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26 REPERTORIO AMERICANO Disciplina ejemplar del gran escritor paraguayo Manuel Domínguez: Ahorraré palabras, según mi costum.
bre, caminando aprisa, escribiendo por resta y no por suma. El alma de la raza. Vol. Asunción, Paraguay. 1938. ՈՈՈ TABLERO ¡Cómo crecen las ideas en la tierra!
José trarte Por lo que el caso pueda interesar en el exterior, reproducimos las cartas siguientes: Señor don Ricardo Fernández Guardia, Director de la Academia Costarricense Correspondiente de la Academia Española.
Presente.
Estimado don Ricardo: En La Tribuna del domingo y bajo el rubro de Comité Patriótico Español, aparece una noticia tomada de El Heraldo de Aragón, que dice así: La semana pasada don Anastasio Herrero hizo entrega en San Sebastián al Director de la Real Academia Española, don José María Pemán, de la adhesión de los académicos coirespondientes de Costa Rica. Manifestó e!
señor Pemán que era el primer país de América en adherirse al Instituto de España.
Ahora bien, nada tendría que objetar personalmente a usted ni a sus distinguidos compañeros por la adhesión que han dado al Instituto franquista. Dios gracias vivimos en un país donde a todos nos está permitido manifestar libremente nuestras opiniones, aún cuando, como en este caso, esas opiniones vayan a sumarse a favor de un régimen que es la negación de todas las libertades y en especial la de pensamiento y de conciencia; pero pienso que habiendo sido yo nombrado hace algún tiempo miembro de la Academia Costarricense para llenar la honrosísima vacante de don Manuel María de Peralta, pudiera consi.
rárseme conectado con ella, aunque hasta la fe.
cha no haya sido recibido oficialmente en su seno, y me cumple por tanto hacer al respecto las siguientes declaraciones: Cuando, gracias a la gentil deferencia de ustedes, se me nombró miembro de esa Academia, presidía la Española el ilustre filólogo don Ramón Menéndez Pidal y la integraban hombres de letras eminentes; en tal virtud era natural que considerara un honor muy superior a mis escasos méritos el pertenecer en carácter de corresponsal a tan docta corporación. Hay más, todo indicaba que al influjo renovador de la joven república hispana y del espíritu liberal de los señores académicos, aquel instituto, aunque todavía ostentaba el lema tradicio.
nal y absurdo en materia de lenguaje: Fija, limpia y da esplendor, iría abandonando sus preocupaciones demasiado conservadoras y dejaría pronto de ser lo que, debido a eruditismos estériles y a veleidades reaccionarias, había sido hasta allí: un depósito donde las aguas de csa gran tradición española se habían estancado y aún diré confundido con cosas abominabics y que le son extrañas, en vez de quebrarse en cascadas productoras de alegría, de fuerza y de progreso.
Desgraciadamente la guerra civil, o mejor dicho la guerra de invasión, ha venido a echar por tierra todas aquellas esperanzas, y hoy la Academia no existe. Claro es que hablo de la verdadera y no de ese remedo infeliz que se ha instalado, según dicen, en Salamanca, bajo el sable sangriento de Franco. En esa misma Salamanca y quizá hasta en los claustros ilustres de su Universidad en que enseñaron Vito.
ria y el Brocense y en que el manco siniestro de Millán Astray gritó entre el regocijo de la soldadesca franquista y el dolor de Unamuno: Muera la inteligencia! Porque una Academia que se allana a la protección de tales Mecenas cuartelarios y al triste papel que le han designado de hacer propaganda entre los espíritus coloniales de América por la Vieja España del sable y del hisopo empeñada en sobreponerse a la nueva, a la que tiene sus raíces en los Justicias de Aragón y en los Comuneros de Casti.
lla, no creo yo que merezca ese nombre ni ia simpatía tampoco de quienes nacimos libres y libres queremos morir. La verdadera Academia, aquélla a quien el amago y el estrago de bombas y cañones desalojaron de su sede madrileña, está por desgracia desintegrada y dispersa.
Su ilustre director hubo de venirse a América y se halla hoy en los Estados Unidos donde los profesores de universidades y colegios, admiradores como son de sus doctas investigaciones y amigos además de la República Española, tratan de aliviar su nostalgia al mismo tiempo que aprovechan su ciencia. Algunos otros Académicos andan también en el extranjero hurtando el cuerpo, aunque no el alma adolorida, a los Junekrs o a los Capronis, o han muerto de dolor ante la tragedia que desencadenaron los generales traidores a instigación del terrateniente egoísta, del clérigo cerril y tradicionalmente enemigo de toda idea y de toda institución democrática, y del falangista made in Germany o fabricato a Roma. Tal el caso de un Armando Palacio Valdés y de un Joaquín Alvarez Quintero, los cuales acaban de bajar a la tumba en medio del cariño y la reverencia de la gente de Madrid, casi dos años después de que la prensa fachista o fachistoide de por acá los dieron por muertos a manos de los asesinos rojos. Sólo Benavente entre los académicos se ha quedado por allí para correr la misma suer.
te de su pueblo y para sentir también de cerca las palpitaciones de esa ciudad de Madrid que él llamó una vez alegre y confiada, y que de hoy en adelante tendremos que llamar todos invicta y heroica. Grande y noble ejemplo de lealtad con el pueblo, de apego a los ideales de independencia y libertad de la España en guerra contra el faccioso, contra el moro, contra el italiano y el germano! Más de alabar y admirar porque viene de un hombre viejo.
ironico, que parecía desilusionado de todo y en quien nadie sospechaba el sentido heroico de la vida. Tal ejemplo debiera ser propuesto a quienes en este país han sentido flaquear su fe democrática, han renegado de la libertad y hasta han visto, insensibles, crímenes contra el espíritu tan horrendos como el asesinato en Granada de García Lorca y de Leopoldo Alas en Oviedo. Todo por haber dado demasiado crédito a las patrañas del peligro y del terror rojo echados a rodar por aquellos interesados en que se perpetuara en España un régimen de economía feudal y volviera el Estado a los tiempos teocráticos de Felipe II y se atizaran de nuevo las hogueras de la intolerancia para quemar en ellas todo libro en que aliente una idea moderna, como si fuese posible volver al pasado y erigir en normas de la sociedad actual los principios de gobierno del siglo XVI.
El mundo marcha, y ni siquiera en materia de idioma es posible fijar indefinidamente nada y cerrarle la puerta a las innovaciones que trae cada día.
Desorganizada pues la Academia Española por las razones dichas. y no ciertamente por falta de hombres sabios y capaces con quienes sustituir a los muertos o ausentes, sino porque los escritores, los poetas, los maestros, los artistas que permanecen allí están más empeñados en la lucha presente por salvar a España de la garra extranjera y de la reacción interna que en constituir cenáculos literarios, y habiéndose ustedes adscrito a la otra, a la de Salamanca, es mi deseo que invaliden el nombra.
miento que se dignaron hacerme para formar parte de la Academia Costarricense. No quiero que en ninguna forma pueda aparecer mi nombre conectado con el movimiento que, en palabras recientes de Lloyd George, han promovido todos los reaccionarios del mundo contra el Gobierno Republicano español a fin de frustrar su intento de reparar los errores de que estaba llena la historia de los últimos siglos: la abrumadora explotación de esos campesinos maravillosos que trabajan duramente para un sistema de propiedad fundado sobre ganancias exorbitantes, la condenación de los obreros del país a la indignidad y el mantenimiento del analfabetismo por los intereses de una jerarquía estrecha y anacrónica, creyendo que la ignorancia del pueblo era la garantía más firme de su servidumbre. mi juicio este último y ruin empeño de todos cuantos cita el insigne político inglés, esto es, el de mantener al pueblo en la ignorancia, como lo ha proclamado sin rebozo hace poco en Burgos un aristócrata de la sangre aunque no del espíritu, resulta el más abominable y merece la reprobación de todos y especialmente de organizaciones culturales del estilo de esa Academia, a menos que en pleno siglo XX todavía sigan pensando los señores académicos costarricenses como pensaban en su tiempo Richelieu y el abate Fleury, que el pueblo no debe saber leer ni escribir.
Le ruego pues, mi estimado don Ricardo, tener por presentada mi renuncia de miembro de esa corporación, y aceptar las protestas de mi simpatía personal, MARIO SANCHO (Diario de Costa Rica, 28. setiembre, 1938. San José, 28 de setiembre de 1938.
Señor don Mario Sancho.
Estimado amigo: He leído la carta abierta que usted ha tenido a bien dirigirme en este mismo diario.
La noticia publicada por El Heraldo de Aragón es totalmente inexacta en lo que atañe a nuestra Academia de la Lengua. Ni ésta ha escrito ninguna carta al señor don José María Pemán, ni ha tomado acuerdo alguno sobre adhesión al Instituto de España.
Presumo que el origen del asunto sea una carta particular que confié a don Anastasio Herrero, dirigida a mi distinguido amigo don Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica