Joaquín García Monge

REPERTORIO AMERICANO 153 Himno de los bosques Por MANUEL JOSE OTHON México, 25 de febrero de 1938.
Señor Joaquín García Monge.
San José.
República de Costa Rica.
cuchichiar a las tímidas perdices.
Mezcla aquí sus ruidos y sus sones todo lo que voz tiene: la corteza que hincha la savia ya, crepitaciones, su rumor misterioso la maleza y el clarín de la selva sus canciones. a lo lejos, muy lejos, cuando el viento, que los maizales apacible orea, sopla dél Septentrion, se oye el acento y algazara que, locas de contento, forman las campanitas de la aldea. Es que también se alegra y alboroza el viejo campanario! La mañana con húmedas caricias lo remoza; sostiene con amor la cruz cristiana sobre su humilde cúpula; su velo, para cubrirlo, tienden las neblinas, como cendales que le presta el cielo y, en torno de la cruz, las golondrinas cantan, girando en caprichoso vuelo.
IV Estimado y grande amigo: Un sentimiento fervoroso de admi.
ración y un anhelo vehemente de que América escuche, aunque sea tardíamente, la voz augusta de Manuel José Othon, me mueven a enviarle uno de los más celebrados poemas sinfónicos del excelso poeta potosino y a suplicarle lo dá a conocer en el Repertorio Americano. Poesía arcaica? No. Poesía tradicional de hoy y de siempre. Poesía eterna.
Verdadera poesía.
Manuel Pedro González, en su ensayo intitulado Motivos de Lírica Americana (variaciones en torno a Manuel José Othón. estima que el Himno de los tosques es la gran sinfonía tropicai que hace más de cuarenta años anda en busca de un genio musical que la probije y saque a luz. añade: Pero al Himno de los bosques tocóle la mísera fortuna de ser engendrado en castellano y en tierras de América, en donde casi todo lo grande, bueno y bello, permanece inédito y en espera del santo adveni miento.
Más tarde le enviaré con el mismo fin Noche rústica de Walpurgis y Pastoral.
En la actualidad me ocupo de escribir la biografía de Othón. De ella le ofreceré algunos capítulos.
Gracial mil.
Le estrecha cordialmente la mano, Hantsottung Oigo pasar, bajo las frescas chacas, que del sol templan los ardientes rayos, en bandadas, los verdes guacamayos, dispersas y en desorden las urracas.
Va creciendo el calor. Comienza el viento las alas a plegar. Entre las frondas, lanzando triste y gemidor acento, la solitaria tortola aletea.
Suspenden los sauces su lamento, calla la voz de las cañadas hondas y un vago y postrer hálito menea, rozando apenas, las espigas blondas.
un preludio del himno de la aurora.
La bandada de pájaros canora sus trinos une al murmurar del rio; gime el follaje temblador, colora lu luz el monte, las campiñas dora, y a lo lejos blanquea el caserío.
y va creciendo el resplandor y crece el concierto a la vez. Ya los rumores y los rayos de luz hinchan el viento, hacen temblar el éter, y parece que en explosión de notas y colores va a inundar a la tierra el firmamento.
Entonces otros múltiples rumores como un enjambre llegan a mi oído: el chupamirto vibra entre las flores; sobre el gélido estanque adormecido zumba el escarabajo de colores, en tanto la libébula, que rasa la clara superficie de las ondas, desflora los cristales tembladores con sus alas finísimas de gasa.
JESÚS ZAVALA III En este sosegado apartamiento, lejos de cortesanas ambiciones, libre curso dejando al pensamiento, quiero escuchar suspiros y canciones. El himno de los bosques! Lo acompaña con su apacible susurrar el viento, el coro de las aves con su acento, con su rumor eterno la montaña.
El torrente caudal se precipita a la honda sima, con furor azota las piedras de su lecho, y la infinita estrofa ardiente de los antros brota. Del gigante salterio en cada nota el salmo inmenso del amor palpita!
El limpio manantial gorgoritea bajo el peñasco gris que le sombrea, corre sobre las guijas murmurando, lame las piedras, los juncales baña y en el lago se hunde; la espadaña se estremece a la orilla susurrando y la garza morena se pasea, al son del agua cariñoso y blando. Allá, tras las montañas Orientales, urge de pronto el sol, como una roja Ulamarada de incendios colosales, y sobre los abruptos peñascales ríos de lava incandescente arroja.
Entonces, de los flancos de la sierra bañada en luz, del robledal obscuro, del espantoso acantilado muro que el paso estrecho a la hondonada cierra; de los profundos valles, de los lagos azules y lejanos que se mecen blandamente del aura a los halagos, y de los matorrales que estremecen los vientos, de las flores, de los nidos, de todo lo que tiembla o lo que canta, una voz poderosa se levanta de arpegios, y sollozos, y gemidos.
II Huyendo por la selva presurosos se pierden de la noche los rumores; los mochuelos ocúltanse medrosos en las ruinas, y exhalan los alcores sus primeros alientos deleitosos.
Abandona mis párpados el sueño, la llanura despierta alborozada: con su semblante pálido y risueño la vino a despertar la madrugada.
Del Oriente los blancos resplandores a aparecer comienzan; la cañada suspira vagamente, el sauce llora cabe la fresca orilla del riachuelo, y la alondta gentil levanta al cielo Mugen los bueyes que a los pastos llevan silbando los vaqueros, mansamente perezosos van, y los abrevan en el remanso de la azul corriente. mientras de las cabras el ganado remonta, despuntando los gramales, torpes en el andar, los recentales se quejan blanda y amorosamente con un tierno balido entrecortado.
Abajo, entre la malla de raices que el tronco de las ceibas ha formado, grita el papán y se oye en el sembrado Ya sus calientes hálitos la siesta echa sobre los campos. Agostada se duerme la amapola en la floresta y, muerta, la campanula morada, se desarraiga de la roca enhiesta; pero en la honda selva estremecida no deja aún de palpitar la vida: toda rítmica voz la manifiesta.
No ha callado una nota ni un ruido: en el espacio rojo y encendido se oye a los cuervos crascitar, veloces la atmósfera cruzando, y la montaña devuelve el eco de sus roncas voces.
Las palomas zurean en el nido; entre las hojas de la verde caña je escucha el agudisimo zumbido del insecto apresado por la araña; las ramas secas quiébranse al ligero salto de las ardillas, su chasquido a unirse va con el golpeo bronco del pintado y nervioso carpintero Este documento es propiedad de la Biblioteca electronica Scriptorium de la Universidad Nacional, Costa Rica