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REPERTORIO AMERICANO 197 confío en que, la próxima guerra será, más que otra cosa, una guerra de liberación interior; una operación interna de policía en cada pueblo. Es decir: una guerra civil de los pueblos contra los gobiernos. Es posible que el miedo a la guerra, no sea en el fondo, sino el miedo a la revolución social que ha de traer inexorablemente la próxima guerra. No se olvide que la revolución rusa vino en las alas de la guerra. Mucho me temo que, las guerras del porvenir, no sean traídas todas en bandeja rusa.
VICTOR LORZ las guerras 22 años de martirio Tom Mooney, el dirigente obrero norteamericano, sale de la prisión de San Quintin. Se reconoce y declara su inocencia. Colaboración. New York, de enero de 1939 ta El Continente Americano también ha sido pródigo en errores judiciales que sublevan a cualesquiera conciencia honrada. Tom Mooney y Sacco Vanzetti en los Estados Unidos, y Juan Seoane y Serafín del Mar en el Perú, son casos ya célebres en nuestra historia. Todos ellos inocentes. Todos ellos hombres honrados. Todos ellos, víctimas de nuestros sistemas sociales y económicos. Víctimas propicias, escogidas para detener el avance de la justicia social y la marcha del mundo que adviene.
Juan Seoane, Juez de los Tribunales del Perú, es arrancado de su Magistratura y conducido al tosco banquillo de los acusados. Es necesario incoarlo en la responsabilidad. Es preciso condenarlo a muerte para salvar una tiranía en quiebra, endeble y carcomida. No obstante, su ninguna participación en la ejecución frustrada del Coronel Sánchez Cerro en la Iglesia de Miraflores, se le condena. Ante la protesta y la indignación públicas, se le conmuta la pena de muerte por la de sentencia indeterminada. Esto es 25 años mínimun de reclusión.
Ha permanecido sesenta días en capilla. Todas las noches reo. bía el anuncio de que en la madrugada siguiente sería pasado por las armas.
Hasta la Corte Marcial que lo juzgó, designó a un abogado ad hoc. No tuvo él, ni siquiera el derecho de escoger su defensa. No pudo contar ni con un abogado amigo. Nada valió su irresponsabilidad. aún, vestido con el traje a rayas del presidiario y con un número por todo nombre, espera lleno de fé, en la Penitenciaría de Lima, el día de la liberación. Desde la prisión supo la muerte de su madre, la tuberculización de la esposa, el temprano fallecimiento de su hijita.
Durante un año entero, 365 días y 365 noches. no se le permitió salir de su celda de piedra y fierro, donde apenas cabe una tarima. El es un símbolo viviente, en quien han clavado sus garfios de crueldad, los hombres que gobiernan a nuestros pueblos, lacerando las entrañas, succionando las riquezas, hundiendo a nuestros desventurados países en la ignominia y la vergüenza.
Tom Mooney era un trabajador honrado y eficiente. No participaba de la acción violenta, del sistema nihilista, de los métodos destructores.
Pensaba, que el triunfo vendría, a base de la labor persistente, de la preparación de los cuadros de lucha, del reclamo tenaz y pacífico, de la propaganda cuotidiana y sistemada. Mantenía relación con los dirigentes obreros de todas las tendencias, pero conservando siempre su care individualidad de miembro de la Unión de Torneros, adscrita a la American Federation of Labor. En La Convención Nacional de Uniones, se le veía representando a su grupo, a su sindicato, a sus compañeros.
En 1912 asiste a la Convención Internacional Socialista en Stockolmo. Allí conoce y traba amistad con los líderes de las diversas agrupaciones concurrentes. Ahonda sus convicciones, consolida sus ideas, y retorna a San Francisco con nuevos bríos y pujanzas para la lucha.
En 1914 se declara una huelga de electricistas, y en las Fábricas de Energia Eléctrica se deja sentir la acción de la dinamita. Tom Mooney es acusado, pero sale absuelto.
Los patrones ven en Mooney, un enemigo terrible. Un defensor ardoroso de las masas laboristas. Un conductor que no se vende a ningún precio. Hay que buscar el medio de anularlo. Perseguir la posibilidad de destruirlo, de sepultarlo en alguna prisión. Nunca falta una Bastilla donde acallar el pensamiento y engrilletar la acción. si esto no es suficiente, entonces, matarlo.
Martín Swanson, Jefe de los Detectives contratados por las Corporaciones de Patrones y Propietarios, vigila a Mooney. Lo acecha. Lo persigue. Es su sombra. El va a ser el ejecutor directo y material del negro designio de los ricos industriales.
Tom Mooney sabe eso y mucho más. Una voz interior le susurra que su vida está en peligro. Los suyos le previenen. Pero él no ceja.
Su vida, su existencia, su comodidad, el hogar caluroso, acogedor y confortable, el cariño de la madre, de la esposa, nada significan. El se debe a los suyos. El conoce su camino, y lo sigue. En la ruta hay muchas piedras e incontables espinas. Cuántas encrucijadas! Como todo luchador no olvida que hay un Calvario, más también un Tabor.
En 1916, Mooney se esfuerza por organizar a los tranviarios, y después dirige una huelga de estivadores.
Los ricos industriales y financistas sonríen satisfechos. Mientras los otros sufren y hasta en el instante de morir, generosamente, regalan a la tierra, la cal de sus huesos ellos incrementan sus fortunas y llenan sus arcas de acero.
Tom Mooney, luchador de una sola pieza, en unos altos contempla el paso de los manifestantes. Allí a la cabeza, marchan los patrones, los eternos usufructuarios fratricidas. Tom Mooney mordía su impaciencia y se tragaba su protesta viril, que surgia desde adentro. Estaba a su lado, su esposa, su compañera de ideales, su amiga de todas las horas. De repente, una bomba o más estallan.
Mueren diez curiosos y caen 40 heridos. Una fotografía tomada a Mooney, casualmente en ese justo minuto, prueba que él no colocó el aparato infernal, e investigaciones posteriores demostraron que no intervino en él.
Horas después, el detective Swanson se presentaba a la oficina del Fiscal Charles Fickert, para denunciar a Tom Mooney como culpable. El Fiscal prepara todo el expediente contra Mooney. Con paciencia de sádico levanta el castillo de la acusación. Los jurados se designan con cuidado. Se consiguen y se nombran amigos complacientes e incondicionales. Hombres autómatas. Maniquíes. Seres que se presten al juego, a la pantomima judicial. Los jurados deliberan el día señalado, y uno de ellos, cuando salen del cuarto de las discusiones para entrar en la Audiencia. incontrolable en su nerviosismo, sin dominar sus excitaciones de aprendiz, sin que aún estén sentados en sus bancos, se lleva la mano al cuello, mientras mira insistentemente, con fijeza de doméstico, al Fiscal. La consigna se había cumplido. Pocos minutos después, Mooney escucha la condena, oye el veredicto. Su madre, su anciana madre, y su esposa lloran lágrimas. Las lágrimas cruzan sobre los rostros marchitos y ajados. La angustia se ha metido en ellos. Los mismos policías que sostienen a la madre y a la esposa de Mooney, declarada absuelta en esta audiendia, lloran también furtivamente. En su imaginación pobre y sin brillo, rondan quizás las sombras del Pobre Pandero de Venecia y del Correo de Lyon. inocentes condenados como el tornero de California. Uno de los abogados defensores (de Mooney, declara, que el condenado se comportó como el hombre más calmado en el cuarto de la Audiencia. Tom Mooney ingresa a la prisión de San Quintín. Su cabellera es abundante. Sus mejillas rebosan salud. Su mirada es fuerte, varonil. La de un lider. La de un hombre. Sus mandíbulas no tiemblan. Conserva la serenidad, porque se siente inocente. Tiene 34 años de edad.
Miscarriage of Justice (Un equívoco de la Justicia)
Ton Mooney hijo de un minero de Illinois. los pocos años, huérfano de padre, pasa una dura juventud en Massachusetts, donde su madre trabajaba en una Fábrica de Papel para sostener a tres hijos. Deja la Escuela a los 14 años para ingresar a una Fábrica de Algodón y luego, dedicarse al oficio de Tornero.
Cuando él llegó a San Francisco de California, se hizo miembro del Partido Socialista. El Distrito de la Misión estaba hirviendo bajo la acción de los socialistas, de los anarquistas y de trabajadores internacionales. La organizaba huelgas y preparaba la defensa de los obreros, a quienes los patrones explotaban con dureza.
Mooney no se acobarda ni amilana. Los días correrán, pero la Justicia ha de llegar. La verdad ha de abrirse paso. Piensa quizás en Voltaire. Su espíritu bulle y clama interiormente por hombres que griten su inculpabilidad. las horas vuelan. Los minutos parecen años. Los meses pesan como siglos. Desde su celda, insiste en su irresponsabilidad. Apostrofa contra la infamia que se ha cometido en él.
En Estados Unidos, en Europa, en la América India, hay voces que se levantan. Al fin, ellas serán trompetas de Jericó para derribar las murallas de su encierro. Se publican libros, panfletos, artículos. Se dan conferencias. Se proclama a los cuatro vientos su inocencia.
Hombres del Este Norteamericano, del Centro y del Oeste mismo, se aúnan en esta cruzada.
1916. 22 de Julio. Preparedness Day.
Día de la Parada. Día del Desfile. En esta manifestación, se exhiben las fuerzas reaccionarias contra el pacifismo, las ideas radicales y el movimiento obrero de izquierda en general. Hasta América llegan los estampidos de los cañones, el tableteo de las ametralladoras, los ayes de los que caen en los campos de la vieja Europa. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica