REPERTORIO AMERICANO 361 Colmena. de Isola Gómez Por ROMULO TOVAR Colaboración San José de Costa Rica, setiembre de 1938.
Al hablar de los poetas no me parece que pueda hacerse siempre en palabras reposadas que la razón dicta para mantener el necesario equilibrio de las ideas. La razón es arquitectónica y la poesía es visionaria. La poesía es una audaz penetración del espíritu en las profundidades de la vida. Su símbolo es Orfeo iniciado en las honduras del misterio para descubrir el alma de Euridice. Para hablar de la poesía se requiere su misma pasión. Ella es, en sí misma, furiosa pasión: dolor de ser, dolor de desear, dolor de ideal. Pasión inmensa para admirar y para sufrir: para cantar a Aquiles y para dejar caer una mano piadosa sobre la cabeza de los niños. Pasión por lo heroico, o por lo alegre, o por lo triste. La poesía domina todas las gamas de la sensibilidad. También se puede decir que es ei reino de las almas: del alma atormentada del Dante y del alma iluminada de Beatriz. El alma mayestática de la luz, el alma arrebatadora de la música, el alma inmensa de la montaña, el alma vasta de los mundos estelares, el alma de la flor y el alma de las catedrales místicas. La poesía es así, un verdadero don interior que se aproxima al entusiasmo y al vértigo para libertarse en un afán indomable de descubrir los secretos de la vida. Siempre fue su ejercicio puro una peregrinación más allá de nuestras familiares realidades. El poeta maldito será siempre aquel que portando una lira de luz en sus manos, vacilo en los umbrales de todas las transformaciones, aterrorizado por los abismos que bajo el conjuro de sus cantos se habrían convertido en jardines o en círculos de angélicas teorías celestiales. Sólo estamos cerca de la vida cuando el poeta atormenta nuestro espíritu.
Formas e ideas, mundos imaginarios, ansiedades infinitas, angustias de perfección, cu.
riosidad de goces trascendentes, todo desfila en este libro de Isola Gómez, en un prismáti.
co juego de ritmos, de cristalizaciones espirituales, de fantásticas perspectivas, de iluminaciones como en un místico devocionario de una lejana Edad Media. Porque los versos de Isola no son una bandada de pájaros mañaneros sobre los iris contradictorios de un jardín mundano. Son más bien como los ecos de voces de órgano y de harpas de un templo perdido en el seno de nuestras selvas americanas. Sus problemas de estética son los que inquietan el alma atormentada del mundo. El más profundo de ellos es la penetración de la naturaleza. Ya no es el paisajismo en sí, sino algo más que la contemplación de las cosas. es la contemplación de las cosas en un deseo vehemente de hundirse en ellas. Es como la disolución mística en el todo, el supremo ideal del alma: acercarse al alma del todo, sorprender lo que es esto o volver a integrarse a esa universal palpitación que cuaja en diamantes en la estrella y asciende en perfumes desde la flor hasta la luz. Los poemas en que la poetisa nos revela su religión de la naturaleza nos recuerdan el concepto supremo del poeta indio sobre el sentimiento de intimidad con ese mismo divino interés: aquella que satisface nuestra personalidad con manifestaciones que enriquecen nuestra vida y estimulan nuestra imaginación en sus armonías de formas, colores, sonidos y movimientos. La Naturaleza no está fuera de nosotros. Es ciertamente nuestra propia personalidad, acaso limitada por sensaciones, pero real y sensible cuando nuestros Brixenet Isola Gómez (1938)
hondos instintos de espíritu se libertan bajo el impulso de nuestros ensueños. Por eso, el poeta, cualquiera que sea su destino, es el ser privilegiado en este maravilloso culto de las cosas: él es es el que conoce el valor trascendente de los símbolos que son la rosa o el ala.
Hay un retorno hacia la Naturaleza que es como la búsqueda de un valor perdido. Ella puede aparecer puramente fantasmal, pero ella es en sus leyes eternas, en sus impulsos creadores, en su realización de lo infinito, la realidad divina. Volviendo a ella, el hombre sale de sus tormentos de sus cegueras, de sus enormes dudas, de sus mismas rebeldías, para conquistar su propia esencia y su propia esencia está precisamente en el rayo de luz. No es con sentido de simple piedad o misericordia devota que el supremo poeta de las cosas las llamaba hermana agua, hermana nieve, hermana estrella. El poeta, coronada su frente de rosas encendidas, en llamas su carne y su sangre, va proclamando ese culto imperecedero. El único servicio que se puede hacer a los otros, es el de despertar en su interior el sentido lo divi.
no por el influjo de la poesía y es lo que el poeta quiso. El no ha querido ser o ejercer sino una agradable y amistosa influencia que deslizándose como el perfume de una flor o la visión de un paisaje, quiso impresionar al viajero.
Esto y agradable y amistoso es lo que domina como una palpitación lumínica los versos generosos y amables de Isola Gómez. No hay en ellos la complicación ni precisa ocuparse de este problema de angustiosa estética que otros sufren. Su lira es casi agreste; en los ligeros vestidos de su brillante fantasía se sienten aún los alientos emocionantes de la selva; en sus cabellos hay pétalos de flores deshojadas al pasar, en sus manos quedan ra.
mas de mirtos y en la armonía de sus cantos vibran las salmodias del río hondo, de la cas.
cada sonora y aun de la lejana tempestad y tal vez, del horrisono mar. Hay que sorprender a la ninfa frente al lago de azur, escrutando el mundo de la ensoñación. No está el paisaje delante de ella. El agua mirifica en.
cuentra en ella la sonora estrofa que la transforma en musa y que la arrebata hasta ofrecerse a la eternidad en su absoluto abandono de pureza y virtud: ile di al Rey del Tiempo mi fiel corazón!
Juntos nos hallamos felices durmientes.
entre las tormentas, bajo el huracán.
Desde entonces somos confiados vivientes dejando que floten los cuerpos desnudos, sin temor que choquen, ni hacia dónde van Es, a su vez, el tema del amor, ofrecido co.
mo un vino de frescas uvas en los cristales del día feliz. En el banquete de todas las cosas.
El amor sin límites, la locura de amor que dice el poeta ruso Ogarev: El corazón siente aun un deseo loco de amor de un amor mutuo eterno y sagrado, que no puede ser arrastrado por el tiempo, y que el mundo no será capaz de destruir con sus vanidades mortales. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica