Yolanda Oreamuno

REPERTORIO AMERICANO Tomo XXXVI SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA San José, Costa Rica 1939 Sábado 23 de Diciembre Año XX No. 880 Núm. 24 En este número: La historia de mi madre. Sarmiento ¿Qué hora es. La escuela progresiva en los EE. UU. Carlos Luis Sáenz «Vida y milagros de Juan Varela. Yolanda Oreamuno Son apuntes Alicia Castro Argüello Lecciones que pueden aprenderse de los gatos William Lyon Phelps Tenía más hambre el santo.
Francisco Luarca Noticia de libros Un parecer sobre la cuestión de Rusia Emilia Prieto Juan Ruiz de Alarcón José Attolini Romance de Paula y su telar Fryda de Mantovani El hogar paterno Sarmiento Himno la Teosofía Rogelio Sotela La bruja (Cuento de Navidad. Rómulo Tovar La gimnasia en politica.
Federico Proaño Una carta, y un romance: Pinar de la eternidad.
Juan Ramón Jiménez Indice del tomo XXXVI.
La historia de mi madre Sacada de Recuerdos de Provincia, tomo III de las Obras, de Sarmiento. Buenos Aires. 1885.¡A los setenta y seis años de edad, mi madre ha atravesado la cordillera de los Andes, para despedirse de su hijo, antes de descender a la tumba! Esto solo bastaría a dar una idea de la energia moral de su carácter. Cada familia es un poema, ha dicho Lamartine, y el de la mia es triste, luminoso y útil, como aquellos lejanos faroles de papel de las aldeas, que con su apagada luz enseñan, sin embargo, el camino a los que vagan por los campos. Mi madre en su avanzada edad, conserva apenas rastros de una beldad severa y modesta. Su estatura ele.
vada, sus formas acentuadas y huesosas, apareciendo muy marcados en su fisonomía los juanetes, señal de decisión y de energia, he aqui todo lo que de su exterior merece citarse, si no es su frente llena de desigualdades protuberantes, como es raro en su sexo.
Sabía leer y escribir en su juventud, habiendo perdido por el desuso esta última facultad cuando era anciana. Su inteligencia es poco cultivada o más bien destituída de todo ornato, si bien tan clara que en una clase de gramática que yo hacía a mis hermanas, ella de sólo escuchar, mientras por la noche escarmenaba su vellón de lana, resolvía todas las dificultades que a sus hijas dejaban paradas, dando las definiciones de nombres y verbos, los tiempos, y más tarde los accidentes de la oración, con una sagacidad y exactitud raras.
Aparte de esto, su alma, su conciencia, estaban educadas con una elevación que la más alta ciencia no podría por sí sola producir jamás. Yo he podido estudiar esta rara beldad moral, viéndola obrar en circunstancias tan difíciles, tari reiteradas y diversas, sin desmentirse nunca, sin flaquear ni contem porizar, en circunstancias que para otros habrían santificado las concesiones hechas a la vida. aquí debo rastrear la genealogía de aquellas sublimes ideas morales, que fueron la saludable atmósfera que respiro mi alma mientras se desenvolvía en el hogar doméstico. Yo creo firmemente en la trasmisión de la aptitud moral por los órganos, creo en la inyección del espíritu de un hombre en el espíritu de otro por la palabra y el ejemplo. Jóvenes hay que no conocieron a sus padres, y ríen, accionan y gesticulan como ellos; los hombres per versos que dominan a los pueblos, infestan la atmósfera con los hálitos de su alma, sus vicios y sus defectos se reproducen; pueblos hay, que revelan en todos sus actos quiénes los gobiernan; y la moral de los pueblos cultos que, por los libros, los monumentos y la enseñanza, conservan las máximas de los grandes maestros, no habría llegado a ser tan perfecta, si una partícula del espíritu de Jesucristo, por ejemplo, no se introdujera por la enseñanza y la predicación en cada uno de nosotros para mejorar la naturaleza moral.
Yo he querido saber, pues, quién había educado a mi madre, y de sus pláticas, sus citas y sus recuerdos, he sacado casi integra la historia de un hombre de Dios, cuya memoria vive en San Juan, cuya doctrina se perpetúa más o menos pura en el corazón de nuestras madres. fines del siglo XVIII, ordenóse un clérigo sanjuanino don José Castro, y desde sus primeros pasos en la carrera del sacerdocio mostró una consagración a su ministerio edificante, las virtudes de un santo ascético, las ideas de un filósofo, y la piedad de un cristiano de los más bellos tiempos. Era además de sacerdote, médico, quizá para combinar los auxilios espirituales con los corporales, que a veces son más urgentes. Padecía de insomnios o los fíngía en la edad más florida de la vida, y pasaba sus noches en el campanario de la matriz sonando las horas, para auxilio de los enfermos; y tan seguro debía estar de sus conocimientos en el arte de curar, que una vez llamado a hacer los honores del entierro de un mag.
nate, descubrió, como tenía de costumbre, el rostro del cadáver, y levantando la mano hizo señal de callar a los cantores, mandando en seguida deponer el cadáver en tierra, al aire libre, y rezando en su brevia.
rio, hasta que viendo señales de reaparecer la vida, nombrándole en alta y solemne voz por su nombre clevántese, le dijo, que aún le quedan luengos años de vida. con grande estupefacción de los circunstantes y mayor confusión de los médicos que lo habían asistido, al ver incorporarse el supuesto cadáver, paseando miradas aterradas sobre el lúgubre aparato que le rodeaba.
Vestia don José Castro con desaliño, y tal era su abandono, que sus amigos cuidaban de introducirle ropa nueva, fingiendo que era el fruto de una restitución hecha por un penitente en el confesonario, u otras razones igualmente aceptables. Sus limosnas disipaban todas sus entradas; diezmos, primicias y derechos parroquiales eran distribuídos entre las personas menesterosas. Don José Castro predicaba los seis días de Dña. Paula Albarracín de Sarmiento (Oleo de Eugenia Belin Sarmiento. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica