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SEMANARIO DE CULTURA HISPANICA El suelo es la única propiedad plena del hombre y tesoro común que a todos igualo, por lo que para la dicho de la persona y la calma público, no se ha de ceder, ni fior a otro, ni hipotecar jamás. José Marti.
Giro bancario sobre Nueva York Juan Bosch y el camino real Por GRACIANY MIRANDA ARCHILLA De Alma Latina. San Juan de Puerto Rico, 2! quincena de marzo de 1938 Juan Bosch (1937)
Este no es el caso de un pisaverde que engranda su visión al lado de los botafumeiros de salón. Juan Bosch lejos del maquillaje que disfraza el existir, se tira a campo raso, seguido de su fiel colín, y revienta una mala palabra, no con la intención burdelera, para exacerbar apetitos, sino para ahuyentar las malas influencias y cortar la cabeza a la culebra negra de la noche.
Yo diría que cada pisada de Juan Bosch es un cuento. La pisada del hombre se traduce en firma de condenado bajo la lluvia y en alete, de polvo bajo el oro del sol. Pero es firma de condenado y aleteo de polvo que no pasan nunca, aunque la Wluvia tan alcahueta y el oro del sol, van esquivo cambien de residencia. Cada pisada es una indeleble travesura que avanza a regañadientes o busca su destino, obediente a voces antiguas, sin más aparejo que deseo ardiendo bajo el ala. Cada huella, carril de los caminos reales, se aúoa cristaliza, se retuerce y habia, porque Juan Bosch trasmite eco de luz a su firma de condenado.
Se respira un aire de fronda. La primera palabra es aletazo de ciclón. Fuerza de río crecido que socava y arrastra. Fuerza de hombre primitivo que se codea con la cola del relámpago y las uñas de la Muerte. Fuerza humana, sin embargo, que pone el oído en tierra y la palpitación en lo celeste. Fuerza retadora, tantas veces irresistible, irrefrenable, bárbara, parecida a una cuña de caoba metida en la llaga del corazón.
Luepo el paisaje se agiliza lo mismo que un gato montés. Salto de agua que se confunde con ellamento del hombre tumbado por la tormenta. Selva o playa de los proscritos, los hombres alzados al igual que las guineas de cresta de rubí, donde la maleza sabe aplicar zancadillas de muchacha experta en el juego del Amor. De trecho en brecho, cruces que piden limosnas de paz. Barrancos de labios húmedos y gruesos, como los labios de los negros, Barro del camino real pegajoso como palabra untada en miel, pero traicionero lo mismo que hombre cobarde. mujeres. No las mujeres de Rubens, danzando sobre el vellón del beso, sino mujeres de ojos interrogantes y prietos, sujetas a la cadena de la renunciación, a lo perra con faldas y cachorrillos. Mujeres que el macho gobierna con el sable de una mirada fría. Mujeres opacas al pie de las jumiadoras dominicanas; flacas de cuerpo, sí, pero sensibles a la pena del varón, sensitivas como el morivivi, cuando, aguijoneado por el ladrido del perro, el hombre junta la puerta de su covacha y tajea la sombra con la punta del machete o el fogonazo del nevólver. Mujeres silenciosas y socorredoras, únicas en la escala del sollozo tragado y las lágrimas bien tascadas. Mujeres que pasan el rosario y se persignan suavemente a la vera del camino real que se moja las plantas en el río.
Juan Bosch en este extremo de la mejor palabra, no abusa de los recursos. Sabe que no debe imitar al cuentista frivolo, ese que hace del lip stick (lápiz de labios) lo indescartable en el momento del parto literario. No se detiene a describir las manos de la princesa que lo miró guiñando, ni le parece acorde lo de fijarse con interés sobrenatural en el corpiño que abriga las conejillas salomónicas muy en sazón, para encender la vela del deseo. Ni aprovecha la puesta del sol para amarrar la carne de los amantes. Juan Bosch no es cuentista de playa, ni de tocador, ni de beauty parlor, ni de abanico, ni de cinta, ni de celos, ni de orejas lilas, ni de camelias, ni billetes amatorios; en él todo es saludable, ancho como el pecho de los caballos de carrera. Podría, a la usanza de los pasados tiempos, hablar del fiacre número 13, el chasquido de las espadas movidas bajo el escándalo de un farol o la escalera de Romeo, las quejumbres de Virginia o la tuberculosis de Margarita Gautier. Pero Bosch sabe que el personaje crudo es una raíz eterna. Le basta con esbozar la sombra de una mujer silenciosa, acusadora de un fuerte dramatismo; mujer que recuerda en algunas cosas, los trozos de bronce que inventaba Gorki y que desvelaban a Dostojewski.
Hemos dicho que en el libro de cuentos de Bosch se respira un continuo aire de fronda.
Esto es asi, ponque sus personajes no son producto del opio, los tragos, las alucinaciones, la locura. Se respira un aire de fronda porque cada uno de sus personajes es un árbol griton y sagrado hasta cierto punto. En la noche, el árbol está sereno, duerme tranquilamente al golpe de la lluvia. Pero de la boca del lobo de la noche emergen las armas; los soldados profanan el umbral de las chozas, y el árbol, el hombre dormido, despierta en plenitud de savia colérica. Humildoso al principio, hospitalario siempre, se sab perseguido por quitame allá esas pajas; Piensa en el colín, en el clavao que sabrá liberarlo, en su tradición de hombre y hasta en la puñalada noble, propinada artísticamente. Capaz de partir su único pedazo de pan con el hambriento, incapaz de robar sino en virtud de un ideal de pureza, siempre anheloso de dormir en tierra para que el advenedizo encuentre abrigo donde sobra soledad. Aire de fronda en todas partes. sobre el aire, galopar de trueno.
En verdad, los personajes de Bosch no podrían pertenecer al campo de Puerto Rico. Hijos de su tierra, enlodados hasta el habla. argo que es el camino real picoteado de lluviaprecisan atmósfera valiene para subsistir. Cada uno ha tenido aprendizaje luengo en el predio de las libertades cívicas. Cada uno sabe que sólo la tierra pertenece al hombre que la pelea como se pelea la carne de la hembra.
Cada uno es un libertador, noble en el rincón de toda prosapia, pero arrebatado, indomeñable y solitario cuando se le pretende ahogar el ansia linajuda. La pasión es en ellos lo que el chumal en los paladares antojadizos: bocado de Amor. Se apasionan los personajes de Bosch al rescoldo de todas las lámparas: aqui la jumiadora que enrojece rostros, los gallos que cortan brisa con las escuelas, las ideas políticas que atragantan como los manjares muy secos. Pasión a trote largo, pasión a galope, pasión del cuchillo y el disparo; pasión del flamboyante en tiempo de hemorragia.
He seguido con olfato de perro la huella de Juan Bosch y en casi todo su libro de cuentos he descubierto color sangre, sal de sangre, grito de sangre. Nos inicia la ruta con una muje: matona, incapaz de comprender la gloria del sacrificio ajeno. Prosigue con un tiroteo cerrado que firma pasaporte a un padre enternecido. Continúa con el llanto de sangre de un niño asesinado. Se repiten dos fogonazos.
Un padre, ante la cobardía de su hijo, acepte una copa de sangre. Hay un despeñamiento, un algarrobo muerto ante la alegría de un recién nacido padre, un hombre que silenciosamente jura venganza en presencia de su revólver, un cuchillo que no hiere porque la voz de un niño es un poema, una galleta que costará muy cara, una hilera de guaraguaos que denuncian pestilencia de sangre hozada; nueva sangre derramada noblemente en duelo sin escala en lo alto de la loma; sangre callada del sacrificio del caballo Lucero; nueva sangre, sangre del gallo aparentemente muerto; sangre del padre que niega a su hijo ladrón y camino real, camino real, como río de sangre sonora. Sangre, siempre sangre! Pero no debe aturdirnos la fiesta de la sangre. El siglo es una balsa de sangre. Las ideas están llenas le sangre. Todo es un himno a la sangre! Juan Bosch es un hijo legítimo del siglo sangriento que desgraciadamente vivimos. Sin embargo, él no ha.
ce más que pintar lo que pasó, lo que pasa y pasará. Lo que pasó entre orgías de sangre; lo que pasa: asesinatos en masa bajo la varita cri(Concluye en la página anterior. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica