Communards

312 REPERTORIO AMERICANO Sobre el libro Los Comuneros Retrato y defensa del Arzobispo Caballero Carta de Caballero Calderón a Germán Arciniegas Envio de Bogotá, julio de 1938 usted parar perfeccionar el gran cuadro que pintó del virrey arzobispo, que era en extremo vanidoso, y que así, para suavizar un poco la aspereza moral de su apellido Caballero que es de origen judío y podía traerle complicaciones en la curia romana se agregó siempre el y Góngora. que es de pura es tirpe española.
neistad Sac hos enage Germán Arciniegos a La mina es el indio Válgame Dios, señor don Germán, y cómo ha puesto usted la figura del señor Arzobispo, mi pariente, que andaba de Santa Fe al Socorro, del Socorro a Zipaquirá, de Zipaquirá a Nemocón, engatusando a los capitanes medrosos y pusilánimes de los comuneros, traicionando a los indios, jurando sobre las escrituras lo que después traicionaba en las obras, todo eso con tanta maña y disimulo, que nadie a ciencia cierta podría decir si don Antonio era un redomado ladino o si era, por el con trario, un hombre cristiano por excelencia Sólo que y ese es el motivo de esta protesta. la figura regordeta, ampulosa, cardenalicia, de don Antonio Caballero y Góngora. en vez de achicarse en esos malos pasos en que usted lo mete y en que él evidentemente se ve metido, sale engrandecida y se presenta a mis ojos como mucho más admirable de lo que yo la supusiera cuando me acercaba a la catedral para quedarme mirando, en la sacristía, el retrato de curvas suaves y de contornos más de matrona que de caballero. En ese retrato, ya medio desteñido, se adivinan muchas de las cosas que usted apunta en su libro. Que el Arzobispo tenía una dulce apariencia, capaz de engañar al Santo Oficio, cuanto más esos capitanes comuneros que, excepción hecha de José Antonio Galán, son unos pobres diablos sin relieve humano y sin estatura histórica. Que las señoras del Socorro se perecieran por él, y los comuneros ya amansados, traicionados y tristes, le pasaran cantando coplas por la ventana de la casa para que su ilustrísima les diera la bendición. Porque su aspecto de hombre dulce no engaña a nadie.
Otras cosas más dice el retrato de la catedral, por ejemplo que su ilustrísima, con sus bellas manos de monja que se desgonzan sobre el canto de las faldas moradas, no podía tener otra pasión que la de las joyas bellas, las sedas finas, la platería labrada, los cuadros labrados de Velásquez, de Cano, del Españoleto y los libros de filosofía y de entretenimiento que trajo de España cuando se vino a su sede de Yucatán.
Como amante de la buena mesa, de los buenos vinos, de las sobremesas en que se habla de Córdoba y de los libros de Francia; como figura de Te Deum, enjaezada de gualdrapas litúrgicas bordadas de seda y oro, para quien la vida se resuelve en el dulce ejercicio de escribir pastorales e impartir órdenes desde una silla de doble mando o acaballado en una mula rovirense, se me aparece Caballero y Góngora, desde narco dorado de la sacristía de la catedral. usted perfecciona el retrato con estos detalles psicológicos: Que era doble su carácter, que se perecía por el mando, que no reparaba en los medios para lograr sus fines, que era de corazón duro y cruel y que se reía con risa bonachona y frailuna rodeado de alguaciles y de capuchinos de los candidos capitanes comuneros que creían honradamente que don Antonio iba a dejar de ser virrey por guardar los juramentos que como arzobispo hiciera en aquel duro trance de Zipaquirá, cuando los socorranos estaban a dos dedos de dar al traste con todo el armazón medioeval y odioso del virreinato. Se le olvidó decir a Toda la riqueza de las colonias americanas reside en la riqueza humana. El vasallo es lo único que produce en estas indias occidentales.
Dos siglos y medio tiene España de haberse instalado en América, y ni siquiera se ha preocupado seriamente por la explotación científica de las minas. La mina es el indio: no es el oro. Cuando los conquistadores gana.
ron para la corona estas tierras, encontraron montañas de oro, de metal limpio, puro, trabajado por los aurifices precolombinos durante muchos siglos. La industria española, como es obvio, no se encaminó a las vetas, sino a recoger lo que ya estaba listo para fundirse en barras o estamparse en patacones. Este oro fue el que produjo el Siglo de Oro, que todavía brilla en las páginas de quienes lo trasladaron a las letras o lo incorporaron a la esplendidez de las catedrales. Cuando la mina abierta se ago.
tó, América dejó de ser para España un Dorado, y, más que las minas, produjeron entonces los estancos: el estanco de naipes, el de la sal, el del aguardiente, el de los tabacos para humar. Las contribuciones y el trabajo de los indios fueron lo único real y tangible en que pudo apoyarse la corona. América dejó de ser el mundo áureo, de oro, de oro físico, para ser el mundo cobrizo, de cobre, de la piel de cobre de los indios. De Germán Arciniegas en su libro Los Comuneros. ABC. Bogotá. 1938. en qué marco se movía su ilustrísima?
En el marco dorado de la catedral que tan bien cuadra a su figura? No. En el burdo marco de palo colonial que usted, con penetración de sociólogo y socarronería de humorista, describe a las mil maravillas. Un marco lleno de sombras, forjado apenas por manos toscas en dura leña de esta colonia. Aquí, como lo di.
ce usted, todo era basto, tremendo, obscuro, medioeval y hasta el paisaje infundía pánico.
Los caminos eran despeñaderos; las ciudades aldeas pajizas; los templos miserables estacadas; la plebe analfabeta, apenas desbravada, medio muerta de hambre, silenciosa, sucia, que arrastraba su dolor ese dolor que únicamente produce el destello humano, maravilloso, de Tupac Amaru por los caminos llenos de peligros.
Aquí la gleba ni siquiera tenía el consuelo de un Tupac Amaru, que levanta el perfil aguzado de los reyes incas, y pasa tan gentilmente por el más bello capítulo de su libro.
Aquí el jefe era un indio macilento, medroso y pusilánime, que temía embarcarse en la aven.
tura de hacerse rey, por temor a perder unos pocos cuartillos. a la gleba que se levanta con una dolorosa impotencia de animal que tira una dentellada a los amos que la tienen molida a palos agregue usted esa espuma amarillenta de los hidalgüeños del virrei.
nato, que, como don Xavier Calderón, pariente mío que usted pone de vuelta y media, o como los oidores tontos, los rábulas ator tolados, las justicias ladronas, los militares cobardes, no podrán jamás, en ninguna parte del mundo que no sea una colonia de América, servir de fondo para la figura central de un virrey arzobispo de talla. ese es el marco donde usted coloca el retrato. Desde un punto de vista exclusivamente psicológico y estético no resulta que don Antonio era demasiado arzobispo para estos reinos?
Pero hay algo más: Hay que considerar que su ilustrísima tenía, como usted dice, el senItido muy claro de la máquina política que debía defender: la máquina del vasallaje, del tributo: del diezmo y la primicia. frente a una gleba oscura que quería sacudirse la enjalma de los impuestos. El virrey arzobispo representaba todo un criterio económico, eclesiástico y social, sobre el cual estaba edificada la grandeza de España. España era la alcabala y el diezmo, el alguacil y el cura, el hidalgo y el siervo. pesar de la más volteriana que católica majestad de Carlos III, que expulsó a los jesuitas de sus dominios de América, España seguía siendo la prolongación del feudalismo con todas sus abominaciones, con sus privilegios, sus cofradías, sus artesanatos, sus horcas y sus frailes ladrones. Si se Con FAXON Co.
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