Democracy

REPERTORIO AMERICANO 139 los consumidores de queso, que aquí estamos en abrumadora mayoría, y manejando la lógica y la burla con el donaire acostumbrado, infligió una sonada derrota a los queseros proteccionistas.
geración, que no otra cosa fué aquello de Cabemos, hermano, tratándose de nuestro país. no es que Masferrer transigiera con el aventurero vulgar, porque todo hombre honrado está en el deber de repudiarlos, como se desprecia al soplón y al espía. Alberto temía hacer excepciones y pedía que nuestras puertas se abrieran para todo el que llamara, sin saber ni averiguar quién era.
pudo Alberto Masferrer equivocarse en ocasiones, no por ello amenguó su grandeza, que nunca fué tan grande como al escribir, desde el negro abismo del máximo desengaño y casi al borde del sepulcro, aquella magistral imprecación en verso, digna del bronce y que titulo Blason.
Sí. tuvo razón. Para juzgarlo, inadie!
Para acusarlo. sólo su conciencia. Su figura de apóstol será más luminosa con el tiempo, y no se borrará del corazón de los salvadoreños que lo tengan bien puesto!
San Salvador, setiembre de 1933.
Sí. basta ya. Ha llegado la hora de escoger, o por lo menos de entornar la puerta.
Mas si en aras de un altruismo sin límites Alabar a Carrillo es extraviar a los jóvenes hacer escuela de tiranía, por más vueltas que se dé a la cosa (Tres cartas inédita la primera, no completa la segunday un comentario de Dn. Ricardo Jiménez)
Prometí explicaros el por qué de los frecuentes viajes de Alberto Masferrer y de aquel su continuo retornar al patrio suelo.
Poseido por la más sublime de las inquietudes el ideal de justicia. Alberto tuvo que huir a menudo de esta tierra de ciegos. Por qué regresaba. Acaso se sentia inadaptado en otras partes. Probablemente.
Cierto es que vivió en Chile, en Nicaragua, en Honduras, en Costa Rica y en otros lugares de América, ganando el pan noblemente, con su pluma.
Residió luego en Bélgica y en New York, en muy distintas condiciones.
Lo que por allá vió de novedades en organización social, muy superior a lo nuestro, tampoco podía satisfacerle. falta tánto. Dominaba en él el amor al terruño y nos lo devolvía la morriña?
Tal vez.
Masferrer amaba a los hombres por igual y a la tierra toda y sus criaturas; pero. siempre sintió predilección por este rinconcito amable a pesar de ser tan castigado y un amor especial por los infelices parias aquí nacidos y que no tuvieron la dicha de morir cuando eran niños.
Alberto sabía que en su patria hacía falta, y volvía para confortarnos con palabras de esperanza.
La política, las formas de Gobierno, para él fueron cosas secundarias. Su obsesión era el problema social, la consecución de la justicia y como consecuencia el reinado de la paz.
Por otra parte, Masferrer no estaba armado para la lucha moderna, que es combate encarnizado en el que se usan todas las armas, más las ruines que las nobles, desde la garra y los dientes hasta el veneno y la calumnia.
Como suelen serlo los hombres de intelecto y de valor moral, él era modesto, casi tímido; odiaba la intriga y prefirió sufrir privaciones antes que codearse con aduladores en las antesalas de los poderosos, o que empuñar el incensario para zahumar figuras ridículas, que no otra cosa fueron los más de nuestros politicos de pacotilla.
Para triunfar, sobre todo en un país extraño, más que méritos hacen falta un espíritu aventurero, mucha audacia y sobre todo no tener ningún escrúpulo: mentir o fingir siempre; prestarse a todo.
Alberto no podía hacer eso: estaba inerme.
El valor que le sobró siempre fué el más noble: el cívico, el del cumplimiento del deber, y desafió a los poderosos y privilegiados con sus prédicas de neocristiano, al pedir justicia para el desvalido y un poco de amor entre los hombres.
Falto, para dicha suya, de las cualidades que distinguen al logrero y al caballero de industria, sólo vió abrirse a su paso las puertas de las redacciones y cenáculos literarios, donde el ayuno suele ser la recompensa del trabajo: pero las puertas doradas de los palacios que habitan los explotadores modernos o las medianías que la Fortuna loca encumbro, permanecieron herméticas.
Verdad es que él no quiso llamar, porque siendo hombre digno no manejó la adulación.
ni habría ensuciado sus labios pronunciando un sésamo infamante.
Su altruismo le condujo a veces a la exaCartago, enero de 1919 Señor don Custodio Vargas San José Mi estimado amigo: Muy reconocido le estoy por su grata del 28; y le deseo muy vivamente un año de toda felicidad.
Me habla Ud. de una conferencia y de la del Sr. González Viquez sobre Carrillo. Admiro a quienes las saben hacer; pero, por mi parte, nunca me he atrevido en ese género de empresa. Mas si yo hiciera una conferencia habría de ser para atacar la leyenda de Carrillo. Conceptúo a don Braulio por uno de los más funestos presidentes de Costa Rica. Veo en su obra, la de un tirano, y nada más. Lo del impulso que él diera al adelanto del país, me parece pura leyenda.
Sin él, el país hubiera progresado lo mismo; y sin él, tal vez nos hubiéramos librado de tantas caidas como hemos dado en el camino de la república. Copiar códigos y hacer reglamentos odiosos, no pueden servir de pedestal a ningún gran presidente. Alabar a Carrillo es extraviar a los jóvenes y hacer escuela de tiranía, por más vueltas que se dé a la cosa. No sé cuál haya sido la actitud asumida por Cleto, al juzgar a Carrillo. Dadas las reglas de conducta observadas por Cleto, cuando fue Presidente, supongo que habrá condenado la ambición desenfrenada de don Braulio y sus métodos draconianos; pero si tuvo, además, grandes elogios en otros respectos, yo lo sentiría mucho, porque habría defendido una mala causa, indigna de ser patrocinada por él.
Su afectísimo amigo, RICARDO JIMÉNEZ rada ha de estar fija en la reelección; y para conservar influencia ha de tener contentos a los amigos, que no siempre instan a que se les rebajen sus sueldos o se les cancelen sus concesiones o se les echen mayores impuestos o cargas concejiles. Si el cuerpo electoral es de ideas ele vadas, si lo que pide es el bien general, el diputado hará política, no de partido, sino nacional y alta; pero si el cuerpo electoral es ignorante, egoísta, localista, si lo que pide cada uno es destinos y privilegios, para que lo que es ley para mi, no sea ley para él, y, pagando como uno, poder retirar en provecho suyo o de su pueblecito, sumas como ciento o mil; si eso sucede, el diputado buscará el nivel de sus electores, y su patria grande será el partido a que esté afiliado, y su patria chica, la jurisdicción hasta donde llegue el tañido de la campana de su lugar. El agua corriente no puede estar nunca a mayor altura que el manantial de donde procede. El cuerpo electoral hace los diputados a su imagen y semejanza. Por eso precisa pensar en el cuerpo electoral, antes que en los diputados. No niego que a veces haya en el Congreso hombres eminentes, muy superiores al nivel corriente de sus conciudadanos; pero sí afirmo que, tentonces, su influencia es superficial y efímera, casi siempre. Para que ella sea profunda y transformadora es necesario que la opinión general lo inspire, lo sostenga y también, lo contenga, cuando la ocasión se presente. fines de su administración, el General Guardia convocó una Constituyente. Tuvieron asiento en ella personas muy notables. La figuca descollante fue don Julián Volio. El encanto de su palabra aún me dura.
Yo era un mozalbete, siempre pendiente en las barras, de sus labios y listo a aplaudir sus golpes de maza, sus lecciones de democracia y sus elocuentes invectivas. Había vivido él en California, y por haber vivido allí, era ferviente admirador de los americanos; y se esforzaba por aclimatar aquí las ideas y prácticas políticas del nerte. Nada más loable y nada más necesario.
No lo pensó así el General Guardia; y una mañana apareció cerrado, por orden suya, el Salón del Congreso. No se plantó el cartel de Se alquila, que Cronwell fijó en el edificio del ParJamento, pero el resultado fue igual. don Julián lo mandaron a su finca de San Ramón; y en seguida, sin conmoción, todo recobró su pasividad y resignación de antes. Por qué? Porque don Julián iba muy adelante de sus contem poráneos; porque no representaba los deseos vivos y las posibilidades de éstos; porque pretendía lo imposible, esto es, que el muchacho enEn El Renacimiento, de Cartago, 22 de octubre de 1919, hay una carta de Ricardo Jiménez a su Director, de la que sacamos estos párrafos memorables, oportunos ahora. Completa puede hallarse en este semanario, Nº del Tomo I, 15 de noviembre de 1919. Para servir al país no es preciso tener asiento en el Congreso. Entre las ilusiones que he ido dejando en los zarzales del camino está la de que los Gobiernos o Congresos sean la causa o siquiera la levadura de la transformación progresiva de la sociedad. La proposición: tal país, tal gobierno, es cierta; pero la recíproca, tal gobierno, tal país, es falsa. El diputado es la criatura del cuerpo electoral. Su primer interés tiene que ser el conservar la clientela; su mi Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica