Joaquín García Monge

281 REPERTORIO AMERICANO El último Max Jiménez ante la indife.
rencia nacional Colaboración. San José, Costa Rica y agosto de 1939 Una mujer que lentamente parece llevarse en brazos a sí misma. El gesto cansado, la mirada suave con un tono de triste embrutecimiento, mira hacia donde no ve desde una silla junto al cuadro de luz de la ventana. Los brazos y las manos, enormes, absorben la humanidad total de la figura. Ni las piernas que se adivinan descontinuadas entre los pliegues del vestido, ni las caderas pobres, ni el gesto final de abandono al cansancio, consiguen robarle a los brazos la cantidad de gesto que sintetizan. Sólo mediante una observación atenta, se logra percibir otros detalles: la corbata en el vestido como un lejano reconocimiento a una civilización formal, el injerto de una cabeza que sin duda alguna piensa con enorme dificultad, la ausencia del factor sexo que constituye a través de toda la obra artística de Max Jiménez un factor hipertrofiado y obsesionante, el sello de interior doméstico que aumenta la pasividad de la mujer. Todo está diluído en los brazos y las manos.
Sólo hay un detalle que se salva; una maceta con una plantita en el marco de la venDesde París nos ha llegado, a mí como a algunos otros hipotéticos interesados en cuestiones artísticas, un pequeño librito con ocho reproducciones de Max Jiménez, abiertos por un comentario friamente cerebral de un buen crítico de arte francés. Corresponde a la reciente exposición que Max hiciera en París de sus obras pictóricas.
Supongo que habrán circulado numerosos ejemplares de este folleto entre las gentes que en Costa Rica, por afinidades artísticas o amistosas con el pintor, consideró él habrían de sentirse interesadas hacia esta manifestación de un artista nacional ante la crítica, que imagino Severa, del público europeo. Pero no pasa de simple suposición afirmar el hecho. Hace ya sus semanas que el folleto llegó a mis manos, e inútilmente he esperado un comentario, favorable o adverso sobre el asunto. Solamente una laconica traducción del prólogo en francés a que antes hago referencia, con la reprodución de uno de los cuadros, apareció en un diario de aquí, sin comentario personal, crítico o amistoso de ninguna indole. Parecía el simple cumplimiento de una formalidad periodística. Max Jiménez hace bien en ir a buscar a otros sitios gente a quien mostrarle su dación artística, ya que la mayoría de los nuestros, por inamovible indiferencia nacional o, por las mediocres rencillas de pantano que infestan el ambiente, consideran desvalorizada su granítica dignidad en darse por simplemente enterados.
Si por razones de desconocimiento técnico o por temor a vermie señalada como la persona que ha de romper la estudiada pasividad que anoto, hubiera de callar mi sorpresa y mi diesconcierto, prefiero someterme a la doble admonición silenciosa del círculo artistico nacional, y decir, bueno o malo, lo que pienso de tal actitud y de Max Jiménez.
Realmente, como antes he apuntado, no puedo hacerle a Max un elogio o una crítica de autoridad en la materia; pero si debo y quiero poner ante su obra un comentario cordial, Dos son los cuadros que señalé a don Joaquín García Monge la única persona que en todo momento a través de tantos años y ante tantas cosas ha mantenido una actitud de ponderación y receptividad como destacados positivamente en el conjunto.
tana. Es el último punto de contacto con la realidad, en el cual hay que apoyarse familiarmente para entender el por qué y el cómo de la consecución artística, que indudablemente existe en este cuadro. Con una gran sensación de consuelo se recuerda la maceta que vemos sin ver en todas partes, la maceta donde ponen su agua y su cariño tantas gentes anónimas; hasta en mi casa debe de haber alguna que nunca he observado. Al cuadro se llega por las manos y se sale por la ventana: es la única posibilidad de evasión que queda.
Al otro cuadro señalado por mí, no quiero hacerle largo comentario. Precisamente por simple, por inteligible, lo escogi. Es un grupo para todo el mundo, en el cual, sin dificultades asimilativas, pueden encontrarse viento, empuje, colaboración, agresividad, salud. Has.
ta merece esas observaciones ambiguas que la gente entendida que no entiende tiene para tal ocasión: está conseguido, dirían. Yo sin entender. ratifico en otro color sensacional la afirmación, y añado, que la vibración popular del motivo, constituye, a mi entender, la médula espinal de esta obra.
Los ocho cuadros justifican y yo la hice también la crítica general de falta de contacto con nosotros, con nuestros problemas, con el ambiente y el país de origen de Max Jiménez.
En principio cabe rotundamente esta aseveración. Cuba y sus pintores y artistas, ambientes culturales diferentes a éste, otros climas y distintos modos, se adivinan en intima conjunción con el pintor. Pero sugiero yo. la indiferencia que hoy se manifiesta como un constante de nuestra idiosincracia, y que ha seguido a Max en su gradación temperamental, sin haber conseguido éste rizar un solo momento la seca epidermis local, no justifican, siquiera en una mínima parte, que otros valores sustituyan a los nuestros en la corporización de su obra artística. Hay sí, en todo él y en sus múltiples trabajos, un climax permanente de bohemia enfermiza que ha restado, en forma indubitable para mí, vigor intrinseco a Max Jiménez. Ha ambulado desde que yo lo conozco, innúmeros caminos: el verso, la novela, el ensayo, el grabado en madera, la escultura, hasta la fotografía. Hoy la pintura. De ahí que yo diga el último Max Jiménez. El que ensaya ante él posturas de entrega, se desvía ante el desaliento, el infinito buscar de Max Jiménez.
sus manos, que se endurecen luchando con la piedra y que empiezan a adquirir sabiduría maestra, han de ablandarse de nuevo para coger el pincel; la mente orientada en proa al sendero poético, desfallece dentro de un cuarto osouro donde Max, escabullizo, revela mecánicamente negativos fotográficos. Cada nuebo rumbo significa un paralelo abandono de la línea en que ya su mente, su habilidad y su sensibilidad se habían enfocado. Es esto o no susceptible de modificar la intensidad constructiva de un artista. Yo estimo que sí lo es. haciéndole crítica aún más sincera. Se dice también aquí, que Max Jiménez busca deliberadamente el elogio, ya veces que hasta lo paga. Es cierto que lo necesita, como cualquier ser humano, y que lo busca también es verdad.
Pero las razones de tal actitud no se han de encontrar únicamente en él, pues en parte nos toca a todos, ya que si no se le hubiese negado la cordialidad y la atención que lo justiprecian (como hoy se le niegan) su actitud, a veces poco serena, sería mesurada y estable.
La autocrítica no se impone en él, por lógica desviación ante el complejo múltiple que se le ha interpuesto para que llegue a sentir, en humano, como sin importancia tales actitudes.
Tocado por el tema, y en generalización (Concluye en la página 283. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica