148 REPERTORIO AMERICANO El palmitero (Es una de las más interesantes historias de EL JAUL)
Enhiestas, de tronco delgadito, con su plumón verde, a manera de penacho sobre el casco de los robles y los cedros.
La tala de montaña, en algunas ocasiones ha respetado los palmitos, y sobre los picos de los montes, cuando la neblina se sopla, con gesto de revivirle la vista a un ciego, la palma del palmito cobra todo el sentido de juntarse con Dios, y de mezclarse con las fantasmagorías de las nubes, nacaradas de la muerte del sol.
La neblina de nuevo invade el paisaje, y el palmito se arropa en su eterna compañera.
Esas palmas son las que persigue el palmitero, solamente para lograr su cogollo.
Hay que ver el alarido, al desgarre de cada palmera de esas, al caer en la montaña sobre sus hermanos de toda una vida. Hay que ver cómo se hunde en la tierra húmeda cada palma víctima, tal vez buscando sepultura, honorable sepultura en la tierra negra que amablemente le ha dado su alimento año tras año.
Es profunda, es de azul negro, es voz desgarradora, de tronco astillado en dolor, la caída de una agilísima palmera que se sale sobre todos sus compañeros a tomar la neblina, la lluvia y el sol.
El palmitero comienza su carrera, cargándose al costal nos diez palmitos, medio metro de la única parte blanda de la palma. Aquella carga fajada a la cabeza, el pantalón arrollado para que el barro no le aumente el peso, viene a una venta raquitísima, para las gentes de paladar delicado, venta que se aumenta en la cuaresma, carne de palmas, que ha de sustituir entre los fieles, la de las bestias.
El palmitero en algunas ocasiones mejora su negocio, y una yegua aumenta el atavío.
La yegua es de cara languida, y gesto de cabeza baja, que mete entre las piernas con movimiento de péndulo, de subir y bajar cuestas, y patas traseras arqueadas, de sostenerse en las maneas y resbaladeros de los barros de los caminillos.
Peje no era un palmitero por convicción, ni amor a las cruelísimas marchas; muchas veces contó él la causa por la cual era palmitero. Se cuentan las cosas repetidas veces, a gentes aun sin contacto sobre lo que nos acontece, probablemente para descargar en otros, las ideas que nos aplastan, como buscando un caminante más fuerte que nos ayude a llevar guía. De nada valió ya en el pueblo, cuando Peje ya era otro hombre, que le dijeran que se sosegara, que era un hombre que se había muerto en el monte y que como no tenían como traerlo lo habían amarrado a la yegua y que los acompañantes se habían quedado en una taquilla bebiendo guaro, y que como el caballo conocía el camino siguió su paso.
Todo inútil, en Peje se había grabado profundamente a quella yegua de la muerte, no dormía y se le saltaron los ojos como sucede exactamente con las gentes que ven cosas que no ven los otros. Alli, allí, allí está! y los otros no veían nada.
Contrajo el hábito de huir, de mudarse de lugar, y ningún oficio como el del palmitero, andar y andar. veces se llevaba a la familia, improvisaba ranchos en el monte, y por meses no se volvía a saber de Peje, hasta que el recuerdo los azuzaba de nuevo, y emprendía el camino de vuelta.
Vendía su carga de palmitos, se compraba víveres, y otra vez se internaba en la montaña como quien mete su alma en un túnel en busca del olvido Peje no era ladrón por naturaleza, se había acostumbrado a coger las cosas dentro de la libertad de las soledades de la montaña. Antes de hacer aquel viaje con el muerto no robaba con la sinceridad que el pez abre la boca para tomar su alimento. Antes era él Ezequiel, hijo de ñor Santiago. De nada le valió el poder casi divino de su tata, que le decía con todo el empeño paternal. No huyas si vos no has hecho nada malo, lo del muerto ya pasó, yo soy tu tata y si yo te digo que no veo nada es porque no veo nada. No me diga, tata, más me dice y más veo el muerto a caballo, esos carajos del pueblo empiezan a preguntarme que si todavía lo veo, y más lo veo, hasta que tengo que salir de huida.
Peje de ojos saltones, barbado y cada día más flaco, no inquietaba en sus pérdidas, porque ñor Santiago decía. Ese es como perro de pobre, se pierde, pero vuelve cuando se le olvida la garrotiada.
Peje cada vez alargaba más sus estadas en la montaña, el mecatillo de la cintura ya le daba dos vueltas de aguantar hambre. Se hospeda en ranchos de palmiteros, junto a la malla del monte, palmiteros que nunca se supo cuán.
do habían desaparecido; desbarrancados con un terraplén de tierra, yegua y palmitero iban a parar a las profundidades del riachuelo.
Peje, cada vez se integraba más al perpetuo caer de la lluvia, al barro, con los ojos ya como anillos asombrados, con las barbas de los predicadores, comiendo corazón de palmas y bebiendo el llanto de los peñones de un solo ojo.
Peje no murió, ñor Santiago, el tata, lo esperaba siempre, Peje fué desapareciendo dentro de los brazos del monte. Como el rastro del vuelo de las pajuilas azules.
MAX JIMÉNEZ El centenario de Hostos El Diario de Hoy, San Salvador, 14 de dicembre de 1938 la carga.
El Peje, en una ocasión venía del monte, de dejar unas vacas, de un patrón de lechería; él estaba joven y el camino era muy largo.
Ya de vuelta, cuando el sol se mezquinaba, bajo una lluvia torrencial, se encontró un compañero también a caballo, que andaba desordenadamente, como si el caballo estuviera sin guía. La noche se fué hundiendo dentro de sí misma, y Peje habló al indistinto via.
jero. Eh amigo, como se ha pasado de guaro; el compañero no contestó. Bueno, pues, si no le da la gana no hable, pero por lo menos tome las riendas.
Peje le cogió las manos, y oh pavor! las manos eran de muerto, se le aguzó la vista como sucede con el miedo, y vió claro, muy claro, el cald áver de un hombre; venía amarrado a la montura, los ojos entreabiertos a Ja muerte. Peje vió la muerte, mucho más muerte en las sombras oscuras, cuando los árboles en el camino se rocan por sus ramas, cuando no llueve porque el cielo está llorando.
Peje espoleó su caballo, pero el otro lo seEn 1939. se cumplirá el primer centenario del nacimiento de Eugenio María Hostos en Mayaguez, isla de Puerto Rico. Hemos sido invitados para participar en el homenaje que el continente americano le está debiendo a este grande entre los grandes de América.
Nuestra generación ha sido injusta con Hostos, porque lo ha mantenido en una cierta penumbra. Los jóvenes actuales sabemos que Hosto fue quien escribió unas Lecciones de Derecho Constitucional, unos comentarios de Derecho Constitucional, un Estudio sobre descentralización Administrativa. Hostos fue un tratadista del Derecho; pero fue algo más que eso, algo mejor que eso. Alguien ha dicho que es menester rescatar a Eugenio María Hostos de la trampa de las Escuelas de Derecho y de las sutilezas de los jurisconsultos.
Hostos fue además de un experto como de cimos ahora. de las disciplinas jurídicas, un preocupado por acabar con la incultura de estos pueblos. Sus porfías resultaron siempre constructivas. Aspiró a hacer hombres libres por la cultura y por la honestidad. Fue a Santo Domingo y cuando le dieron campo, cuando le dieron vía libre, fundó la primera Escuela Normal. Suyas son estas palabras de 1884: Era indispensable formar un ejército de maestros, que, en toda la República, militara contra la ignorancia, contra la superstición, contra el cretinismo, contra la barbarie. Era indispensable, para que esos soldados de la verdad pudieran prevalecer en sus combates, que llevaran en la mente una noción clara y en la voluntad una resolución tan firme, que, cuanto más combatie.
ran, tanto más los iluminara la noción, tanto más estoica resolución los impulsara.
Hostos concebia al maestro no un mero en señador de ciencias o de artes sino que un civilizador. El creía que sintiendo que la patria es para el hombre el campo de todas las libertades puede el ciudadano defenderla con los sentimientos que se inculquen en la escuela.
Cuando su Escuela Normal rindió la primera cosecha de Maestros, el grande organizador que era Hostos dijo estas palabras: Junto con el amor a la verdad y a la justicia, había de inculcarse en el espíritu de las generaciones de educandas un sentimiento poderoso de libertad, un conocimiento concienzudo y radical de la potencia constructora de la virtud, y un tan hondo, positivo e inconmovible conocimiento del deber de amar a la patria, en todo bien, por todo bien y para todo bien, que nunca, jamás pudiera ser posible que la patria dejara de ser la madre alma de los hijos nacidos en su regazo santo o de los hijos adoptivos que trajera a su seno el trabajo, la proscripción o el perseguimiento tenaz de un ideal en seguida tendremos que decir más en recuerdo de este ejemplar varón americano que está en la misma altura en que se venera a Sarmiento, a Martí o a Juan Montalvo.
La Escuela Normal de Maestros de Santa Ana está obligada tanto como la Escuela de Derecho de San Salvador a hacer el año entrante el homenaje que merece Eugenio María de Hostos.
ALFONSO ROCHAC Con la CENTRAL DE PUBLICACIONES Avenida Juárez, Apartado 2430. México México. Tels. Eric. 59 75 y 20 838 Méx. 94 30, consigue Ud. este semanario Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica