360 REPERTORIO AMERICANO Remigio Crespo Toral Colaboración. Quitu, setiembre, 1939 Remigio Crespo Toral Remigio Crespo Toral, gran figura de las letras ecuatorianas, no logró vencer, como otros de obra acaso más parca, los lindes andinos, para que su nombre se bañara de auras de celebridad en los climas distantes. Faltóle el recurso de la propaganda y a la circunstancia de que se le desconociese casi en países en los cuales los libros de algunos ecuatorianos son celebrados, se refería Gonzalo Zaldumbide en su estudio «Un gran poeta ignorado. Los volúmenes de Crespo Toral hiciéronse en las ediciones que hemos dado en llamar familiares, por su destino de quedarse en el marco de nuestras montañas y llegar, cuando más, al reposo de las bibliotecas en donde a veces se recoge la suerte del polvillo o medra la polilla erudita, esa que gusta de comerse la letra. es que Crespo Toral cumplió con su misión de escribir sin el anhelo de figuraciones que acicatea el empeño de los menos afanosos y de los más precavidos No buscó la autopropaganda, algo necesaria al fin cuando se desarrolla con mesura. Ni hubo de recurrir al elogio persistente de los otros, en busca de reciprocidades. este es ya un perfil sereno que parecía demostrarse en el soma de Crespo, en su cabeza digna y firme, sin orgullo.
Ocurre que los nuevos, por un sentimiento consono con la prisa de su estreno, desdeñan en cierto modo a los que llaman clásicos. condición de merecer ellos también, después de la prueba del tiempo, el dictado de tales si llegaron a ealizar la obra perfecta. No es raro, por esto, que los que pertenecieron a una escuela que no está en boga, caigan en temporales desestimaciones o se ejercite con ellos una revisión apresurada, y a tal punto apresurada, que los juicios se establecen en muchas veces sobre lo que no se conoce suficientemente. Pero de un balance crítico de la obra de Crespo Toral, ha de quedar la valía de aquella, una de las más completas y magníficas en las letras ecuatorianas. Ya se ha de escribir el libro que la valorice y la pese enteramente. este no es el momento, ni el tiempo y el espacio darían para el desarrollo propicio de un aprecio, así no fuese más que panorámico, de sus libros de latitud y de profundidad. Pero apuntaríamos un concepto de conjunto, sosteniendo que en Crespo Toral existió un gran polígrafo. El hombre de muchas letras. El talento universal para el cual el estudio es de naturaleza, así como la facilidad de la expresión. Acaso, personalmente, no nos pasione el Crespo Toral poeta. Mas el burilador de estrofas, con un tacto parnasiano, siempre será admirable. No es, para nuestro juicio, enteramente emotivo. Una sobriedad de temperamento corre por su estrofa marmórea. Pero el sensitivo entibia, una vez, su verso de aura cálida, con las remembranzas marinas y azuayas y amorosas de su «Mi Poema. se muestra romántico en «La Leyenda de Hernán. en donde hay episodios casi enternecidos. En cambio parécennos de alguna frialdad estatuaria sus Leyendas de Arte. El tema libresco no se esponja en metáfora caliente. Los perfiles de los del Arte se troquelan en forma modelada y los ojos verdes de la estatua bella, están fijados en esmeralda mineral. No obstante, la perfección de algunas de sus leyendas equivale como una reviviscencia de las vidas de quienes se dieron a la fiebre interna de la creación. abrir el libro de un millar de páginas es como pasearse por el panteón de los inmortales.
El Crespo Toral prosista siempre se nos ha revelado intachable. De los completos, de los acabados. Digno de llegar a una antología en la que figuraran los doce mejores prosistas de América. No solamente entre los diez más calificados de nuestra patria, tal como lo apuntó Nicolás Jiménez, incluyendo entre aquellos, por exceso de benevolencia, a este comentarista, y acaso por sus libros de mayor reposo. Prosista hecho de todos los valores, Remigio Crespo Toral. De un estilo sin preciosismo, más bien academista, límpido de pureza, esencial en la sustancia y con esa propiedad de la forma, que trasciende del fondo, o que más bien se traduce en la unificación.
Prosa parcamente adjetivada, sin campo mayor para un metaforismo abundoso que es de tan difíciles realizaciones y que puede dar en la fatiga, en el recargo o el barroquismo, y que la juzgamos patrimonio de unos pocos y acierto, en verdad, de excepción. Prosa medulada y modulada, así por los asuntos de cerebraciones, como por el ritmo terso, igual, fluido. Al leer morosa y atentamente la prosa de Crespo Toral se llega a la penúltima justificación de que el poeta es el que está en mejor potencia para llegar a ser un gran prosista. que el escritor de pura sangre acaba por desembocar en el río ancho de la prosa.
Guardamos de Crespo Toral, un recuerdo amistoso, nítido y cercano. Su cabeza serena y ya trazada de arrugas es de las que no se olvidan. Cabeza erguida sobre el cuerpo alto y recto, en la edad del ocaso. Nevada en una blancura total. La figura empaquetada en un traje negro, siempre irreprochable. Los ojos con un cerco algo enrojecido por la edad y la vigilia de lámpara, junto al libro millonésimo o a la cuartilla que se llenaba renovadamente con su letra sin temblor, de fino perfil, estilizada y flaca como si hubiese sido trazada con la punta de un alfiler. Bajo la nariz recta el bigote blanco, caído en dos breves alas sobre los labios del conversador amable que nos decía muchas cosas de la historia y de los grandes hombres del Arte, para conmoverse brevemente, cuando recordaba de sus estrofas de «Mi Poema o de sus amigos que le antecedieron en el viaje, como Miguel Moreno o el dulce y múltiple Honorato Vásquez. Estaba hecho, formado del todo, ya sin inquietudes visibles, aun cuando le doliese en lo profundo ese algo que no puede estar ausente de la vida. Crespo daba la impresión de que no existían en su temperamento esas zonas que están todavía por poblarse. es que en hora más que meridiana, Crespo debía sentir que en el ya no había nada por hacer. Pero no fué declinante su tránsito hacia el año ochenta.
Recto y ágil todavía, parece que escribió y leyó casi hasta la víspera de su fin de viaje.
AUGUSTO ARIAS Así está escrito. Qué quieres, Deborah. decíale Mendel Singer. Los pobres son impotentes; Dios no les da piezas de oro, no les toca la lotería y deben sobrellevar su suerte con resignación. El da a uno y se lo quita al otro. No sé por qué nos castiga: primero en Menuchim, el enfermo, y ahora en nuestros hijos sanos. Así es de miserable la suerte del pobre cuando ha pecado o se halla enfermo. Pero debe ser aceptada sin protestas. Deja que los hijos entren en el servicio. No se perderán! No hay fuerza alguna contra la voluntad del cielo. De él vienen el true.
no y el rayo; se aboveda sobre toda la tierra y nadie puede esconderse. Así está escrito. El hombre debe saber ayudarse a sí mismo, y Dios le ayudará. Así es como está escrito, Mendel. Sabes siempre de memoria las frases falsas. Se han escrito miles de sentencias y tú no conoces más que las inútiles. Te vuelves tonto a fuerza de enseñar a los niños.
Tá les das a ellos toda tu inteligencia y ellos te dejan a ti su ignorancia. Eres un maestro, Mendel, un maestro. De Joseph Roth, en la novela Job. Madrid 1930. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica