REPERTORIO AMERICANO 29 Echeverría y el cristal (Parábola)
Por AZORIN De La Prensa. Bs. Aires, 12 de selbre, de 1937 lo largo de la vida. Los últimos fulgores del sol rielan sobre las aguas, y los últimos deseos del porta, ya casi extintos, se disuelven en el ánima. en este instante, sin espíritu para nada, desasido del mundo, el poeta eleva sus ojos al cielo. Al imaginar yo esto, es cuando torno a leer la plegaria del poeta titulada Ruego. Nada más sencillo en ningún Parnaso.
Ningunos versos más límpidos en ninguna literatura. Cuál sería el deseo de usted, Echeverría. le preguntaba yo en cierta ocasión. Mi deseo contestaba el poeta sería que ese poema mío, el titulado Ruego, se inscribiese en una lápida blanca, y esa lápida fuera colocada en el atrio de una iglesita campesina Los pobres aldeanos que entraran y salieran leerían, lentamente, tropezando, como leen los labriegos, esos versos míos; y yo, es decir, mi espíritu, desde las regiones del Infinito, se sentiría satisfecho.
Esteban Echeverria Frecuento, aquí en París, el café Continental, situado frente a la estación de San Lázaro. Las gentes afanosas que van o vienen de viaje me interesan. frecuento, además, este café, porque en él me sirve un compatriota.
Los dos hemos nacido a orillas del Paraná.
Ha nacido él en Zárate, y yo he nacido en Baradero. Se llama él Nicasio Pardo, y me llamo yo Lino de Vértiz. si tengo simpatía por Nicasio, es, aparte de la diligencia con que me sirve, porque los dos somos, en cierto modo, compañeros de letras. Nicasio ha sido obrero en una gran fundición tipográfica que hay en su pueblo creo que se llama La Argentina y yo soy autor de una memoria premiada en unos juegos florales, sobre la influencia social de la mujer. Siempre que llego al café, pronuncio, a modo de actor, declamando enfáticamente, algunas palabras, prosa o verso, que recuerdan la patria. Esas palabras son de algún poeta o algún prosista de chapa.
Hace quince días, al llegar al café, a punto de sentarme, exclamé con aire fanfarrón. Por cierto que el trato se hizo con caña y con mate amargo!
Estos versos son de un romance popular de Bartolomé Hidalgo. Nicasio, el mozo, estaba ante mí, sonriente. me hizo la pregunta de ritual. Qué va a tomar el señor?
Al sentarme, grité con vozarrón sonoro. Mate amargo! en aquel momento reparé en un señor que había sentado en el valador inmediato.
El señor me miraba fijamente y sonreía. Su aspecto era el de un viejo nauta. Su coranyobis era el de un marino arcaico. Una espesa sotabarba, a modo de marco pelambroso, circuía una faz en óvalo, fina, serena, en que fulgían unos ojos escrutadores. Habían, sin duda, escrutado, en bonanzas o en procelas, muchos horizontes. su traje, negro, pulcro, hacía resaltar la nitidez alba de una camisa, atravesada, en lo alto, junto al cuello, por una corbata sedeña de lazo. Quién es ese señor. le pregunté bajito a Nicasio No lo sé me dijo el mozo Es la segunda vez que lo veo. Pero debe de ser un comodoro holandés o el último capitán de la marina de vela.
Dos días después, en el propio café, tuve el mismo encuentro. Al marcharse ese señor, le seguí discretamente. esto que va a ver el lector es lo que hizo el comodoro. Echó a andar por la calle del Havre. En esta calle encontró un vendedor ambulante. No sabía yo si este vendedor era Séneca redivivo o un deambulador mercaderil. La cabeza era la del busto clásico de Séneca. Se tocaba el tal con un som brero hongo, vestía ropilla prieta, y su camisa aparecía abierta, dejando ver un pecho poderoso. En todo el talante de este hombre había una nobleza indubitable. Traía una cestita llena de limones pasada por un brazo, y por el otro brazo pasada, otra cestilla con coladores de tela metálica. El comodoro holandés cambió con el Séneca andariego unas palabras, le compró un limón, husmeó con voluptuosidad la fragancia del fruto y continuó su camino.
En la calle de Tronchet, en ruta hacia la Magdalena, había una niñita, mísera, en la acera. Parecía perdida. Su faz estaba demacrada y sus atavíos estaban sucios. El comodoro la cogió de la mano y comenzó a inquirir el paradero de la madre. Se atropó la gente en torno. El comodoro, visiblemente enternecido, acariciaba a la niña. De pronto pasó un chicuelo y dijo que la madre de la chiquilla estaba allá lejos. Siguió su camino nuestro desconocido y arribó a la boca del metro que está frente a la parte posterior de la Magdalena. Entró, y en el rellano, se detuvo ante dos señoras. Una de ellas puso un cestito en el suelo y levantó la tapa. Al levantarla, salto dentro un perrito que venía con las señoras y se acomodó. con naturalidad perfecta, como avezado a ello, en el fondo blandamente guateado. Cerraron el cesto y una de las señoras se lo puso debajo del brazo. descendieron al metro. Descendió también el comodoro y yo me volví a mis quehaceres cotidianos.
Seis días más tarde, proseguidas mis investigaciones, tenía yo en la uña toda la vida del personaje. El comodoro holandés es un poeta.
Ha nacido en Buenos Aires. Se llama Esteban Echeverría. No tardé mucho en entrar en su intimidad. Los poetas me atraen. Echeverría es un poeta fino, sensitivo, melancólico. Hay en él un contraste manifiesto entre su faz abierta, serena, y su espíritu recogido y contristado. Vive Esteban Echeverría en los alrededores de Paris. Está con su familia en una casita rodeada de jardín breve. Diré escuetamente lo que sé. Para mí, Esteban Echeverría es un gran poeta. Su sensibilidad le lleva al dolor.
Su musa es la del recuerdo y la del dolor. Nada más bonito que su poesía Crepúsculo en el mar. Nada más bonito, si exceptuamos la otra poesía Infortunio en el mar. El mar atrae a Echeverría. Por algo decíamos que era el postrimer capitán de la marina de vela. Poeta del dolor, asocia Echeverría la inmensidad marina. siempre renovador en su melancolía a la perdurable congoja humana. El crepúsculo en el mar es como el ánimo de Echeverría. La luz va decreciendo sobre la inmensa planicie.
y las ilusiones del poeta se van disipando a Soy pecador indigno; pero mi alma sincera, arrepentida, espera en tu inmensa bondad; contempla, pues, benigno, Señor, y no indignado, a quien atribulado, se acoge a tu piedad.
Esteban Echeverría vive en su casita cercada de jardín. Delicadas manos femeninas cuidan del poeta. por qué el poeta se imagina que él es un vaso de cristal? El jarrito veneciano, de límpido vidrio, está sobre su mesa.
E! jarrito es el propio poeta. Pues no nos cuenta Ovidio que unas mujeres fueron trasmutadas en álamos. otra en laurel? La sensibilidad del poeta es tan fina, que él cree que va a quebrarse como el frágil cristal. Son dos cosas distintas. Una es el poeta, y otra es el búcaro. Pero todo lo que le sucede al pulido vidrio, le sucede a él. hay en la casa un cuidado exquisito un cuidado doloroso para que no le suceda nada al vidrio. En cierta ocasión ha sufrido un encontronazo el jarrito, y Esteban se ha notado dolorosamente percudido. cómo podremos evitar esto, doctor. pregunta una voz femenina. para qué hemos de evitarlo, querida señora? contesta el doctor. En tanto que el poeta se crea cristal, trabajará mejor. Desde Iquc el poeta se cree cristal, ha escrito sus versos más trasparentes y cristalinos.
En que a la vez mis bellas ilusiones toman cuerpo, se abultan; tocan la realidad y desmayadas, en crepúsculo negro se sepultan. por qué lo que creemos, lo que nos bace bien al creerlo, no ha de ser lo mejor. por qué no ha de ser la verdad. Por qué lo que fecunda bienhechoramente nuestro espíritu no ha de ser lo verdadero? La ciencia, si no es el perfeccionamiento moral, no es nada. es el adelantamiento material la perfección del espíritu? si no lo es ¿en qué nos beneficia? Si el perfeccionamiento moral es independiente del progreso mecánico, habrá algo que fomente ese perfeccionamiento. ese algo, en su consecuencia, será lo esencial en la vida.
Paris, 1937 Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica