REPERTORIO AMERICANO 185 Monumento a Valencia De El Ti npo. Bogotá, 10 de abril de 1938 it Max von Loeventual, muy agraden 72314 ar Dibujo de Max. von Loewenthal Las damas de la alta sociedad de Cali se dirigen al senado para pedirle que en el proyecto para la debida celebración del Cuarto centenario de Popayán, se incluya una partida destinada a levantarle un monumento al más glorioso de los hijos que hoy alientan en la ciudad fecunda: a Guillermo Valencia.
La solicitud ya es, en sí misma, un monumento. Que un grupo de damas, que tan fielmente reflejan el sentimiento nacional y en quienes están representadas la gracia, la belleza, la elegancia y la virlud de los hogares de Colombia en forma esplendorosa, manifiesten tal deseo, es para dejar consagrado, nimbada de fulgores la cabeza inspirada, al inclito Maestro.
Pero, aparte de tan valiosa ofrenda, que bien sería, no solamente por complacer a quienes tanto derecho tienen de solicitar y a quienes tan grato es demostrar obediencia, sino por atender a las más reconditas, entrañables, voces de la justicia y del ánimo, elevarle en vida el monumento a quien es la flor de nuestra cultura y nos hace ufanar a los colombianos de la tierra en donde, como al soplo de Dios, brotó su genio.
No es costumbre de ningún pueblo el homenaje del mármol o del bronce sino a aquellos que quedan en el recuerdo coradecido de las generaciones, por sus hechos o por sus palabras, por su heroismo o por su ejemplo, muchos años después del final tránsito. Pero ejemplos hay también, de consagraciones como la que ahora se busca, en casos excepcionales. Don Segismundo Moret vio la suya en España. Clemenceau gruñó ante la que quiso levantarle en una hora oportuna la gratitud de Francia.
Guillermo Valencia figura entre los inmortales. Cuando todos hayamos desapatecido y nuestras cenizas hayan abonado muchas tierras y favorecido muchas floraciones; cuando no quede ni en la rente de los eruditos ni el más leve recuerdo de nuestras páginas, de nuestras campañas de nuestros prestigios políticos, de nuestras actividades sociales, el nombre de Valencia seguirá sonando como los torrentes, volando como las mariposas, brillando en la noche como los cocuyos, a través de todos los pueblos de lengua castellana.
La gloria que le ha dado a Color:bia, Colombia puede empezársela a corresponder con el monumento que piden las se noras de Cali. para Popayán no habrd mejor símbolo, del ayer heroico y del presente henchido de promesas, que el de su cantor, el hombre que construyó para la ciudad un monumento de consistencia mineral, y en cuyo espíritu se transfundió todo lo que en el pasado fue elución, sacrificio, dignidad, orgullo, patriótico fervor e inteligencia. Quede ahi nuesIra voz, tan débil pero tan sincere. como un eco, mientras se funde el bronce que irá a significarle al poeta cuánto lo admita y cuánto lo ama su patria!
Guillermo sueña en mármol Por MAX GRILLO Envío del aufor. Bogotá, abril de 1938 En el camino de la gloria parece que Guillermo Valencia se encontrará con su propia esta tua. La iniciativa generosa de convertirlo en bronce procedió de ciudadanos entusiastas y ha sido acogida por un grupo selecto de mujeres caleñas. Semejante homenaje no ha debido sorprender al poeta político, quien hace tiempo sueña en el mármol desde la olímpica cima en que lo han colocado sus compatriotas, especialmente los liberales, a los que acaba de calificar de sus ex amigos; y esto porque durante el odioso régimen imperante las autoridades encargadas de percibir los dinero del fisco hánse atrevido a tasar las ventas del ilustre castellano de Belalcázar.
Es indudable que cada uno de los grandes hombres acarrea los elementos de su propia gloria, ora en los dominios de la poesía, ora en los de la politica y la ciencia. Pero esa gloria crece y Se aquilata en la conciencia de los hijos de una misma patria cuando la fama del poeta o del sabio es cirounscrita a un país y a una literatuna, o se prolonga indefinidamente al través de fronteras y de nacionalidades, cuando se trata del genio. El mayor poeta de Alemania, convertido por consentimiento uiversal en uno de los excelsos representantes de la armonía, declaró, probablemente antes de escribir Fausto, que él ocupaba el décimo tencio lugar entre los poetas de su patria.
Los ex amigos liberales del ilustre cantor de Las Cigüeñas acogieron de la manera más cordial y entusiástica a Guillermo Valencia cuando se presentó, recién salido de las aulas del Semanario de Popayán, con un libro de versos, cosecha primigenia, segada en las praderas del simbolismo. La prensa de oposición, asediada por los mastines de la autocracia reinante, disputóse el privilegio de publicar, precedidas de nobles elogios, cada una de las composiciones del novel musageta. La academia permanecía cerrada con los siete sellos que le pusiera su pontífice, el autor del Himno al Silencio, al ocupar el solio de los supremos magistrados. Los mosaicos, o parnasillos consagratorios habían desaparecido. Pero a Guillermo Valencia le crearon ambiente propicio en la ciudad atemorizada bajo los signos de la cruz y la bayoneta, unos cuantos de sus examigos los liberales, quienes huyendo de la Ley de los Caballos, perseguían a Pegaso por los cielos azules. El gran pontífice de la Acade.
mia y del gobierno, don Miguel Caro, traducía mientras la paz imperaba, no lejos de la ventana septembrina, los versos de Sully Prudhomme, con admirable pulcritud clásica. Sabíase que el filólogo gobernante, en ratos de expansión con sus más cercanos áulicos, burlábase con sápida ironía de los versos de Valencia y de quienes los aplaudieron, los Sanines y los Hinestrozas. Aún recuerdan algunos el mordiente soneto que el clásico de palacio compuso a manera de réplica para censurar otro de Valencia.
Los críticos de la Academia, citemos a los muerLENC Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica