138 REPERTORIO AMERICANO disco; además, el teléfono, para llamar inmediatamente al Jefe Blanco, y dos pistolas auto.
máticas de esas de a cinco tiros por segurdo, para entretener a los mañosos mientras llega el apreciable Jefe. La otra mitad se compone de los ciudadanos que guardan en casa, a más de sus interesantes personas, un lazo de mecapalero, o una sartén de freír nuégados, o una batea de lavar, o un violín de aplanchadora, y raramen.
te, muy raramente, alguna boleta del montepío, valor de un rebozo o unos zapatos. Suma, veintidos reales, sin contar la persona. Los mañosos conocen bien la situación financiera de estas dos categorías de ciudadanos, y se dicen muy justamente: a casa de los primeros no nos conviene entrar, porque hay demasiado; a casa de los segundos, tampoco, porque no hay nada. Así, no les queda otro campo de acción que las casas de que hablamos primero: de los dos tercios de familias que, en realidad, no tienen nada que merezca robarse; pero en las cuales hay una infinidad de cosas, de todas edades y estilos, que sus dueños llaman sus bienes, y que estiman y guardan más que a las niñas de los ojos.
los terremotos, y las calandrías, inermes y mínimas, que sueltan el canto apenas entreasoma la Aurora, sin detenerse un instante a pensar en las infinitas fuerzas hostiles de la Natura.
leza: la serenidad del ánimo es no sólo una virtud suprema, sino la flor de las virtudes conjuntas. No se pueden contar decía Nieztche las virtudes que se necesitan para dormir bien. Dormir bien, largamente, profundamente, serenamente, eso quiere decir que no tenemos envidia, ni rencor, ni despecho, ni avaricia, ni concupiscencia, ni odio, ni ambición, ni melancolía, ni pereza, ni gula, ni contaminación ninguna que nos ensombrezca el alma o nos oprima el corazón. Para dormir tranquilamente, sin miedo a los mañosos, dejando las puertas abiertas, se necesita por lo menos alguna levadura de virtudes, y si usted tiembla por sus chunches, usted no puede tener esa levadura. Guarda usted, y cuida y vigila y acrece su tesoro de chunches. Pues acabará usted por amarlos, y su corazón estará en ellos, y no podrá dormir si cree que se los pueden robar. para que no se los roben, preferirá cerrar todas las puertas, y exponerse a que la maten los adobes. Porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón.
quedaron solas, una, dos, tres semanas; sin vi.
gilancia de ningún género; con las sillas, mesas, lavatorios y otros muebles portátiles tirados en los patios; con los tapiales enteramente destruídos, de tal manera que no había sino alargar la mano para llevarse algo. Sin embargo, nadie se llevo nada. Por darnos facha, corría la voz de que el Gobierno, para hacer respetar la propiedad, había fusilado a una infinidad de ladrones; y la decepción fué grande en los pueblos, cuando gentes bien informadas que llegaban de San Salvador, aseguraron que no se había podido comprobar un solo caso fusilable y que los mañosos no se habían dignado dar a la policía ni la ocasión de estirar las piernas en una carrera de velocidad. Quien haya visto como guardan las gentes en Italia y en Chile sus casas y sus cosas, lo mismo que en otros muchos países de Eu: ropa y de América, se reirá al recordar que se habla tanto de ladrones en una ciudad como ésta, donde los patios, en cantidad tan grande, se hallan circundados y defendidos por acapetates, costales viejos, yaras de caña brava ya decrépitas, pedazos de latón oxidado y otras defensas similares, tan inexpugnables como esas.
Lo único que podría infundir algún respeto son los chuchos; pero como en vez de uno, fuerte y bien cuidado, tienen en cada casa diez y siete descriados y convalecientes, resulta que no se les alcanza a oír los ladridos, y que los mañosos, provistos de sendos semitones, en un instante podrían atraerles a todos a su partido. No; eso de mañosos en San Salvador, son meras imaginaciones. Para qué habían de robar, exponiéndose a ir a la cárcel, lo que amigablemente se puede obtener, y se obtiene, con sólo pedirlo en las calles, en los parques y en los teatros, a toda hora. Mendigos y pedigüeños, sí, a nubadas; adrones, no. Naturalmente, allá muy de tarde en tarde, se presenta algún caso, para que no se oxide la Sección de Pesquisas, y para sacar de apuros a los diaristas, agotados de tanto pensar y discurrir; pero, justamente, esos rarisimos ejemplos confirman da incapacidad del salvadoreño para el robo. Es una inhabilidad tan grande, que no sólo no logran nunca quedarse con lo hurtado, sino que ni siquiera lo ocultan y defienden lo bastante para que se luzcan los detectives. Así es la mañosería en San Salvador: a menos que no haya sido el joven primogénito, que se sacó los argollones de oro de mamá, o la gargantilla de coral de la tia Dominga, para venderlos y llevar con el precio una hora de marimba a Juanita. Esto en cuanto a la supuesta abundancia de los mañosos y a su habilidad pasmosa. Ahora, en cuanto a la posibilidad de ser robado, baremos otra clase de consideraciones. Luis Lagos, de grata memoria, nos enseñó y demostró en Santiago de Chile, en la Calle Nueva Valdez, donde él fundó y dirigía una casa de pensio.
nistas, esta doctrina que yo profeso desde entonces: Un ladrón que merezca el nombre de tal, jamás se meterá en una casa en donde no haya nada que robar, ni se robará nada que no pueda serle útil. Ahora bien, dos tercios de las casas de San Salvador, se hallan en ese caso: no hay en ellas nada que robar, nada que pueda servir de tentación a un ladrón que se estime. Del otro tercio, la mitad son las mansiones de don Ricardo, de don David. de don Emeterio, de don Salvador, de don Ramón y otros demócratas que tienen su dinero en el Banco y no en casa. Lo que tienen en casa es un par de mastines, grandes como toros, capaces de hacer polvo a un mañoso de cada morEl capítulo VIII y último lo dedica a hablarnos de los chunches y telengues, o sea de esa cantidad enorme de cachivaches que conservamos amorosamente por diversos motivos y a los que tienen particular apego las amas de casa, sean pobres o ricas.
Esta vez habla con las señoras, y entre otras cosas les dice. Chunche, chinche. La palabra misma es repulsiva y talepatos, y una señora como usted, que sin duda es joven, elegante y bonita, no debiera ponerse a riesgo de que sus labios pronunciaran tan vulgar y roñoso vocablo. La palabreja esa, lo mismo que la cosa, han nacido, aunque de ello usted no se haya percatado, del egoísmo y de la mezquindad más ascendradcs que cabe imaginarnos.
Masferrer, como otros muchos, se volvió escéptico a fuerza de recibir golpes y desengaños.
En su juventud fué optimista y creyó que con leyes alcanzaríamos la soñada meta. allá por los años 95 y 96 se hizo parlamentarista, en unión del maestro Gavidia, Víctor Jerez, José Navarro, Alonso Reyes Guerra y otros soñadores.
Años después nos refirió en festivo estilo la odisea de los que intentaron el generoso ensayo. No recordáis el cómico relato que nos hizo de cuando se presentó diputado de la oposi.
ción: de su triunfo en las elecciones de la capital y de su oprobiosa derrota en Panchimalco?
Porque fueron los humildes inditos comecuétanos los que pusieron el veto al exótico parlamentarismo. Nada de reformas dijeron así estamos bien. Quizás conocían la fá.
bula de Las ranas pidiendo Rey. Qué triste es nuestra historia. Posteriormente, y de esto hará unos ocho años, un diputado ganadero pidió que se gravara con derechos prohibitivos el queso duro importado.
Masferrer saltó a la palestra defendiendo a para terminar con el jocundo ensayo que tituló Masferrer: En busca del epicentro, vais a escuchar la despedida del Maestro: Escribió esto. Señora, lo he reflexionado mejor, y. francamente. no se puede. No se puede, y le voy a decir por qué: la serenidad del ánimo, ésa que demuestran los niños cuando encuentran motivos de juego en John Keith Co.
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