Communism

146 REPERTORIO AMERICANO Quedó hecho el compromiso, Ni datos biográficos ni entrevista. Lo cumpli estrechamente. Mejor así, mejor porque una entrevista periodística es siempre un molde y hasta una camisa de fuerza, cosas que se avienen muy mal al espíritu de Dolores Ibarruri. Siguiendo su indicación fuí a su despacho cuantas veces lo permitían sus tareas numerosas. Cambios de impresiones sobre lo del día y sobre lo de mañana. veces, recuerdos remotos, cosas de los primeros instantes terribles y gloriosos de la guerra. La mujer se me fue mostrando en toda su esencial grandeza. Era la misma conciencia in sobornable y desvelada de la asamblea, el mismo impulso popular superado y fiel, pero era, además, la sencillez afectuosa, fraternal, de la revolucionaria perfecta. La hembra terrible, la arpía sádica que dicen los malvados del Diario de la Marina. es una mujer de feminidad cabal. La preocupación por su compañero, el amor por sus hijos, están siempre en su boca sin sensiblería ni alarde romántico, como afecciones naturales y sanas. Los retratos de unos y otros reciben, sobre su mesa de trabajo, la mirada dulce y franca. Un día me hablaba de las cartas últimas de sus muchachos con el mimo más tierno. Cuando terminó la acusé, sólo para ver la reacción, de achaque romántico. por qué, me replicó con viveza, no he de ser mujer, muy mujer. Si para eso luchamos, para que la mujer y el hombre puedan serlo plenamente. Mira, a qué no sabes lo que más me amarga de esta dichosa popularidad? Pues no poder, como antes, salir de noche a contemplar los escaparates a mis anchas, en largos paseos por la ciudad. Ahora no Cosas vistas Envío del autor. San José de Costa Rica, 1938 lial con que la masa española sigue a Pasionaria como en un mítin; en el teatro Capitol de Valencia. Influiría quizá el hecho de que el auditorio era, en lo más, juvenil. Las Juventudes Unificadas organizaban el acto clamoroso. La oración de la camarada Dolores se escuchó casi toda de pie, en una conjunción de tensiones frenéticas. El grupo de muchachas que estaba junto a mí, Yoraba a la herida de la voz tormentosa y domadora de tormentas. Sí, sí, Dolores.
decían en voz baja a cada afirmación inapelable. Al terminar el discurso besaban largamente a Pasionaria. Por una hora, tal fue mi impresión, el concurso había visto en la mujer aleccionadona a la propia madre sin ternuras excesivas ni complacencias mimosas, pegada a la realidad estricta, preocupada de la actividad útil.
Durante largos días preferi contemplar a Pasionaria a mis anchas en mítines y asambleas como espectador curioso y anónimo. Su oratoria agitadora y tajante me daba mucho de la mujer en su fuerza popular. Las multitudes recibían su mensaje político como un dictado inapelable. Su boca era la verdad misma. Influía mucho en ello el modo de la arenga, adecuada magistralmente al instante español. Ni parrafada liricoide ni tratado metido en el discurso: lengua popular sin populacherías, elegancia nacida no de la preocupación literaria sino del conocimiento del idioma bebido en las fuentes más genuinas. Pasionaria dice en cada caso lo que hay que decir sin arrequives formales ni descuidos chabacanos. Su figura en la tribuna de guerra, en su tribuna, es hermosísima. La gran estatura, la erguidez de la cabeza incansable, el temblor de las manos nobilísimas, la sobria pulcritud de la negra vestimenta y, sobre toda otra cosa, el lujo de la voz, de una voz firme, pero no agria, profunda sin opacidades poderosa sin dejar de ser femenina. llenando la voz y otorgándole validez inquebrantable, el soplo de sinceridad que viene de lo mejor de la gran dirigente. Una vez más el español se deja ganar en el caso de la camarada Dolores por el factor ético. Cada uno de los que oyen a Pasionaria saben de corrido su vida y hablan de sus hechos pasados y presentes como de cosa familiar y cercana. Sus hazañas primeras, sus años de militancia comunista, la edad de sus hijos, las luchas sindicales de su compañero.
De la indagación casera, estrecha españolísima, sale Dolores limpia, intocada, vencedora.
Entonces su público, sus camaradas, sus hijos, se dejan arrastrar gozosos y entusiasmados por la voz transida de impulso inmaculado.
Conocida la mujer de multitud quise ver de cerca a la mujer de plática y matiz, quise sorprender la reacción íntima. No fue cosa fácil.
Hoy salió para Madrid. Sí. Llegó anoche muy tarde, pero ahora discute en el Buró Político sobre su intervención de mañana en las Cortes. Si usted espera que termine la sesión del Comité Central, quizá a las dos de la madrugada. Hace un instante estaba, pero la han llamado de Belchite. Una tarde, a la vuelta de Belchite, nos encontramos. Sin preámbulos formales comenzamos a hablar de mil temas de común interés. La cosa quedó convenida así. Ya sabes que ando de un lado para otro.
Me es casi imposible dar una cita, acordar un momento de charla. Cuando quieras, le hablas a mi secretaria. Si estoy, subes. Pero, eso sí, nada de entrevistas ni de datos biográficos. Los revolucionarios, por lo menos mientras viven, no debemos tener historia. lo mejor traicionamos al fin, o cometemos errores que equivalen a traiciones. Yo creo que seré fiel hasta el fin de mis días a mi Partido y a la Revolución, pero para que contar cosas de una mujer sin relieve. aunque muchos se empeñen en decir otra cosa. puedo porque me ven y se me aceroan y, al poco rato, ya aquello es una demostración.
Además lo tengo prohibido por otras razones que entenderás. por qué no ha de gustarme eso, ver las modas, los vestidos elegantes. Otra ocasión, recién tomado Belchite, hablábamos sobre la fama terrible que le hacían en todas partes las gentes fachistas. Vino a la conversación la prensa de Cuba y, naturalmente el decano de las injusticias, el diario de Pepín.
Pasionaria rompió en una carcajada abierta y llena. Menos mal que en ese periódico mi paisano Aznar, después de decir lindezas de mí en todos los órdenes acepta que soy muy simpática. No has leído ese artículo. Mira: cuando me asombro de quien soy. de lo que de mí se cree, es cuando hablo con gentes del lado de allá. Ahora en Belchite me ocurrió algo muy interesante que quiero contarte. Al otro dia de tomado el pueblo lo visité. Llegué al cuartel general en los momentos en que interrogaban a los prisioneros. Al entrar en la improvisada sala de justicia estaban examinando a dos sacerdotes del lugar contra los que había cargos gravísimos, culpabilidad más que comprobada. El estado de espíritu de aquellos hombres daba profunda lástima. Se creían a diez minutos del fusilamiento. Hacían protestas de inocencia entre gimoteos dolorosos. Les hablé para confortarlos; les dije cómo era innegable su participación activa en nuestra contra, pero que no por ello iban a ser fusilaidos.
Más calmados, comenzaron a comer cosas que yo misma les traje. Al dejar la sala, me contaron los que quedaron en ella, preguntaron muy interesados el nombre de esa señora tan amable y bondadosa. Cuando le dijeron que era Pasionaria casi se mueren del susto. No puede ser, repetían, no puede ser. Si nuestra gente nos aseguraba diariamente que Pasionaria venía a los pueblos, después de ganados por la tropa roja para gozarse en matar y torturar a los prisioneros.
Otro día me mostraba el modo en que la hacían vivir los periódicos de Franco: como un virago, ébria y cruel entre una tropa de foragidos, disparando a toda hora el cañón. Si supiera esta gente, me decía, cómo sólo por necesidad he ido a las trincheras. Lo hacía antes con frecuencia porque estimaba, y así era, que mi presencia, la presencia de cualquier per sona no movilizada llevaba a los compañeros animación y alegría, significaba un contacto interasante entre la retaguardia y los frentes.
Además, en mí veían los combatientes a la mujer de sus necesidades reales con ánimo de resolverlas. Tan pronto las cosas cambiaron disminuyeron mis visitas a los lugares de batalla. Esta guerra nos obliga a trabajar en el lugar en que prestemos más utilidad. Ahora contamos con un ejército poderoso, disciplinado, equipado, perfecto. Las relaciones entre las líneas y la retaguardia son frecuentes, normales, podríamos decir. Ya mis visitas no hacen falta. claro que lo siento. Es cosa tan grande el contacto con los héroes nuestros.
Me quieren tanto! De todas partes me llaman. Pero estamos viviendo momentos de máxima responsabilidad y hay que tapiar los oídos a las solicitaciones gratas. Cada uno en su puesto y en el puesto en que de mayor rendimiento. trabajar aqui, sobre la mesa.
aunque me sigan pintando por ahí como asesina por oficio y por placer.
La perspicacia femenina es en Pasionaria gran arma política. Asombra advertir en una mujer de pueblo, en la organizadora de grandes luchas proletarias, una ponderación de las más delicadas cuestiones que parece de gente de muchos libros y culturas. Pasionaria lleva a la consideración de lo político cuando en la conversación se plantea cosa de mucha monta, una Otro hombre conocí, al parecer insensible.
Nada lo conmovía; ni la muerte de sus amigos, ni la de su madre.
En cierta ocasión, yo viajaba en un tranvía.
Que cogió a un niño entre las ruedas y le hizo trizas la cabeza. Todos se alar maron.
Apareció por ahi una mujer de mirada fija y raliunte, como enloquecida. Por el vestido, distinguió que el estropeado era su hijo y lanzó una carcajada estridente, sin decir palabra.
Aquella carcajada provocó llanto de mi conccido, al parecer insensible. Por primera tez en su vida de adulto había llorado.
BE Diciembre 29 de 1902. Fui a una escuela.
Mal ventilada, olia feo.
Rutina y definiciones: El sustantivo es la representación real y abstracta que podemos pensar. El niño memorizó que debemos pensar.
El maestro añadió. Cómo. Debemos pensar. Nadie está obligado a pensar!
Mi compañero de examen, empeñado en que un niño le contestara como él queria, y refiriéndose al aguardiente, le dice. Algo que tu beberás más tarde.
Dios mío. Pobres criaturas!
También diciembre, 18. La Sra. es de.
votísima de San Antonio. Hoy, a la hora del te, nos obsequia con dulces y nos dice. Martes y viernes no puedo comer ningún manjar. Es mi penitencia de diez años aca. Ojalá tuviera más que ofrecerle a mi santo!
MANUEL BENITO (Santiago de Chile, 1902. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica