Democracy

REPERTORIO AMERICANO 31 La glorificación del. Viene de la última pagina)
de los mitos donde tomaron cuerpo las experiencias del antepasado, huímos de la sombra que proyectan nuestros montes, en desatentada carrera que no conduce sino la abismo: al abismo plano y callado de la insignificancia nacional.
Para quienes aconsejamos una reacción en tal camino, aun siendo acusados de que promovíamos el imposible regreso a la desnudez coronada de plumas, esta fiesta de hoy es de un significado capaz de indemnizarnos de largas épocas de incomprensión. Este monumento a la raza, precursor sin duda del grandioso homenaje que toda la Nación debe rendirle en fecha próxima, estará diciendo en su armoniosa y en su imponente sencillez, trasunto del recóndito fuego ancestral que arde en su autor, Domingo Rodríguez, uno de los grandes escultores de mi tierra, que Colombia se descubre, se coloniza y se emancipa de nuevo, ahora sí, en el verdadero sentido espiritual de las palabras, Democracia fraternal y pacífica, que aspira según el imperativo mandato de sangre, a una dulce convivencia con los pueblos de su estirpe. y a servir de placentero refugio a las víctimas del odio en otras zonas del mundo, levanta aquí, para que presida el crecimiento de su capital, el recuredo de los reyes vencidos y del imperio muerto, que dóciles al fluír incontenible de la historia, se fundieron en los moldes de la nueva república. afirma que es un pueblo de la América Española fiel a ese doble destino, resuelto a ceñir orgullosamente a é! sus acciones y sus intervenciones El Alcalde Mayor, insigne servidor público en cuya representacinó tengo la honra de hablar, entrega este monumento a la ciudadanía en el albor del nuevo siglo que ha de contemplar las conquistas de grandeza de Bogotá, digna de ser amada por su gracia, por su ingenio, por su piedad y por su hidalguía. al hacerlo, sabe que interpreta un viejo anhelo capitalino que dificultades materiales aplazaron deplorablemente.
Señores: Creo que la vida de este monumento, y aun la de esta primera piedra que lo anuncia y lo arranca del limbo de las cosas deseadas, va a comenzar ahora mismo, cuando la pompa oficial desaparezca y cuando, allá abajo, la ciudad nos envuelva otra vez en sus anillos de ansiedad. Será dentro del silencio crepuscular y más tarde aun, cuando esta luna nuestra, más leve y más livida que otra cualquiera, bañe con su luz estas colinas, restituyéndoles su prestigio tutelar, que comenzará el desfile, cauteloso primero y luego ruidoso y enfiestado, de los indios cuyas sepulturas santifican este suelo y que vendrán aquí, curiosos y conmovidos, envueltos unos en el sudario de oro de sus majestuosos ritos, y otros vestidos sólo con el bronce y el cobre de su piel martirizada, para ver y palpar la gratitud de sus hijos, encarnada en la piedra de su heredad, labrada amorosamente, y fijada en esta eminencia como una señal, como un faro que atestigüe la imperecedera solidaridad del pueblo con sus genitores y con sus libertadores.
Jorge Isaacs y. Viene de la pogina 24)
nudo en aquel impresionante bajo relieve del monumento a los muertos, que todos conocemos, cuando evoco la tragedia del hombre americano, que avanza en confuso montón, empujándose inconscientemente, en gesto desesperado, hacia la hecatombe y el sacrificio, abandonado de sus viejos dioses, desconocido de los nuevos.
Estamos obligados, y ésta es oportuna ocasión para decirlo, a ponerle un límite a la autodestrucción de la comunidad. El símbolo que le conviene al renacimiento de la raza, a la reconquista de la tierra y a la expansión de nuestras fuerzas íntimas, es, precisamente al contrario del otro, una radiante epifanía, una vencedora juventud que adelanta su irresistible fe por sobre los escombros del pasado. Económica y socialmente no han de redimirnos las doctrinas exóticas, que unifican y sistematizan los anhelos de multitudes que no vinieron a la vida, ni sienten, ni piensan, ni sufren como nosotros. No se juega impunemente a engañar a los muertos. Ridículamente disfrazados, fingiendo una fatigada indiferencia o un ardor combativo cuyas exteriorizaciones sólo conocemos en el libro, estamos amenazados de hallarnos indefensos y pobres, en nuestra soledad interior, frente al drama del que no es amigo de su propia alma. En la escuela, pero en la escuela colombiana, dirigida con pedagogía adaptada a la indole del niño colombiano, tenemos que brindarles amparo a los vestigios de la raza, reconstruyéndolos fisiológicamente, pidiéndoles que nos guíen por el laberinto de su conciencia, y armándolos del ánimo necesario para que siembren en el surco milenario el grano que mejor cosecha rinda. El millón de kilómetros cuadrados sin poblar que nos abruma con su esterilidad, es el campo de donde ha sido desterrada la raza, el campo que debe llenar con su trabajo, con su oración y con su alegría.
Todo plan educativo que no comience por lo rural, acentuará la pendiente suave y fatal por donde estamos bajando a la pérdida de la personalidad.
Sin embargo, hemos venido creyendo que es inteligente crear escuelas, abrir caminos, estatuir sobre distribución de tieras, regular el aprovechamiento de las aguas, promover la creación de manufacturas de textiles y cerámicas, poblar con rebaños determinadas zonas o abandonar otras al terremoto asolador de la minería, sin haber averiguado ni por mera curiosidad cuál es la profunda vocación de nuestra gente, ni por dónde hicieron sus constantes migraciones, ni con qué jugos o resinas teñían sus fibras, ni cómo ablandaban los metales, ni cuál fórmula milagrosa gobernaba sus rudos cementoz que no agrietan los explosivos contemporáneos. Lo mismo que sucede con el sabio aporte colonial, perdido para nosotros bajo una montaña de olvido. Cuando el colombiano asiste casualmente a la justicia de aguas que bajo una encina imparte salomónicamente un pastor en ciertas aldeas de España, no sale de isu asombro.
Esas tradiciones y aquellos usos que guardan el tesoro de la equidad no corrompida por el interés de golillas y jurisperitos, estarían llevando aquí la paz y la abundancia a los campos que agonizan sin agua en la orilla misma de las fuentes, y cuyos terrenos riega sólo de vez en cuando la sangre de las feroces reyertas rurales. Pero no. Somos antinacionales por vanidad, somos víctimas de pretenciosos prejuicios, que nos llevan diariamente en asambleas y cámaras a dirimir todo conflicto con la cita mal vertida, de expositores de otras razas. nos apartamos tozudamente de nuestros orígenes, renegamos en una hacienda colombiana donde la vida en medio de las cacerías de osos y de tigres que interrumpen la apacibilidad de un tiempo lento nada apresurado, tiene también sus gemidos profundos en el dolor de los negros esclavos.
La visión de los negros aparece episódicamente en la novela, pero tiene suficiente intensidad para interesarnos por la vida de estos humildes esclavos, que en medio de su dolor tienen alegrías de dientes afilados. Sus cantos y sus bailes amenizan los momentos amargos de Efraín; pero en medio de esa alegría se esconde el dolor punzante de una raza. La canción que trascribe Isaacs y que tal vez él mismo oyó de boca de un negro, es un bunde que expresa la tristeza de su raza: Se no junde ya la lura Remá, rema. qué hará mi negra tan sola?
Llorá, llora.
Me coge tu noche oscura San Juan, San Juan.
Escuro como mi negra.
Ni má, ni má.
La lú de ojo mío Der má, der má Lo relámpago parecen, Bogá, bogá. junto a este canto con remos, la inmensidad de la selva! Alquel cantar armonizaba dolorosamente con la naturaleza que nos rodeaba, los tardos ecos de esas selvas inmensas repetían sus acentos quejumbrosos, lentos y profundos. anota el poeta. La selva vista por Isaacs no tiene esa fuerza devorante y sombría que nos subyuga en el poema novelesco de su compatriota Eustasio Rivera, en esa Vorágine, cuyas páginas llenas de intensidad lirica y humana nos estremecen con el poder de una selva oscura, áspera y fuerte como en la visión dantesca. Es una selva romántica que armoniza con el dolor humano, no es la selva despiadada y terrible de las hormigas tambochas y sin embargo, es la misma selva. es que el poeta romántico la contempla apacible como sus sentimientos que transforman a un semisalvaje en el más civilizado, el héroe romántico por excelencia. El sentimiento romántico es lo universal en Isaacs y lo que hace de María una hermana de Virginia o de Graziela; el ambiente de la novela es lo genuinamente americano y actual.
Nos atrevemos a afirmar que lo universal de la rovela de Isaacs ya ha desaparecido, a pesar de la muchedumbre de románticos que pueblan el mundo. Lo eternamente actual en Maria es su aspecto americano. Este aspecto de la novela la actualiza, mientras que su universalidad se aleja cada vez más de nosotros; lo mismo se puede decir de Tabaré y de las novelas de José de Alencar. Isaacs nos interesa y lo recordamos en este su centenario por lo que tiene de americano, y recordamos también al hombre que se sobrepuso al soñador; al que amó la libertad y luchó contra la tiranía de Melo, al que dejó un nombre sin mácula y una gran novela americana. Dios rogando.
Pero vamos al Porteño pur sang, que acon.
seja dar de cuando en cuando sus reprimendas paternales. Nosotros también tenemos nuestras reglas; y es una: a Dios rogando y con el mazo dando! Sólo asi se demuelen tiranías. De Sarmiento en el torto XXXIX de sus Obras. Buenos Aires.
1900. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica