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126 REPERTORIO AMERICANO Leopoldo Lugones dejó de existir.
cre, se relevaba en Lugones otra pluralidad, más intensa y más perdurable, que consistía en su enorme labor atística, poliforme y ruti.
Lante, que persistirá y lo elevará, y que lo transforma en una trascendental culminación en América.
ticos revolucionarios comunicaban a su verso fogoso o a su verso impregnado de blandura lírica un soplo de vehemencia o un tono de suavidad que permitía a sus cofrades prever, desde el comienzo, su victoriosa trayectoria.
Lugones había provocado con la lectura de su cuaderno primerizo, en un rincón del antiguo Ateneo, la sorpresa del cenáculo que se agrupaba en La Revista de América, bajo el auspicio de Darío y de Jaimes Freyre. Presentábase ya como un capitán de ese núcleo valeroso y entró en la batalla contra el seudoclasicismo con un impulso irresistible, con un afán de combate y una seguridad de triunfo que des.
lumbraba a sus enemigos al arrollarlos. El formidable Lugones como lo llamó Rubén Darío se apoderó de la escena desparramándose en su ámbito con una violencia de tempestad. En los periódicos restringidos o en el diario en que trabajaba, sus composiciones de metro insólito o sus páginas en prosa desconcertaban y atraían; a la vez, se le veía erguir.
se en las tribunas que levantaba en las calles el socialismo naciente con el ademán del predicador. Urgia a vas muchedumbres por los peligrosos caminos y explicaba en La Montaña, que dirigía con José Ingenieros, la transformacios de la sociedad, en artículos ásperos, en apó! ogos, en estrofas inflamadas. Experimentaba la necesidad de la acción. No le bastaba dedicarse silenciosamente a su arte que culti.
vaba, sin embargo, con la fruición apacible de los prerrafaelitas contemporáneos; experimentaba el apremio de la lucha y su talento verbal, su intimo coraje de razonador y de polemista, se desbordaban en las controversias, se exaltaban y lo engrandecían. Cómo podían conciliarse esas cualidades antinómicas? Hu.
biérase dicho que resultaban incompatibles su aptitud para traslucir el en idioma, con originalidad individual, la sutilización de las cosas a la manera casi abstrusa de Verlaine y de Samain y la capacidad de llegar a la admonición heroica o a la proclamación cívica. Viene de la página 120)
do, y los ensayos burlescos de cuando empezó a manifestarse en su descreimiento o en su fe de poeta revulsivo. Mas si no frecuentaba las asambleas populares ni proclamaba su modo de pensar no tradicional, no por eso se aquietaba espiritualmente o se estabilizaba intelectual.
mente. Buscaba con pasmosa ansiedad lo imprevisto porque le torturaba ei problema doloroso del escritor que no quiere estancarse en un método retórico o en un sistema ideológico.
El fondo irónico o sarcástico que le indujo a tantear con fortuna dialéctica la sátira social le aficionó a la poesía descriptiva, a las vi.
ñetas graciosas, a las anécdotas filosóficamente risueñas con que pobló su Lunario sentimental, una de sus obras más típicas, más ricas y diversas. Lugones se modificaba continuamen.
te y saltaba de ese humorismo fantaseador a la disertación erudita, a los estudios helénicos, a las investigaciones históricas, a la lexicogra.
fía científica. Nada se ofrecía a la curiosidad insaciable de su inteligencia que no pudiera abancar, profundizar y reducir a una extracción sorprendente.
No se perfiló desde el comienzo del siglo un hombre de letras que no debiera algo a Lugones. Bajo su signo dominante se caldeó una etapa de nuestra cultura literaria. La garra de Lugones se percibe en los poetas y en los prosistas que se fueron concretando, y en lo venidero se discernirá en esa feracidad huracanada lo que hay en Lugones de eterno y de humanamente general, sin que importen las disidencias que desencadenara o los desacuer.
dos que suscitase. cuando esa hora llegue, se descubrirá que ese finísimo artífice, ese incomparable juglar del verso, tenía la orgullosa conciencia de los bardos y la melodiosa dulzura de la intimidad. la vez se comprenderá que el glorificador de Sarmiento, el his.
toriador de Roca, el evocador de Martín Fie.
rro, el cantor de los romanceros bárbaros, el narrador prodigioso y brutal de la guerra gaucha, era un genuino poeta criollo, anegado en el alma del suelo patrio, que vivió identificado con su drama punzante, con su anhelo velei.
doso. Es drama conocemos nosotros, los que hemos convivido con Lugones en el periodismo y lo hemos admirado en la diaria fraternidad, en la amistad sin sombra, en el afec.
to seguro. Ha sido nuestro compañero. nos sentimos anonadados, nos sentimos absortos, dolorosamente abatidos ante la certeza de su muerte. Lugones, ese inmenso árbol que rugía con los vientos y cantaba con los pájaros, se ha derrumbado.
Las montañas del oro, su libro inicial, que llevó el nombre de Lugones a las juventudes de América, nos pone frente a ese desdoblamiento. En el prólogo memorable se halla su duradero entronque en el profetismo hugonia.
no. En ese poema, de cadencia sonora y de torrencial musicalidad, describía la gran columna de silencio y de ideas y nos daba la imagen del nacimiento de un mundo, en el cual decidía ponerse de parte de los astros.
Se anunciaba en su alba de sembrador temenario y al propio tiempo se entregaba a la ela.
boración de sensaciones de artista refinado, que construía sus símbolos con una comple.
jidad cerebral, con un misticismo sensual y estilizado, que se interrumpía de pronto con un estallido espontáneo en que se advertía su vo.
cación interior. Ese período de oratoria, de polémica de deseo de estremecer la apatía burguesa fue corto y apenas sirvió para caracterizar su poder mental. Se alejó de las filas en que se destacó rápidamente como un leader magnífico y se concentró en su tarea de artista. Se alejaba a la vez, deliberadamente, podría decirse, de lo que era más personal en su producción, o sea de la poesía apostólica, para recrearse con preferencia en la de indole plástica, en ese lirismo tranquilo de paisaje y de sentimiento transfigurado que da una medi.
da tan alta de sus medios expresivos en Los crepúsculos del jardín. Una considerable distancia mediaba entre este libro, raro y profunEn el año del centenario de 1910, publicó varid volúmenes buídos por la emoción pa.
triótica, y entre ellos Las odas seculares, en que se agita armoniosamente la pasión del país. Era ésta la postrena definición del poe.
ta, ya serenado, maduro, orientado hacia una concepción cristalizada? No. Le labraba constantemente la inquietud, la fecundidad de su ser variable, de su brío numeroso. Se rehacía sin cesar, se confirmaba y se distendía en di.
mensiones y en proyecciones que no se preveían y que dilataban su robusta individualidad. Los que le reprochaban esos cambios sucesivos no se daban cuenta de que no variaba en substancia, y lo único que interesaba en su incansable renovación, que era el testimonio vivo de su talento, se acentuaba aún en lo que apa.
rentemente lo desviaba del culto desinteresado de lo bello. Le sobraba fuego genial y se veía forzado a desparramarlo en un hallazgo de procedimientos sabios o en el esfuerzo activo de la propaganda y de la discusión. Con su sinceridad incontenible obedecía sistemática.
mente a su estado de ánimo y de ahí que reaccionara al azar de las sugestiones inmediatas, sin atenerse a considerar las consecuencias de su postura. Carecía, por ejemplo, de ambicio.
nes políticas y le preocupaba tenazmente la política. Opinaba sobre las cuestiones nacionales y mundiales con la libertad que le exigía su recia naturaleza y en la posición que asumía se empeñaba con una perseverancia de combatiente ardoroso que gozaba en el bata.
llar. Hubiese podido tener las ventajas máxi.
mas que concede la vinculación con la clase gobernante, y que también confiere la celebridad y la actividad. Rehuyó inalterablemente esas comodidades apetecidas por una altiva honradez, por un hermoso despego de lo mate.
rial. Pasó de un extremo a otro extremo, en filosofía, en política, en teoria estética, con una especie de albedrío anárquico, de admirable valor de rectificación y en esos retornos distintos observó la intransigencia del convencido, el excluyente apasionamiento del fervor, de la pristina pureza de un corazón que igno.
raba la doblez, que desconocía los desvíos obli.
cuos. Muchas veces se ha basado la crítica parcial en esos hechos de su vida para disminuir.
lo o para limitarlo. No lo lograron los que intentaron juicios semejantes. Al margen de esa pluralidad inadmisible en el individuo medioEl fallecimiento Tigre, 19. En las primeras horas de la mañana de hoy fue hallado sin vida, en el dormitorio que ocupó anoche en el recreo de la isla El Tropezón, don Leopoldo Lugones, El ilustre escritor llegó ayer a esta locali.
dad, descendiendo en la estación del a eso de las 16, e inmediatamente ocupó una de las lanchas que hacen el transporte colectivo por el Delta, la que lo condujo hasta el recreo El Tropezón, en donde permaneció las últimas horas del día. Después de comer, el señor Lugones solicitó un dormitorio, manifestando antes que pernoctaría allí y que debía ser despertado al amanecer.
Cuando, de acuerdo con sus instrucciones, una persona de servicio de la casa, acudió es.
ta mañana a las para llamarlo, debió pene.
trar en la habitación del huésped al no obtener contestación y halló al señor Lugones en el lecho, ya sin vida.
Al punto se dispuso el traslado del cuerpo del señor Lugones al hospital Petrona Ville.
gas de Cordero, de San Fernando, en donde a las 13 se le practicó la autopsia, calculando los facultativos que el deceso debió producirse a las En la capilla ardiente Ante la capilla ardiente instalada en la re.
sidencia de la calle Santa Fe, desfiló ayer, por la tarde y por la noche, un crecido número de personas vinculadas a los círculos intelectuales de la capital, quienes exteriorizaron constantemente el sentimiento causado por la desapari.
ción del señor Lugones. Figuraban entre ellas numerosos escritores, artistas y periodistas, así como un grupo, igualmente crecido, de politicos y amigos personales del extinto. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica