La patria mexicana es más grande que México Por AURA ROSTAND Envío de la autora. México, dicbre. de 1937 Los norteamericanos con respecto a los mexicanos tienen diferencias que se manifiestan hasta fisiológicamente. No son sólo las modas que afectan, lo superficial, lo adjetivo en ellos; es también su manera de andar, la disposición de sus músculos sobre la osamenta, el ritmo a que obedece el movimiento de su cuerpo.
Esa diferencia no existe entre gentes de Centroamérica y de México. Apenas un ligero acento diverso acusa de extranjerismo al centroamericano en la altiplanicie mexicana o al mexicano en las cálidas tierras de la América Central; pero igual sucede en el Distrito Federal con el chiapaneco, con el yucateco, con el veracruzano.
En el orden de ideas, en el terreno mental y sentimental, las diferencias entre mexicanos norteamericanos son más agudas; la identidad entre mexicanos y centroamericanos es más intensa. Hay millares de taristas de los Estados Unidos en la ciudad de México: se les conoce a la legua, y más que por el azul de los ojos o el tinte rosado de la piel, por el andar, por el modo, por el estilo, por la personalidad. Muchos de estos turistas son bastante morenos, tienen muy negro el pelo, muy negros los ojos; pero basta un movimiento de brazos, dos pasos que den, ver la manera que tienen de inclinarse, o de dar la mano, para reconocerlos: son otra raza. Eu cambio, al centroamericano, hay que saberlo tal para tomarlo por lo que legalmente es, extranjero. cuando se discuten ideas, cuando se conversa escudriñando pensamientos, dándolos y tomándolos, entonces el norteamericano se aparta más y más del mexicano, aunque llegue a concurrir en opinión, y el centroamericano, aunque difiera, se identifica totalmente.
Ello es natural. Las fronteras políticas tendrán o no razón de ser; no lo discutamos por el momento; pero desaparecen, por lo que a Centroamérica respecta en México, y se hacen infranqueables casi, por lo que hace a los Estados Unidos, en cuanto se pisa terreno más substancial que el que sirve de base a nuestras menguadas nacionalidades hispanoamericanas de hoy en día.
La realidad es que Centroamérica es parte integrante del México íntegro. Sin Centroamérica, México es un país trunco. De Guatemala, por Honduras, hasta el Departamento nicaragüense de Chontales, se extiende buena parte del antiguo dominio maya quiché. El antiguo dominio azteca también llega por el sur, abarcando la hoy República de El Salvador, hasta la frontera más sureña de Nicaragua y aún se interna en la provincia costarricense del Guanacaste. Todos estos nombres sonarán raros a muchos oídos mexicanos: se ha olvidado gran parte de la patria antigua.
La pérdida que México sufrió de su territorio norteño fué espectacular. Luego resultó, ese territorio perdido, ser de gran riqueza. Por eso el recuerdo de la pérdida ha quedado vibrando doliendo como flecha clavada en carne viva. Pero pérdida de territorio más auténtico fué la de la América Central. Porque la América Central, tierra de mayas quichés y de toltecas y aztecas, es más carne de México, sangre de México, alma de México, que las lejanas tierras norteñas.
Habemos quienes en Centroamérica añoramos esa situación. Habemos quienes nos decimos con nostalgia: Que hubiéramos formado una grande unión los Estados centroamericanos y los mexicanos! especialmente cuando se viene a México y se ve lo que la revolución ha hecho, y se hunde uno en esto que es la revolución, y se adivina primero y se comprueba después que es cosa salida de la entraña movida de la raza indígena, que es cosa de mayas y de aztecas que a través de dolorosos siglos han conservado nociones de gobierno y de organización social económica autóctonas entonces la nostalgia se hace dolor.
Porque entonces se siente que, si esta revolución mexicana es cuestión racial, pues nos corresponde algo a quienes somos de identica raza. Yo sé que los indios de la pequeña faja de tierra que separa al Gran Lago de Nicaragua del Mar del Sur, hablan el idioma aborigen de los indígenas de Xochimilco. Yo sé que los indios de Subtiava, el pueblo precolombino al lado del cual se trasladó la orgullosa ciudad colonial de León, son indios que tenían república y no reino, igual que en México; son indios de raza mexica, mexicanos auténticos por consiguiente, pese a las disposiciones legales que los harían extranjeros en este suelo que lleva el nombre de los mexicas.
Así como aquí de la entraña de la raza brotó el ideal que informa a la revolución. si hemos de creer a Gildardo Magaña, si hemos de creer a Gilberto Bosques, si hemos de creer a Lázaro Cárdenas. así también de la entraña de la raza, que es la misma, ha de brotar en la América Central, en su debido día, el movimiento que paralele al de México y que hermane a México con la América Central.
En todos los tonos de voz que la amabilidad conoce, decimos y repetimos los pueblos de América que debemos algún día unirnos. La amabilidad, sin embargo, se esfuma en vaguedades. la hora de concretar pensamos en que se pueden ofender terceros secretarios de legación aquí y allá, y callamos. Por qué callar. Por qué no decir sin ambajes, de una vez, que ya es hora de pensar en la unión centroamericana con México? Hora de pensar con cordura en la restauración de la patria grande. Patria efectiva. el pensamiento se impone cuando se considera que, exepto mediante tal unión, la América Central está amenazada con desaparecer de la lista de los pueblos siquiera nominalmente libres; mientras que a México, en tal caso, se le transformaría en isla: océanos en dos lados, inglés yanqui al norte y al sur. Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica