Democracy

Repertorio Americano SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA San José, Costa Rica 1939 Sábado 22 de Ju io Tomo XXXVI Núm. 17 Año XX No. 873 De Juan de Dios Unibe se trofa.
El indio Uribe.
Scmofén.
Oda a los fusilad en Madrid.
Bolivar iechazó la autocracia.
En Colombia pienso.
En este número. Restrepo, Juan CoroUna lección civica. Sanín Cano nely Rafael López Barall Anverso y reverso.
Calibán Clemente Manuel Zavala En el memorable aniversario 150.
Alejandro Alvarado Quirós Juan de Uribe Ricardo Segura Al vogar de una pluma bohemia (3. Victor Lorz Estamos con la buena causa, qu es la de Chile.
Carlos Lozano y Lozano García Monge desde luego Juan del Camino de Dios Uribe se trata De Juan Páginas sacadas del fomo de las Obras completas de Juan de Uribe.
Bogolá. 1913. Compilador y editor: Antonio José Restrepo Cosmopolita como Montalvo con quien se le compara frecuentemente y a quien aventaja en profundidad de ideas, brío y movimiento, si no iguala en la riqueza del léxico, fué como el sin par ecuatoriano, desterrado, peregrino, admirador y admirado de los varios países hermanos donde posó su planta. Estados Unidos, Venezulea, Centro América y Ecuador donde vino a morir sirviendo la causa de las ideas revolucionarias que bullían en su cerebro y en aquel nudo de volcanes le vieron sucesivamente, como un meteoro ígneo, esparciendo las llamas de su genio, ahora como torbellinos de lava, quizá como reflejos pláci.
dos de la luz tibia de su corazón, inflamado para el bien y el amor de sus hermanos. Dondequiera fué el mismo, consecuente y sincero, recto, altivo y veraz, dulce y afable al propio tiempo. Todos cuantos le conocieron y trataron amáronle como amigos, aunque discreparan de sus puntos de vista y lo tuvieran en veces por errado en sus conceptos, aberrante en sus predilecciones y no siempre justificado en sus odios.
Bien nacido, creado al amor de un hogar de excelsas virtudes donde el fervor por la ciencia y la verdad era hereditario surgió a la vida intelectual en Popayán, al estallido de la guerra de 1876 77, y oyendo perorar a Conto y a David Peña en las Sociedades democráticas de Cali, al resplandor de las armas que iban con él y con su padre y correligionarios a vencer en los Chancos, el Arenillo y Manizales. Vio el desastre de Antioquia, su tierra nativa que adoraba, en el empeño de esa guerra religiosa, présago de males que aún no acaban. Vino a Bogotá, siguió informales estudios de Filosofía y Letras, y conoció y trató a nuestros grandes hombres, tomó parte luchas candentes de la política de entonces, fué diputado y periodista, agitador de las masas en las Sociedades de Salud Pública, y tuvo desde entonces a Núñez y su reforma reaccionaria católica por el enemigo capital de su existencia. Combatir esa reacción, avivar el fogón de las ideas perseguidas y en eclipse cuando ya la traición se consumo; provocar la guerra de restauración, con elementos de aquí y de cuantos nobles convecinos quisieran ayudar en esa campaña de liberación, ese fué el afán de sus afanes, la meta de sus esfuerzos, el anhelo de su alma combativa. Su arma fué la pluma, preparando los caminos a la espada; pues Juan no conoció el miedo en ninguna de sus manifestaciones, y así concurría al campo de batalla, como encabezaba el motín y daba una bofetada o un mentis o quemarropa.
Poco antes de mrir, al expirar el año 1899, apenas sin cumplir los cuarenta años, cediendo a instancias nuestras nos encomendó la publicación de sus escritos, advirtiéndonos que él no les daba importancia ninguna, pues eran breves plumadas nada más, chisporroteos instantáneos de la oscilante lámpara que en las posadas de sus destierros alumbraba sus horas de soledad y rabia. De rabia nada más y de coraje inextinguible, como que la melancolía y las lamentaciones amaneradas jamás se avinieron con su carácter enteró y belicoso. Amaba la vida, no temió a la suerte; y cuando fué preciso conformarse con dejar de sentir, querer y combatir, se reclinó entre cipreses allá en Quito, donde fué como otro Pichincha en ebullición mientras pudo con la vida sin lanzar un jay! ni un reproche ni una imprecación.
Era taciturno como un dios Término; hablaba poco si no estaba entre amigos íntimos.
Pero en la tribuna fué simplemente colosal.
Los que le oyeron en León por Máximo Jérez y los que le aplaudieron en Medellín por Epifanio Mejía, no olvidarán jamás ni su figura, ni su aldemán, ni su voz estentórea, modulada empero. Corto, fornido, de cabeza grande y hermosa, pelo bermejizo en el conjunto, lacio y rebelde, que le valió el apodo cariñoso de El Indio, con que le agasajaban sus amigos en confianza. Su pecho era un atambor, su mano una manopla, su espalda recia un muro. Agil, gimnasta, el agua helada de los torrentes era su fascinación.
Tiraba el dinero, y en servicio de sus amigos, enfermos o desvalidos, nadie podía riva.
lizarle. Si su cabeza pensaba en la justicia distributiva que ha de venir y con ella la igualdad y socialización de las riquezas y servicios en la comunidad ciudadana, su mano abierta se adelantaba a las teorías y daba, daba cuanto le era posible conseguir para los demás. Jamás tuvo sino el terno que llevaba puesto, pero apenas comprado otro, ya estaba reJuan de Uribe Nosotros hallamos un poco grandilocuente la prosa de aquellos conductores. espirituales del siglo XIX en nuestra América; mas yo me permitiría encomiar este recurso oratorio como uno de los instrumentos más eficaces para iluminat la conciencia de las multitudes y cautivar su entendimiento. no estaría muy lejos de pensar que esa altisonancia del discurso contribuyó tanto como las ravoluciones cruentas que reñimos por la li.
bertad y la obra, ondulante entonces, de nuestra legislación de ensayo, a hacer de este continente el gonfalonero de la democracia y de la transigencia más gentil y ecuánime.
en (Palabras del Dr. Luis López de Mesa en la entrega del busto de Montalvo a Bogora. En la de Juan de Dios Uribe se piensa, por supuesto. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica