uno de los pocos escritores clásicos de nuestro tiempo, pasó sus últimas horas bajo un techo español, en la noche que siguió a la caída de Barcelona (el 27 de enero de 1939. modo de improvisado homenaje quizá no enteramente fortuito cuarenta hombres y mujeres, salidos como Machado de Barcelona en el último momento, compartieron con el poeta el frío de aquella cocina. Cuarenta españoles velando en la oscuridad sin esperanza de que la luz del alba les trajera un nuevo día, sino, más bien, una noche aun más oscura. Entre aquellos hombres se hallaban algunos intelectuales de primer rango que durante dos años y medio habían abandorrado el trabajo de toda su vida y habían luchado por salvar la vida de la República; Pedro Carrasco, director del Observatorio Astronómico de Madrid; Emilio Mira, psiquiatra de fama; Pous y Pages, presidente del Instituto Catalán de Literatura; Enrique Rioja, naturalista; Roy Gomer, geólogo; Joaquín Xirau, rector de la Universidad de Barcelona; Carlos Riba, uno de los mejores poetas catalanes, y Tomás Navarro Tomás, director de la Biblioteca Nacional de Madrid y uno de los primeros filólogos del mundo.
Llovió toda la noche. De vez en cuando el eco sordo de un fusil, el zumbido de una bomba. Los hombres, en posiciones poco cómodas, se dividían las frías losas del piso; Machado, con el cuerpo encorvado, casi vencido ya por la enfermedad, esperaba sentado con las mujeres en los rústicos bancos de madera. Dos años antes había escrito a un amigo desde Madrid: Soy viejo y enfermo, viejo, porque paso de los sesenta, que son muchos años para un español. enfermo, porque las vísceras más importantes, de mi organismo se han puesto de acuerdo para no cumplir exactamente su función. Pienso, sin reunidos en la masia catalana, en la helada penumbra que unas pobres velas dibujaban sobre la humilde cocina, vería desfilar ante su mente los recuerdos de su vida plena y callada, como en el último momento de una lúcida muerte.
La noche siguiente fué la última que pasó Antonio Machado en España. No la pasó ni con sus compañeros ni bajo techo. pie, con la gente humilde, marchó por los caminos bajo la lluvia. Tras ellos, muy cerca, la amenaza de los fascistas. Unidos, apoyándose los unos en los otros para no caer, arrastrando sus cuerpos cansados, se aproximaban a la frontera. Aquellos hombres y aquellas mujeres no podían encararse con la mentira que ha de asegurar la vida al español que permanezca en España. Muchos de los refugiados eran soldados heridos. Machado vió sus vendajes empapados por la lluvia; vió la carne desnuda, enferma, ensangrentada; palpó la ropa mojada de sus compañeros. Allí había niños en los brazos de su madre, había mujeres de edad avanzada. Una de ellas era la madre misma de Machado que nunca había querido separarse de él. El poeta, casi inválido, triste, sostenido, de un lado por la mano de la madre, del otro por el brazo fuerte de su amigo Navarro Tomás, escapaba a la agonía de la España actual. El se iba, sin embargo, dentro de otra España que ha de sobrevivirle; la de esta triste muchedumbre derrotada hoy, pero en la cual alentaban una fuerza de espíritu y una visión como la suya misma, que no pueden morir. Cuando halléis en mis palabras una nota segura, firme había dicho sabed que estoy enseñándoos algo que he aprendido del pueblo.
Su salida de España, la muerte misma de Machado, tienen toda la realidad plástica de sus poemas. Sumergido en la angustia de millones de compatriotas, llegó a la frontera francesa. a la frontera política, porque la Francia amada por él, cuya lengua y literatura había enseñado durante cuarenta años para ganarse el pan, no podía tener fronteras. La de los alambres erizados de púas era la otra. Con sus soldados senegaleses, de fez rojo y cara negra, como una mancha en la oscuridad; con sus oficiales blancos que acababan de decir a esos senegaleses. Hay que tratar a los españoles sin compasión. Era la Francia política! Machado la conocía bien.
Ya sabía cómo su pueblo español había sido Antonio Machado (Como era en sus últimos dias)
embargo, que hay algo en mi poco solidario de mi ruina fisiológica, y que parece implicar salud y juventud de espíritu. Cuando en noviembre del 36 el gobierno ordenó la evacuación a Valencia, Machado habló con un grupo de amigos y camaradas. Les dijo que había ofrecido sus servicios a varios departamentos del ejército sin éxito alguno y explicó por qué, a diferencia de varios ilustres colegas suyos, no podía aceptar un refugio en el extranjero, uno de los muchos que le habían ofrecido en Europa, en Rusia, en América. No hay más elocuencia en España que la del soldado. Es triste estar condenado como yo a la de la pluma. La única moneda con que podemos pagar lo que debemos a nuestro pueblo es la vida.
No se habló mucho en aquella última tertulia que una generación de intelectuales celebraba en su España. Sin duda, cada uno de los (1) Machado nació en Sevilla en 875 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica