162 REPERTORIO AMERICANO tudes en el orden de la cultura; y su mano se ha detenido precisamente allí donde sus palabras dejan lugar a la responsabilidad de los que deben realizarlas.
Le preocupaba grandemente en los últimos tiempos la suerte del artista en nuestro país. través de su ilustre vehemencia, más de una vez lo advertimos en esta redacción. Era, por lo demás, una preocupación que le acompañó toda su vida. La primera actitud que este artículo propone es la atención del Estado hacia la protección de los derechos del escritor. Esta primera actitud implica el pleno reconocimiento en nuestro país del escritor en su calidad de productor de cultura, lo cual es su función social misma. La segunda actitud que propone es la que a la colectividad le corresponde frente a la importancia capital del arte como elemento de cultura. Esto deviene también una exaltación del valor de quien crea ese arte en una comunidad, pues al crearlo crea la estructura moral de ésta mediante la organización inteligente de una serie de complejos mecanismos, tal como se desprende de las últimas líneas que su mano ha querido escribit. Así el idioma, instrumento principal de la civilización, es obra de artes creada por los poetas desde en la academia erudita hasta en la tienda del beduino iletrado; y la organización de las ideas; y la justicia, y la libertad, entidades de proporción todas ellas; y la sociedad que sobre ellas se constituye, y la patria que por eso amamos, y las maneras de la decencia, y las ceremonias del culto, y hasta la honra de los muertos obras de arte son.
Principios en los que el espíritu del gran muerto estaba todo, y que La Nación entrega hoy al pensamiento culto del país.
Con simultaneidad más expresiva por lo fortuita, un grupo de escritores que contiene lo mejor del gremio y otro de artistas en el cual sucede lo propio, plásticos los más de éstos, publica sendas reclamaciones de carácter particular y general pero coincidentes en su propósito común: la de los primeros, referente a la ley de propie.
dad intelectual cuyo reemplazo consideran indis.
pensable; la de los segundos, tocante a su situación en el Estado, que no cumple, o lo hace mal, su deber para con el arte; de todo lo cual me hallo enterado porque, a invitación de los iniciadores, subscribe ambos documentos.
Trátase, pues, de una preventoria necesidad social, no sólo porque la trae consigo la lesión de todo derecho indefenso o desatendido, sino por la clase de actividad así perturbada y por la significativa coincidencia que dije. Ello revela, además, que escritores y artistas forman un solo gremio, por donde su respectiva designación diferencia, mas no separa, habiéndola yo aceptado en atención al distinto carácter circunstancial de los susodichos documentos, no porque la crea efectiva.
Es así que ambos reclaman, en suma, mejor atención del Estado, a empezar por la que les corresponde comci a toda profesión y gremio, cuando se trata de reglamentar la defensa de la actividad que ejercen, si aquél la considera útil: ser llamados a consulta como técnicos naturales de su propia materia, y encargados de administrar esta última allá donde el Estado decida fomentarla como un elemento de la cultura nacional. Es, respectiva y exactamente, lo mismo que si se trata de un oficio cualquiera o esotra actividad del trabajo intelectual o no, en cuya virtud se atiende y emplea, por ejemplo, a los comerciantes cuando se trata de la Bolsa y a los profesionales del ramo para cada facultad universitaria; sin que jamás se incluyan con dicho fin extraños ni aficionados al solo título de su buena voluntad porque esta única condición no basta para formar un comerciante, un director, o siquiera un albañil, un zapatero.
No se vea en esto ninguna ironía fácil, vale decir vulgar, y, con ello, despreciable. Es la sincera expresión de algo que todos los trabajadores procuran y se les debe, pero que los artistas no han alcanzado entre nosotros, con perjuicio suyo, indudablemente, pero más aún de la cultura, a la cual no rinden, por tal motive, todo cuanto podrían. Lo que es mucho e importante, añadiré, así por lo precioso de la materia que cultivan, conforme se probará más abajo, como por la cantidad de individuos superiores con que cuentan a juicio de la critica internacional más acreditada, ya lo deje ver la adquisición de obras suyas para los primeros museos del mundo, ya lo revele el elogici de publicaciones inaccesibles a todo interés bastando; que si aun no compiten, según pasaría ya, en el encargo y el concurso, débese, precisamente, a que, lejos de acreditar lo propio, preferimos lo ajeno, o prefierenlo, mejor dicho, las calamitosas comisiones y direcciones de aficionados que por insuficiencia estimatoria duplicada de pedantería cursi, o se exceden en la adopción sistemática del producto importado. según su pertinente clasificación mercantil, o igualan bajo el criterio político del sufragio universal que consiste en el acierto por carambola. ciertamente que sin lograrlo jamás, porque el arte no es juego de lance ni de acertijo.
Con lo cual tocamos, por decirlo así, el punto neurálgico de la calamidad que sufrimc Quéjanse, en efecto, los escritores de la mala ley que les obsequiaron los políticos, la primera vez por ccmplacer a un extranjero que protestaba justamente contra la pirateria editorial. por lo que fuese, inclusive la buena fe; pero ninguna con su colaboración preparatoria, que debió pedírseles siquiera como anteproyecto, pues contándose los legisladores, entre los aficionados a la literatura, ya se consideran capaces de condicionar el derecho de los escritores en nombre del soberano mayoritario, y anafabetci. Paradoja que nos da resultados como éste entre otros: Si un verdulero, por ejemplo, descuida su canasta, que tal cual ratero saquea aprovechande aquella distracción, el agente policial que advierte el robo se apresura a impedirlo sin esperar la reclamación del damnificado, y detendrá al delincuente para que se le aplique por quien corresponda la merecida corrección. Lo hace porque la autoridad está para mantener el derecho con reclamo previo o sin él y más aún en el primer caso, sin que las peculiaridades de cada actividad lícita eximan a aquélla de ese deber: de suerte que no hay exceso ni petulancia en pretender para la propiedad intelectual el mismo respeto y garantía que merecen las zanahcrias. La propiedad es inviolable, según la Constitución, de acuerdo, claro está, on las leyes que la reglamenten; pero por supuesto que para garantirlo, sustentando la declaración.
Ahora bien, los escritores sostienen con fundamento en hechos repetidos, que cuando los despojan de su propiedad, carecen de protección efectiva para recobrarla o impedir al me.
nos el disfrute ilícito del bien que les pertenece, sin tener que entablar un pleito que pueden hallarse imposibilitados de sostener por falta de recursos o expuestos a perderlo en las instancias. La edición y la transcripción clandestinas constituyen un robo impune con el cual se trafica a la vista y paciencia del despojado, sólo con que se las haya cometido en otra nación. En varios países de América existen publicaciones que, además de efectuarlo con sistemática regularidad, omiten la referencia al periódico o libro de donde lo toman, cambian los títulos, truncan los textos y embarullano alteran el sentido de ciertos párrafos con el propósito sectario de perjudicar; habiendo alguna tan lista que ostenta con llamativos letreros la advertencia de que sólo publica la colaboración pedida por ella.
Podría la Nación impedir con facilidad ese saqueo extrafronterizo porque somos los más fuertes y al propio tiempo los despojados, poniendo simplemente en acción disposiciones aduaneras y policiales que los escritores apoyarían mediante una denunciadora publicidad de esa delincuencia contra el espíritu. Esperemcls que se haga, a menos que por vanagloria liberal sigamos costeando el banquete y los platos rotos de esa vocinglera necedad llamada americanismo. La Nación tiene que proteger lo suyo con lo suyo y con los suya Más aún que un deber, es esta su razón de existir.
Todo esto pasa porque al redactar la ley no se pidió la indispensable colaboración de los escritores, entre quienes nada escasean los jurisconsultos de renombre, que sabrían hacerlo bien.
Los otros artistas reclaman a su vez algo tan obvio que parecería insigne perogrullada, si su John Keith Co.
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