94 REPERTORIO AMERICANO que Dios ha fijado en el cielo: es la verdad que nunca se empequeñece: es la esperanza que nunca perecerá!
Es muy triste en las riberas del Cobar cuando las cadenas de la esclavitud nos oprimen como a esclavos. Nuestros corazones se encuentran agitados por el lúgubre ritmo de sus ondas; no escuchamos los trinos de las aves en los campos calentados por el sol. Parece que estamos lejos de la florescencia, de la juven.
tud, de la sublimidad de la belleza y del gozo. Sólo vemos la del amor del espíri.
tu sumergirse por último hasta el fondo de a.
quellas aguas, y de nuestras almas brota clamor que en veloz corriente arrastran las sombras y las tristezas. bajo el gran palio celeste, plenamente a bierto, vemos como antes, la vieja visión, con.
fiados en la Fé que convierte al mundo y sus desdichas, en un amplio camino cubierto de oro y de esplendores!
con el mágico poder de nuestra vista, las ave.
nidas de las bellas ciudades de Opbir, de Or.
muz, sembradas de lapislázuli y de pedrería.
Será algo así como la impaciente espera de la infancia; porque a la llegada nuestra visión ha sido presa de mística soflama; y ambos, el niño y yo, maravillados y nerviosos, con los dedos crispados, exclamamos: Oh. quizá pasamos junto a El, junto al Excelso, sin advertirlo; oh! quizá hemos errado la senda! entonces, lleno de temor y aun dudando, temblorosos y acongojados, nuestras lágrimas caen. Es que debe flotar en el aire sobre nuestras cabezas, la celeste neblina de los astros; y El se forma con reluciente brillo y su imagen brota de su mismo fuego. Por fin, contemplaremos al Rey, en toda su magnificencia, derramando, en sumo grado, de su nimbo, aurea belleza. Amor mío! En prolongada Apocalipsis veremos más de lo que nunca pensamos; y el corazón del niño, cómo se enciende y llena de júbilo! Nosotros, como el niño, también dan.
zaremos gozosos; porque a la infancia otra vez tornaremos, sin el desdoro y la impureza que nos corrompiera, como el hombre al dejar su estropeada vestidura.
un LA BELLEZA DEL REY der; cuando las lobregueces envuelven las almas; cuando en medio de la tempestad oímos las aguas furiosas que caen; cuando la noche airada se ilumina con el humo y la llama de la duda; qué alivio y qué bienestar sentimos con sólo sacar la Biblia: con sólo leer atentamente sus páginas de oro. Con sólo tener un roce con ese Libro Sagrado bastura para que se mitigue la tempestad; y elevándonos, provoque nuestro salterio de agradecimiento a Dios!
Para el hombre cu sus épocas de turbulencias, es su refugio y su salvación. Cómo le devuelve otra vez la gracia y la belleza de la vida espiritual. Cómo le sirve para oír el canto de los pájaros y observa: cómo las flores ostentan con el aire matinal su lozanía y fres.
cor! Con sólo mica dentro de la Biblia pare ce que el mundo entero está fijamente ordenado. Parece que resuelve los más intrincados problemas; que disipa las sombras, rompe las tinieblas, rasga los velos de nuestra aflicción y colma de belleza el sendero de la vida! es que en el Libro Sagrado hay un tesoro de alegrías, paz infinita: mucho sosiego y plena calma. Su perfecta consolidación, esparcimiento, su bálsamo, el amor inmortal que encierra, su ánimo, su mucha poesía y su arrobamiento hacen que el trueno pase en silencio y que el relámpago no silbe más.
la vejez y para el hastío; para la inexperiencia y para la impetuosidad, para todos igual: fuente de alegría. todos los fortifica con el rayo de Sol de su Sabiduría!
Sí: va los nubarrones se han disuelto: el cielo está limpio, sereno, azul; las lobregue.
ces que envolvían el espíritu se han esfumado ante nosotros; los temores que nos obsesionaban, han muerto. En la mañana fortalece a la juventud y en lel crepúsculo vespertino endulza las horas de la decrepitud. Con sólo tomar en nuestras manos la buena y vieja Biblia, las cuitas se esfuman. Se esfuman como nieblas y fantasmas que flotaran sobre el dorado arroyo de nuestra vida. Así es como la gracia de Dios, desde su Libro Sagrado, derrama su bálsamo sobre nuestras refriegas!
su en 514 Sus ojos verán al Rey de los cielos gloria; y la tierra la mirarán lejos de ellos.
Isaías XXXIII. 17.
EN TIEMPO DE TRIBULACION es Apiádate Señor de nosotros; pues siempre hemos esperado en tí; sé nuestra fortaleza desde la mañana y la salvación nuestra en el tiempo de la tribulación.
Isaias. XXXIII.
Llevo de la mano a un niño y me detengo en quieta mañana, a orillas del río, cuyas rizadas aguas ondean deslizándose suavemente, el niño será feliz con felicidades que fluirán continuamente hasta mí. Le digo que con paciencia espere y lograremos ver la belleza del Rey.
Me imagino aquella mañana, rosada y apa.
cible; con una luz que brilla, decorando las praderas, y las enciende con divino resplandor. llegan las aves trinando: el niño siente viva emoción y tiembla, así como nuestros pensa.
mientos y nuestros sueños, frágiles, vuelan sobre las colinas y en el fondo del valle.
Asombrados de la tierra que a lo lejos se mira, reposaremos bajo sus boscajes calmosos; y envueltos en nuestra visión reanudaremos jornada, y serán visibles, sólo a nosotros, y En las sombras y en la oscuridad cuando se acerca la noche inquieta; cuando el trueno hace vibrar los espacios y las legiones guerreras redoblan los tambores; cuando el corazón se ensombrece y se siente oprimido por la agonía y la duda. Sí; busquemos entonces la Biblia. Qué alivio y qué bienestar el que sentiremos: qué descanso le acarreará al alma, llena de ansiedad, cuando nos sentemos a examinarla. Cómo El nos acariciará entre sus brazos!
Cuando los fracasos nos obligan a retroce.
1915 no.
Hambrienteria (Cuento ecuatoriano)
Por JOAQUIN GALLEGOS LARA Envio de Pedro Saad. Guayaquil, enero del 38 Como sigan peliando les meto bejuco! laban sobre el agua estancada que ahogaba el todos dos! todos dos! Peliando por la comida! sembrío. Sus gritos eran como risas. Se posaban Ni perros que jueran!
en el espantapájaros dos palos cruzados vesti Máma, es que er ñaño me quiso quitar el dos con harapos que extendian los brazos en espinazo der bagre!
el cielo de la tarde plateado por el sol de invierLa mujer se volvió hacia el marido. Le confesó por lo bajo. lo que es er blanco no afloja ni medio Si me da grima, Nemesio, decirles nada. más.
Si yo veo en mi corazón que con un puñao de. Dice que tiene ya demás plata perdida foarroz y un pedazo e bagre no es pa llenarse mentando sembríos.
naiden. las bendecidas crecientes que lo han aEl hombre no contestó. Se oyeron crugir en hogao todo!
las cañas del piso sus pasos cansados. Quedó de Se oía la queja de una paloma santacruz.
espaldas, con los ojos perdidos afuera. El arro Alta, volaba una bandada de garzas. La sombra zal inundado se cubría de nubes de mosquitos. subia como un vaho de la tierra anegada y de Una nata de agua tapaba la vega donde hasta los árboles. La choza destartalada parecía un hace poco se doblegaban las espigas henchidas. escombro: pajas, cañas y palitroques negros Los chicos, brillándoles las manos de la grasa y el fulgor del rescoldo del fogón.
del pescado, se pusieron a jugar. La mujer re Gritaban ranas. Chirriaba una cigarra. Nemovía las ollas de barro y los mates y exclamó: mesio encendió un humo para alejar a los mos San Jacinto lindo. y ahora qué hacemos? quitos. La punta de su cigarro despedia menudas Nemesio no le importaba por él. Le dolía chispas. Los dos chicos se cogieron la falda por ella y por los chicos. No les quedaba un de la madre. La soga de la hamaea crugió al grano de arroz. Las chocotas y los tilingos vo sentarse los tres. Sus manos ásperas se hundieron en el pelo zambo de las cabecitas. Este jué er que tuvo la culpa, máma. No máma, no es cierto; jué er ñaño. Juiste vos, Pepe. No. Vos, Zancudo. Callen, muchachos. No van a peliar otra vez. Jueron todos dos. no es de que sean así. Malisísima es la hambrientería. No quiero que sean tragones! Pa que vean, les vo a contar un caso. Cuente, cuente. Vas a contar lo de la angurrienta, Zoila. preguntó Nemesio. Ahá. Cuidao al Zancudo ques medio atingido le va a dar fiebre de espanto. Pero así aprienden.
El Zancudo, el menor, hubiera preferido que no contara. Quería y no queria oir. Además, todo estaba tan oscuro: el chiquero del chancho que mataron para salidas de agua y en cuyas guadas él jugaba; las albardas viejas colgadas de una estaca; los travesaños donde dormían las gallinas cuando las había.
Los dos apretaban con los puños la falda de la madre. Se acercaban mucho. Ella conto: Lejísimo, aguas abajo, supo haber una vez una mujer que se llamaba María Angula y que era hambrientisísima. Tragaba e todo con Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica