Imperialism

60 REPERTORIO AMERICANO traña, inmunes, con una voluntad de caricia franca, en alguna expresión semejante a la del autor del Ismaelillo. Grabiela ama a los niños y suele convocarlos para el nuevo sermón de la montaña, desde sus días de maestra rural, como en la Edad de Oro de Martí.
El Martí escritor es tan grande como el héroe cívico. Ya quedan apuntadas, como lo permite este vuelo de elogio, sus cualidades de poeta y de prosista. ha de advertirse como se compenetran y se relacionan su vida, su prédica y sus escritos. Por la libertad de Cuba levantó la mayor parte de sus páginas y Ghiraldo ha dado a uno de sus libros, justicieramente, el nombre de Patria. Trabajó por delatar la expansión imperialista, acaso uno de los primeros en este Continente. Fuese, sin intención magistral, cor el campo del maduro aleccionamiento de que ha menester el ciudadano de América. Compuso cantos y anécdotas para los niños. Se rindió al amor, buscando para el corazón de la enemiga perseguida, las flechas aureras del verso. Trazó un ensayo de novela. Bordó crónicas de viajes con ágil tacto de descripción. Sostuvo, como precursor, la lealtad de hallar motivos propios para nuestra literatura.
Amó y cultivó la lengua castellana. Defendió a los pobres y a los humildes y su fibra más delicada hubo de latir por la tristeza de los negros. Cuba jáñigo y bachata. Haití, vodú y calabaza Puerto Rico, burundanga. Por la encendida calle antillana Va Tembandumba de la Quimbamba Rumba, macumba, candombe, bám.
bula. comenzarían a cantar los negritos en el tono nasal al que dá salida su boca de rojez y al que acompaña el gesto de su faz de chocolate, Martí se dolía de la esclavitud de los negros, sombra para la sombra. Bajo esa piel de betún se esconde acaso un cráneo marfileño? Su nariz achatada suele dilatarse ante las flores más niveas y en la sinfonía en blanco de sus córneas y de su dentadura, hay esa no. ta que suele irrumpir a veces, fina, en la noche cerrada. Marti y el negro representan lo más profundo de la inspiración cubana. Los dos son la protesta ardida. Hernández Catá escribe una mitología de Martí y poemas negros. apunta Luis Alberto Sánchez. Martí se lolía, en uno de sus artículos de Madrid, del negrito Tomás, sentenciado político a los once años, y encarcelado. gritaba su voz contra los opresores de la cubanidad de color. Miserables. En la Edad de Oro, trazaba para los niños, un cuento que abrasa: La Muñeca Negra. Entre los colaboradores de su gesta, Máximo y Juan Gualberto Gómez, hay uno, de la más extraordinaría decisión, valiente y sagaz. Ese es Antonio Maceo, el general negro un Ayax tallado en ébano y de terciopelo el ademán y la palabra. La prosa de Marti, nervuda y suscitadora, conmueve. Corre, sin dificultad por el cauce castellano, pero suelo, a veces, esmaltarse con los colores de los campos aborígenes. Lleva grito y sonrisa. Construyese en flexibilidad nueva y su giro, sin destruir la arquitectura purista, asalta en ocasiones con un agraciado antiacademismo que se marca en la libertad del léxico. Es personalísima. No se le parecen ni las de Montalvo o Varona y cuando se ha querido compararla con la de Rodó, hemos pensado en el plasma en cierto modo romántico de Marti, contagiador de entusiasmo y en el arielismo sereno, casi marmoreo a ratos, aun cuando también supiese encender, pero con tranquia llama, del prosista de los Motivos de Proteo.
Con fibras humanas, de libertad y amor, se han tejido sus artículos. El poder no es más que el respeto a todas las manifestaciones de la justicia escribirá rotundamente. Antes que cejar en el empeño de hacer libre y próspera a la Patria, se unirá el mar del Sur al mar del Norte y nacerá una serpiente de un huevo de águila. trazaba con su canutero nómade en Nueva York. El mundo tiene dos camposestampaba sobre la cuartilla. Todos los que aborrecen la libertad, porque sólo la quieren para sí, están en uno; los que aman la libertad y la quieren para todos, están en otro. Cuba, futura universidad americana. era su exclamación de augurio y de confianza. Que se marque al que no ame, para que la pena lo convierta. afirmaba el amoroso. Por española no hemos de querer mal a Santa Teresa, que fue quien dijo que el diablo era el que no sabía amar. dejando quizá que se cuajara la lágrima, corazón adentro, reconstruía esa anécdota del héroe modesto, del gallego Pablo Insua, comenzando por su retrato, más animico que físico: De cuerpo era pequeño, combo y cargado de canas. En su hablar había pena, como quien lleva en sí la de los demás.
Su muerte fue muy bella. Insúa, en la guetra cubana y como supiese que había un hogar sin jefe, solo con mujeres y niños desvalidos, sin advertencia de nadie, ansioso y fatigado, corrió para llevarles alimento. Había mucha nieve. Cruzó por la calle helada con la mano en el corazón. Subió muy de prisa. Dejó el auxilio y luego, como huyendo de los agradecimientos, regresó, para subir, veloz, la grada del ferrocarril. El corazón del gallego combo y cargado de canas, había fallado. cayó Pablo Insúa, sobre la nieve, muriéndose por el dolor de los que han hambre de pan y de justicia.
Este también, el Martí escritor, polifacético. La poesía no es el canto débil de la Naturaleza Tulástica dice relacionando su lirismo con el cuerpo de su propia lucha; esta es la poesía de los pueblos esclavos y cobardes. cuando en México escucha al músico White, se eleva en esta proposición de caleología: El color tiene límites; la palabra, labios; la música, cielo. Lo verdadero es lo que no termina y la música está perpetuamente palpitando en el espacio. La música es el hombre escapado de sí mismo; es el ansia de lo ilimite, surgida de lo limitado y de lo estrecho, es la armonía necesaria, anuncio de la armonía constante y venidera. siempre del lado de la enseñanza y de los niños, sus libros están cuajados de reflexiones parecidas a las siguientes: Los niños son la esperanza del mundo. La educación empieza con la vida y no acaba sino con la muerte. Debe ser obligatorio el servicio del maestro, como el del soldado.
el que no oyó a Martí en la intimidad, no puede darse cuenta de todo el poder de fascinación que cabe en la palabra humana. Se ha dicho que las mujeres le admiraban por su verba fluida rica en todos los matices de la insinuación, por su galantería y su risa de cristal. acaso también por la aureola de su fama y la tenacidad de sus ojos magnéticos. Peto en los avatares amorosos de Martí, no hay el dia, de sorprenderse sin buscarlo, del encuentro perfecto. Puede que anduviera el proscrito, eligiendo y dudando, detrás de la mujer que fuese imagen y semejanza de su sueño. ella no fue ni Blanca de Montalvo, rubia y de color nevado; ni Concha Padilla que hubo de conmoverlo con los encantos del arte; ni María García, quinceañera guatemalteca. Ni halló tampoco el parecer afín o el dulce equilibrio en Rosario de la Peña, aquella que arrancó del mexicano Acuña la elegia erótica tan conocida, antes de que emprendiera para nunca en el viaje romántico de la desesperación. Pues bien, yo necesito decirte que te quiero.
Martí, el amoroso, lo han dicho sus biografistas, escogió la esposa con una suerte equ: vocada. así, su vida en predestinación para el vaivén de los combates, hízose más sin fijeza, pues que el poeta del Ismalillo, cargado de ternura, no había de conseguir de cierto el regazo que la fatiga reclama y anhela el corazón sin tregua del agonista.
Sus últimos días fueron los de Costa Rica.
Cuando preparaba el empuje final para caer en la isla con Guzmán Blanco y Antonio Maceo, a la cabeza de los emigrados que merecieron la hospitalidad de la hermosa tierra costarricense y mecieron la tristeza de su patria distante con el afecto de los hermaniticos como los cubanos llamaban a los josefinos. La decisión de Martí había llegado a la hiperbole: Si me dan diez mil pesos para la revolucinó, decía salgo desnudo en mulo. Entre una nubada de presentimiento, cerníase, para él. la Cuz que tanto había perseguido. Podia abandonar alli su pertináz empeño y ya quedaba hecho lo bastante con la organización de fuerzas y, sobre todo, con la directiva conquistadora del pensanriento. Pero queria llegar él mismo, y combatir, como en los tiempos heroicos, aun cuando le asaltase la idea de que moriría. Con Máximo Gómez y cuatro compañeros, saltó en la isla. Los demás, pocos y mal armados, lle.
garon con distancias. Nos caemos riendo, dice en su postrer epistolario, cuando marcha a salto de breña. egos eran los últimos episodios de su angustia, nunca restañada. De su angus.
tia fértil, en creciente, consona ya y que de habérsela quitado, frustraría la gloria y hasta la paradójica alegría de su camino. No se le apa.
rece la muerte con el terror desconocido de la sombra, ni como ſe latigazo de la tragedia. lo largo de sus páginas hay para ella si no las vehemencias de un llamamiento, la fuerza masculina, carne de la naturaleza, de una tranquila y a veces gozosa aceptación. De tal modo Marti va hacia la muerte, sonriendo y casi cantando. Ha de recibi la, además, de pie y en el mismo campo que quiere libre para loz suyos. Marti no vuela al poder como el hombre mediocre, levantadas las alas del chaquet por un aire vanidoso. ega, al lado de los vencidos, en traje de campaña, con vestido azul, oscuro sombrero y alpargatas. Jinesta ha reconstruído el diá.
logo imaginario, vital y simbólico, de sus postrimeria: Marchemos a la victoria compatriotas los soldados: tú a la gloria, Marti planenteros: vamos a morir El Maestro prodigioso de visión: para vivir. Marti arengo a los voluntarios. Ellos iban férvidos. en Boca de dos Rios cayó el Libertador con el fusil en la Mañach ha retratado a Martí y de la fisonomia espiritual y corpórea del Apóstol hay, entre otras, una lograda semblanza en el José Martí de Carlos Jinesta. Grave y lírico a la vez era ese libertador, y no amenguaba su raíz niña, aún en las madureces de su mediodía. De la frente despejada huía la melena riza, según la imagen de Manach. En el semblante pálido, hundíanse los ojos, casi oscuros de lejos y de cerca del color de la avellana. Ojos algo distantes hacia las sienes. Bajo la nariz recta un negro bigotillo de mosquetero. La estatura pequeña y el busto brevemente agobiado. Sintomas de alguna dolencia sin declararse en sus ademanes nerviosos, sucesivamente violentos o fatigados. La voz débil, sin promesa de herir, pero creciente a medida que hablaba, subyugando. La fascinación arcangélica de Marti evocaba Concha Meléndez actúa en cuantos se le acercan, nubla los límites precisos, mientras quedan sin definir los valores más firmes de su producción literaria. asegura Tejera que. Jorge Manoch. Marti el Apostol. España. Calpe.
Madrid. 1933. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica