340 REPERTORIO AMERICANO Poesías Colaboración. rkeley, Calil, 1939 ¿Quiénes son los que vien. Quiénes son los que rien? Señor cura decía Quiénes son los que cantan? a los indios esclavos. Quiénes son los que lloran en el cielo vosotros en la tierra salada?
seréis recompensados.
Los montes son de todos; Se sonreía el indio son de todos las aguas; con su risa de plata: pero los gozan unos será verdá no más y los más los trabajan.
ya que lo dice el taita.
Para algunos es dedo Al negro prometía de caricias el aire; sueño, paz y descanso, para otros en la boca y así el negro aguantaba tiene gusto de sangre.
la caricia del látigo.
La yerba verde es seda Pero un día cualquiera para el hijo del amo, se acabaron las lágrimas; para el hijo del siervo ya los negros no creen se reduce a trabajo.
en los cuentos de hadas; Cantan en los salones la sotana del cura los labios Perfumados, ya la visten los grajos, gritan en las prisiones ya los indios rebeldes otros labios humanos.
andan a machetazos.
En las minas se rompen ¿Quiénes son los que rien?
corazones y brazos. Quiénes son los que cantan?
para sacar el oro ¿Quiénes son los que lloran caro a los potentados.
en la tierra salada?
Recuerdo de Alejandro Venegas 20 años Iba con ellos, visibles, descollantes, firmes como dientes de negro, firmes y brillantes como risas de negro, jugueteando sobre los pechos de la tierra.
En ellos, grávidos, toda riqueza; trigos de Rusia y Kansas, de Argentina y de Australia salitre de Antofogasta y elote de México; en ellos arcoiris y relámpagos.
Iba con atléticos impulsos confesados, directamente a todo, flecha a su punto, sol a su ocaso, sexo al sexo, despreciando frases sin sentido y mareas. sin embargo, colmenas y caricias en bucles, en labios, en palabras o intento, precedían la realización de mi cuerpo.
La realización suprema de ser uno, sin complicaciones mentales ni de sociedad.
Le precedían como pájaros cansados de vuelo, hambrientos y mojados, pájaros que hubieran hecho la guerra en el aire y volvieran ahora con olor de tragedia y hospitales.
Se asomaban a mis ojos las mujeres, relojes implacabales, luciérnagas monótonas, y se caían muertas en los pisos de acero, se caían sus senos en pedazos de nieve, se caían sus labios, hojas sobre las piedras.
Los niños echaban sus abecedarios en las cúpulas, las madres entonaban sin angustia mis versos.
Apretados, saltaban en la tierra caliente toros de lidia, cimarrones, gatos de monte, en pos de un ala, de un rastro, de un alarido, en pos o delante de, mas nunca ahi mismo.
Los frailes tiraban hacia el cielo sus rosarios y cabalgaban en las notas largas de las campanas, fálicos signos eran niños ojerosos en las estancias; en los muslos temblaban pavorosas inquietudes, palomas ahogadas en aceite de vicios.
Un cuervo afilaba su garra en mis cabellos desafiando a la abeja viva de mis labios y al canario adormecido en la hoja con sus ojos de botones de fantasia, muertos. ahí, bajo la montaña y al lado de los esteros, cantaba la lengua fresca de mi ensueño, delgada, plata bruñida, en todo amanecer, livido o rojo, en el estrato de mis veinte años, Iba desnudo en un silencio de hombre modesto o de estrella, se le humedecían los ojos chicos al ver los gusanos en la yerba.
Llevaba una emoción más limpia que trigo y arenas de plata, usaba chaqueta de alpaca, se miraba los pies al andar.
En los alambres de su barba se morían nuestras ofrendas de discípulos, la porqueria y el barro de nuestras almas no soportaban el metal de su brillo, y asi nos escondíamos de él temerosos de gritarle: héroe.
Era un hombre difícil y raro por su aislamiento y su pureza, caviloso y triste, ocultaba su rostro en máscara de piedra.
La gustaban las flores silvestres, el pan candeal, la mora, el boldo, en su palabra y en su ejemplo Crecimos varoniles nosotros.
Los curas le tiraban piedras al medio filo de la noche; los militares le clavaban sus espadas en los riñones.
Los zafios y los cretinos le ponían pieles de sapos para que fueran sus rodillas doblando débiles en los trabajos.
Le rompieron el dedo indice con una patada de elefante; Celestinas y Bachilleres se reían de él por las calles.
Como profeta en el desierto muerto en huracán de voces, aquéllos que fuimos sus hijos no le supimos ver entonces.
Se murió un día; y hubo juerga en todos los barrios tenebrosos, los vientres de los padres de la patria ya podian seguir pudriéndose en el lodo.
Ya podían seguir las guitarras engañando el hambre de las bocas; ya podían seguir los curas echando sermones a las mozas.
Se murió en angustia y silencio asi mueren el pájaro y el pezse fué por un camino gris siempre mirándose los pies.
El debe estar ya muy contento con sus amigos, Pasteur, Tolstoi, aquí se han olvidado de él, acaso fuera lo mejor. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica