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198 REPERTORIO AMERICANO Un Alcalde de New York, James Walker, crece defendiendo a Tom Mooney.
Tom Mooney maneja los hilos de su defensa, desde San Quintín. No desfallece. Su fuerza interior no decae ni se apaga. Se forman instituciones, ligas, comités para colaborar y prestar ayuda a su defensa. Se hacen erogaciones. Ellas importan centenares y miles de dólares. Seis Gobernadores de California, niéganse a la revisión del fallo. La Corte Suprema de California y la propia Corte Suprema de los Estados Unidos, no acceden a los pedidos de justicia. Se invocan fútiles pretextos de procedimiento, casuismos absurdos para denegarla.
Los rábulas y los curiales, desde el lejano y remoto Sahendrin, cuentan a menudo, con excepciones para eludir la verdad.
La gota de agua sigue cavando la piedra absurda de la oposición. Se hace torrente. Los industriales y financistas de California le ofrecen a Tom Mooney, su libertad condicionada, restricta. Quieren arrancarle la promesa de que abandonará la defensa futura de los trabajadores. Pretenden de él, el compromiso formal de que se retirará a la vida pacífica, tranquila, holgazana.
Mooney no acepta. Su libertad la quiere absoluta. Sin límites. Su inocencia la exige pregonada. La verdad desnuda. Salir de la prisión con la frente alta. Tal como entró. Si en sus años mozos retó a las horcas caudinas de las concupiscencias y se enfrentó al crimen, al abuso, al atropello, al halago tentador, ahora no rompería su línea. Daría por el contrario, una nueva lección de dignidad, de hombría, de valer moral, de grandeza ante la iniquidad y el infortunio. Su posición es la misma. Hay consecuencia en la trayeotoria. Mooney es de pasta moral monolítica. Así entero. Sin junturas, sin dobleces, sin arquerías que se precipitan o deslifornia, en sus discursos y su propaganda sugestionante, habla de la inocencia de Tom Mooney. Su libertad vendrá, si llega al Ejecutivo, apunta. de noviembre. Tom Mooney en el Penal, prosigue su labor de enfermero. Desde el Hospital y a través del radio, oye que las ánforas van voceando el triunfo de Culbert Olson, como Gobernador de California.
Cuando las cifras cantan la victoria de Olson, Mooney sin que su rostro revele una sorpresa inusitada, se encuentra satisfecho, feliz.
Porque el éxito de Olson es obra de los trabajadores, de los compañeros de Mooney. Su libertad será igualmente fruto de los mismos trabajadores. de enero de 1939 Periódicos de California, de Chicago, de Boston, de Pensilvania, de Philadelphia, de New York, de Washington, de Londres, de París, Idel mundo entero, a grandes cintillos, aseveran como noticia central, la libertad de Tom Mooney. No importa que los industriales y financieros de California reincidan maliciosamente en sostener que Mooney es un agitador obrero. Para los hombres libres, él es un agitador de conciencias, un flagelador de injusticias, una bandera, un pedazo de carne trabajadora, arrancada a los dientes incisivos del capitalismo, por el esfuerzo arrollador de los trabajadores.
Tom Mooney tiene ya 56 años de edad. Ha sufrido mucho. Como todo preso, ha vivido el drama de la prisión, la tribulación constante de los días contínuos, la pena larga e infinita de las noches largas o infinitas. Sus ojos han visto por todas partes durante 22 años, el gris de la piedra, el tono de muerte inconfundible y pertinaz del muro que se clava y no quiere dejarnos.
Tom Mooney es llevado a presencia del Gobernador, 300 personas llenan la Sala, atestada de curiosidad, pletórica de entusiasmo, preñada de fe, desbordante de simpatía. El Gobernador desde la tribuna, habla emocionado. En las últimas 48 horas, ha recibido una información complementaria de la firme creencia que tenía de la inculpabilidad de Mooney.
El hijo de uno de los muertos en la parada de julio de 1916, ha escrito al Gobernador, responsabilizándolo por la libertad de Mooney.
El Gobernador en la Audiencia, exclama: Los que se oponen a la libertad de Mooney, que avancen y se encaren conmigo.
Silencio sepulcral. Ni la respiración se escucha. luego, a los 30 segundos, una salva atronadora de aplausos. Puede Usted levantarse, Tom Mooney, agrega el Gobernador.
He firmado y le entrego a Usted, este extenso e incondicional perdón, y ahora doy instrucciones al Jefe de la Prisión de San Quintín para su libertad, y espero que la ejerza bajo altos ideales.
Las palmas de la mano se agitan una con otra. La sensación es como si quisieran romperse. El ambiente está cargado de electricidad.
Hay un oleaje de alegría. Los ojos peiben como si una marca de carne y huesos se levantase. Los pechos se agitan. Son minutos de explosión indescriptible. Allí vibra integra y cabal el alma del pueblo.
Mooney se adelanta a la tribuna, y enderezando la mano generosa y cordial, expresa. Yo no puedo olvidar la significación de este día y las fuerzas que están detrás de ella. Aquí hay signos de la expresión democrática del pueblo de California. Yo estoy completamente convencido, de que nuevas fuer: zas económicas y políticas están surgiendo. Este es un grito contra el tiempo, cuando el Estado estaba controlado por una máquina corporativa reaccionaria, en que se silenciaba la voz de Tom Mooney, cada vez que en esos años, buscaba justicia. Yo recuerdo siempre la noche de mi condena, cuando el Jurado, emitió el fallo, y uno de ellos, mirando al Fiscal, llevó sus dedos a la garganta.
La voz de Tom Mooney se quiebra, se enronquece, se ahoga. Su esposa Rena, que lo ha yudado con fervor indesmayable en su liberación, y que hallábase al lado izquierdo de Mooney, llora, llora sin cesar. Las lágrimas saladas caen en su rostro, gruesas, perladas, abundantes.
Prosiguiendo Mooney, indica: Que sus enemigos basaron la acusación en falsas suposiciones de criminalidad para deshacerse de un hombre peligroso. Yo asimismo recuerdo, los gritos de desesperación de mi vieja madre, de mi esposa y hasta de los mismos policías que sostenían a los míos. Yo dedicaré, el resto de mi vida, en trabajar por el triunfo de la democracia, porque fuerzas obscuras y siniestras del fascismo reaccionario, están haciendo crepitar el mundo.
Tom Mooney sigue hablando. Su amplio torax se dilata. Manifiesta que luchará por un nuevo y mejor orden social, para lo que es imperativo unir los anhelos y trabajos por la causa común.
Cuando se refiere a compañero Billing, preso como él por la explosión de la bomba en 1916, la emoción lo baña. Una nube pasa por sus ojos, y el recuerdo del compañero mártir, lo atenacea. Asegura que luchará por la libertad de Billing, condenado a cadena perpetua, y al presente, técnicamente inelegible para la clemencia ejecutiva.
moronan.
Pero la opinión está ya formada. El ambiente se ha logrado. La inocencia de Mooney, entraña la victoria de la justicia. todos luchan por ella. Los ricos industriales y potentados financieros serán barridos, Los locales obreros de todas partes del mundo, allí donde la tiranía no está entronizada, ostentan el retrato de Tom Mooney, tras los barrotes de la prisión. Su nombre es ya una bandera, un oriflama.
Políticos, intelectuales, periodistas, hombres de pensamiento, cerebros preclaros, gente humilde, modesta, visitan a Tom Mooney en su prisión. Sus cabellos se van poniendo grises.
Sus músculos faciales se van hundiendo. Pero la mirada no pierde sus destellos. Sus ojos son antorchas que iluminan. Los visitantes salen impresionados.
Las campañas electorales tampoco olvidan al ilustre detenido. Los candidatos aseguran su libertad, si alcanzan la victoria.
Los demócratas de Roosevelt van a la jornada electoral el 38. Es noviembre, día de los muertos. El candidato a Gobernador por Ca130. 000 frabajadores Horas después, 130. 000 trabajadores se confundían en una fiesta, celebrando la libertad de Mooney. El Gobernador de California, al aproximarse a un micro para pronunciar el discurso, sufre un colapso, siendo conducido al Hospital. Esos trabajadores como los millones de obreros de los Estados Unidos, consideran día de la libertad de Mooney como día de su auténtica libertad.
Dr. García Carrillo ofrece a usled sus servicios profesionales Medicina General Corazón y Aparato Circulatorio Electrocardiografía Tom Mooney, un hombre bueno El liberado de San Quintín, el Tornero de California, observó que llegará un día, en que el capitalismo será abatido en América, y en que el movimiento obrero vencerá, pero nosotros aclara no tenemos por qué repetir la experiencia rusa. Condiciones diferentes dictarán métodos diferentes. No hay que equivocarse que esto no vendrá sin lucha, sin terrible lucha. Mientras los industriales y plutócratas de California, insisten en que Mooney es un (Termina en la pág. 207)
San José de Costa Rica.
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