Discurso memorable de Sarmiento al cumplir los 75 años, el 15 de febrero de 1886 Sacado del segundo volumen de sus Discursos Populares y fomo XXII de sus Obras. Buenos Aires. 1914.
Mis queridos amigos. Señores Presidentes de los Comités y Clubs de Buenos Aires. Señores extranjeros y simpatizadores: Apenas me será posible dominar la emoción que experimento, al recibir por boca de mis amigos la elocuente expresión de los senti.
mientos de simpatía que despierta en millares de mis compatriotas y entre muchos extranjeros, el placer de ver a un viejo en tan avanza.
da edad presentarse a la lista solemne de su natalicio; y con un cuerpo sano, espíritu alegre y dispuesto, contestar presente a los setenta y cinco años sonados, cuando su nombre lo invoca una generación en pos de otra.
Gracias, amigos, que venís en cuerpo de ciudad a decirme que aun vivo en ci ánimo del pueblo, porque algunos viejos suelen sobrevivir a su propio destino; testigo Carlos V, que pudo darse el gusto de asistir a sus funerales, porque hacía años había muerque to para la historia, para la patria, para la gloria. Pero que vengan a mí a decirme ahora que ya he muerto! mí, que recibo en este día los honores que no siempre me prodigaron en mejores tiempos; a mí, que tengo todavía en la mano, a falta de la espada que no sustentaría ya mi débil brazo, el buril, la pluma y el látigo que fijan las ideas, cuando no sea más que para dar fe de hallarme en mi puesto, cuando las andan buscando para encadenarlas.
Cuando echo la vista en torno mío y no descubro entre cabezas blancas ninguno de mis compañeros de tiempos que ya pasaron, asáltame la idea de que la joven generación me tome por un aparecido, por un alma en pena, y los que no me aman, como un vestigio, todos curiosos de saber como pensábamos, como obrábamos en aquellos tiempos y qué aspiraciones nos impulsaban a la acción en la vida pública.
Satisfaré vuestra curiosidad sin rodeos. In illo tempore se.
guíanos ásperas sendas apenas trazadas por el enmarañado bosque de resistencias que oponía la primitiva barbarie americana; pero guiados por la luz de grandes y claros principio, avanzábamos peleando duro y recio, para dejar a la generación presente libre el paso. Cincinatos eran aquellos hombres que abandonaron el arado para empuñar la espada, abriendo campañas que duraban la vida entera, sin pré y a veces sin patria, guerreando con sus propias armas y caballos, porque no había rentas ni Estado.
Venció nuestra fe en el porvenir la resistencia del entonces presente; y llegamos al fin de la campaña de treinta años a Case.
ros, donde nos dimos un abrazo los que de todos los puntos del horizonte llegaban en busca de libertad: desde Montevideo los más fuertes, la legión argentina y los valientes orientales; desde las pampas argentinas con Baigorria los más bárbaros; con Ur.
quiza y Virasoro, los grandes termidorianos que nos guiaban; y desde Chile y Bolivia, rondando cabos los que habían sembrado ideas y venían, segur en mano, a cosecharlas. Dada la gran bata.
lla, nos dimos, como los emigrantes al Oregón, una Constitución separarnos.
Allí terminaron los tiempos heroicos de nuestra patria, la toma de Ilión por los héroes griegos conjurados. Lo que sigue es vuestra propia historia, la prosa moderna, compuesta de muchas esperanzas realizadas, algunas aspiraciones sobrepasadas por el éxito y no pocas decepciones y desencantos, con cientos de millones que pesan sobre nuestra conciencia, nuestro honor y nuestras bolsas, con altos salarios pagados para servirnos mal, a guardianes que no nos guardan, sino que se guardan ellos, y con soldados que, por entretenimiento, no sabiendo otra cosa mejor que hacer, vienen a darnos simulacros de batallas, desplegando gue.
rrillas en las calles y armando pabellones en los atrios de los tem.
plos, en las elecciones, nuestras y no de ellos, como los gauchos que ponen el facón sobre la plata al tirar sus naipes marcados.
Podéis creerme si os digo que este es el peor pedazo de vida que he atravesado en tan largos tiempos y lugares tan varios; más triste con el espectáculo de la degeneración de las ideas de honor, de libertad y de patria en que nos criamos allá, en tiempo de entonces. serían para desencantar al diablo, si por aquellos hábi.
tos adquiridos por tan largos años de estar esperando siempre, y siem.
pre esperando (y con el mazo dando, mientras tanto. no viese con los ojos claros de la inteligencia y de la experiencia, dura y larga, que no puede durar el mal largo tiempo; porque ya toca en la carne viva lo que era antes sólo frotamiento de la epidermis; y porque los males que nos aquejan, provienen de que el mundo mar.
cha rápidamente en ajustar los hechos al derecho, y los que nos gobiernan se quedan atrás y, sintiéndose pequeños, se arman de púas como erizos, y faltos de recursos propios, toman de prestado millones para darse aire de grandes, con lo que hunden el país y se hunden ellos.
Son como ballenas que se precipitan al fondo del mar llevando el rejón clavado en el flanco. No hay más que darles soga, que no tardarán de volver a la superficie con la barriga al sol! Pero ¡cuidado, muchachos, con los colazos de desesperados de tan grandes animales!
He dicho, señores, todo lo que tenía que deciros este año. Si algunos volvieran este mismo día el año venidero, sabrán si tengo algo nuevo que añadir para entonces. Por ahora, para daros las gracias por la creciente manifestación de afecto y aprecio que os merezco, os contaré un apólogo, que es, como la parábola, la forma literaria en que el Oriente ha engarzado algunas grandes verdades como zafiros esmeraldas en anillos, para que los ancianos con las bendiciones al pueblo, se las trasmitan de generación en generación, sin perderlas ni desdorarlas.
Un gran rey de Persia llevaba siempre consigo en sus excur.
siones alrededor de Ispahan, capital del Estado, su tesorero priva.
do para premiar las virtudes que presenciara. Qué hacéis, buen anciano? dijo a uno que estaba plan.
tando árboles. Planto, le contestó. Oh! Rey de Reyes, que asi le llamaban, planto nogales. Para qué plantáis nogales, cuyos frutos no alcanzaréis a comer? Para pagar la deuda a los que plantaron aquellos cuyo fruto he saboreado cuando joven.
ΕΙ rey, encantado de tan discreta respuesta, hizo seña a su tesorero que le diese un bolsillo de oro como muestra de su real aprobación.
El anciano, recibiéndola, en prueba de su reconocimiento, observó que los nogales que otros plantaban daban fruto a los veinte años, mientras que los suyos fructificaban abundantemente apenas plantados. Ocurrencia feliz que le valió otro bolsillo de oro; pero como observase de nuevo que sus nogalillos, como las higueras, daban dos veces frutos al año, mientras que los comunes, aun de grandes. El gran rey, poniendo espuelas a su caballo, hizo seña al tesorero de darle otro bolsillo y salió a escape de miedo que los nogales aquellos lo dejasen sin blanca.
Me atribuyen mis amigos que siguiendo aquel ejemplo yo he plantado muchos nogales también, y me atribuyen el raro mérito de continuar plantándolos a los setenta y cinco años de mi vida.
No os diré que los míos den frutos después de plantados por temor de que se crea lo que un cronista de nuestro Rey chico insinúa, que he dado al fin de los años en tender la mano.
Esta visita de la ciudad capital de la República, y me complazco en decirlo, de la parte más culta de una sociedad cultísi.
ma, a un viejo sin poder, sin fortuna y sin clientela, es honor que envidiarían los grandes de la tierra, que hará sonreir a los ánge.
les del cielo y que tornará serenos y felices los últimos días de una vida empleada en el bien y adelanto de la patria. Os agradez. Concluye en la página 4)
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