REPERTORIO AMERICANO 329 zado con silencidrla; le he respondido yo que sólo tenía un medio: hacerme matar.
Esto no lo ha de hacer, probablemente; pero existen medios eficacísimos y seguros para acallar a un hombre y acabar con él: confinarlo a algún rincón desierto y malsano del país, privarle de todo recurso, aislarlo de todo comercio, no hacerle saber nunca nada de los suyos y que son como sus mismas entrañas, agotarlo física y moralmente, llevarlo a la desesperación en fin, para que el hombre, ya medio enloquecido por la pena, por el hambre, por la suciedad, por las fiebres perniciosas o los insectos venenosos, pretenda poner fin a su martirio por el suicidio o la escapatoria, en cuyo segundo caso se le aplica esa ley de fuga, tan cómoda para deshacerse de los enemigos y explicar su desaparición. le escribo, Sr. Presidente de Colombia, para hacerle saber que si mi gobierno me confina al interior del país, corre peligro mi vida y que lo hará contra mi deseo y mi voluntad, y, natiralmente, a la fuerza.
Yo deseo y anbelo salir del país, para, desde el exterior, emprender mi lucha por la independencia espiritual y moral de mi padria, porque aqui, repito, ya se ha enmudecido a la prensa y dado la orden de no publicar una sola línea de mis escritos.
Varios países amigos podrían atraerme, unos por su grandeza, riqueza y poderío como la Argentina; otros por sus afinidades étnicas con el mío como el Perú; otros, en fin, por la armonia y el equilibrio de sus instituciones, como Uruguay, y, entre todos, el de usted, Eduando, Colombia, donde va usted a actuar con ese señorío, esa pulcritud, ese desinterés que le caracterizan como hombre harán de usted como primer magistrado el más firme y más decidido defensor de las liberdades públicas y el más celoso guardián de los tesoros de la nación. Pero, razones de vecindad y de comodidad, de un lado, y, luego, porque siempre he encontrado en el chileno un amigo generoso, leal caballeroso me aconsejan preferir como refugio esa tierra de trabajadores libres y esforzados. Me acojo, entonces y desde ahora, bajo el pabellón de la nación chilena en caso de que el gobierno de Bolivia pretenda confinarme a algún sitio aislado del interior.
En vísperas de este accidente desgraciado para el coronel Busch, se me habló con insistencia de hacerme jefe del Partido Liberal en la convención de septiembre próximo. Yo recibi la insinuación sin gran entusiasmo, pues no soy político profesional; pero ahora, y después de lo ocurrido, reclamo el honor de ser Jefe de ese partido para tremolar con energía y decisión su bandera de civismo y poner por la causa lo que aún dispongo de fé, de entusiasmo y de voluntad. Como Jefe de un partido tradicional de más larga historia en Bolivia, estaré obligado a permanecer en el país y me veré a cubierto de cualesquiera asechanzas.
Entonces me será fácil desplegar una gran actividad de coordinación con los otros partidos, con el único objeto de constitucionalizar verazmente este país, ejercer un control severo sobre los actos del gobierno aunque sin caer en la falta de negar o desconocer sus aciertos si los tuviere como siempre han hecho los partidos de oposición en Bolivia y por desgracia para el pais.
Le ruego, Sr. Presidente de Colombia, contar siempre con el afecto y la admiración de su amigo y atento ALCIDES ARGUEDAS Alcides Arguedas ya electo cuando se conozcan los antecedentes y se sepan las causas que lo produjeron.
Hace más de 20 años que usted, Eduardo, conoce mi pluma y muchas veces la ha alabado como periodista y sabe que es una pluma honesta. Más de 20 años hace que me trata como a hombre, conoce mi carácter, conoce mi vida y costumbres y sabe que mi vida es limpia. Por eso las pruebas de estima que he recibido siempre de usted, y, las últimas, hace meses, en París cuando usted ya había sido elegido candidato a la presidencia por el Partido Li.
beral, y, después, en Nueva York, donde, zafando de los agasajos oficiales como Presidente de sus múltiples compromisos con banqueros, industriales, gentes de empresas y de negocios, encontró usted modo y manera de reunirnos en un almuerzo intimo a Lorenzita, su encantadora esposa y su joven amiga, mi hija Stella, con ese formidable José Rafael Pocaterra, autor de esas célebres y ya inmortales Memorias de un Venezolano de la Decadencia, el libro más desolado, más amargo y terrible que conozco sobre nuestras infames tiranías mestizas; con ese Pocaterra que nunca había encontrado en mis andanzas por el mundo pero del que yo sabía que me guardaba profunda estimación intelectual.
Es en ese almuerzo que usted con su cultura europea y su desconocimiento de las picardías criollas, al referirse al Manifiesto que había escrito lanzando mi candidatilra a diputado por esta mi ciudad natal, me vaticinó cosas normales en países normales mi segura elección, entre otras. y que yo escuché con escepticismo porque estaba más cerca de la realidad que ustedes, es deccir, dela realidad criolla que usted desconoce, o poco menos, porque en su país no se manifiestja tan desolada y sucia como en el mío.
11 ¿Por qué le escribo esta carta, mi querido Presidente. Sinplemente acaso para hacerle saber que he sido agredido en su palacio por el primer magistrado de mi país. No, señor Presidente de Colombia y buen amigo mio. Mi carta tiene un objeto más serio.
El Presidente Busch desconfia de mi pluma y me ha amenaYo diría a esos niños.
Puede suceder, señor Presdiente, que yo me equivoque por olvi.
do.
Describiendo, señor Presidente, alguna escena en Liverpool, he escrito en mis viajes el río Maderwell, y no hay muchacho de escuela que no pueda decir que se llama Mersey y no Maderwell. Mientras tanto, yo diría a esos niños: yo he navegado en él. De Sarmiento. En el segundo volumen de sus Discursos Parlamentarios, tomo XIX de sus Obras. Buenos Aires. 1914. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica