REPERTORIO AMERICANO 267 Se afilan los machetes en los que pinta el sol rastros de llamas, y en una discusión ardiente y bronca se ensangrienta la vida de los parias.
en alquitaradas penas angustias de eternidad.
la joroba de los cerros, y no se clave en las sombras el chillido lastimero con que las lechuzas cortan los cristales del silencio!
El señor juez y el doctor opinan que el jornalero no se salva de la embriaguez.
La sombra, de puntillas.
desciende a revolcarse en la hojarasca)
Ya no sentiré el instinto de este indio jaranero Indio, indio, indio indio Pedro, indio Pedro con tu dolor y tu angustia ve poniendo en cinta el miedo hasta convertirlo en grito de inexorable denuedo.
Salta la luna señera del cerro hasta el cafetal, y entra la noche en el dia como la proa en el mar.
Junto al rumor de las ramas se pone la muerte a espiar, y la mano gris del viento descuelga la tempestad.
Al regreso al bohio van los mozos entre un roncar punzante de cigarras.
llenando el viento la alegria química de sus elementales arrogancias.
TAMBORES DE REBELION Tendida sobre el viento la voz de los tambores se encarama a los cerros.
Ya el sol no se retrata en sus machetes.
Es la noche quien baja sobre el anca de los volcanes, en que aún la tarde con aguda hemocernis se desangra.
indio, indio, indio, indio Pedro, indio Pedro, tuya es la tierra que abonas con la sangre de tu esfuerzo.
y nadie como lú tiene sobre los campos derecho.
Indio, indio, indio, indio Pedro, indio Pedro!
De Piedra India)
Tambores de señales rápidos, roncos, llenos de la angustia exprimida por los indios que enhiestos bajo el hachazo del dolor han embridado el tiempo ELEGIA EN PIEDRA Luis Alberto Sánchez Blanco de manta sobre gris de arena.
mide el indio los esteros con dolor innominado y con un cansancio eterno: cansancio que gotea en los manglares verdes filtros de cielo CORTADORES DE CAFE don Joaquin Garcia Monge El indio llora en un silencio fosco por la hija que ostenta grácil cuerpo en el que brasas escondidas alquitaraban el deseo.
Esta mozuela de carne de níspero fué clavada en los besos del amo estuprador que en sus caderas quiso gustar el zumo del potrero.
Miente rumoroso verde tierra adentro obscuro mar, cuajado en punta llamas con calma de eternidad.
Verde que en las hojas limpias cabecea en claridad entre los brazos del viento que juega en el cafetal.
Tambores que anochecen en un repique bronco de miseria y de duelo, Tambores con que el indio hace frizas el miedo, y enhebra el son que embriaga lo mismo que el fermento del maiz y la caña. los conjuros supremos para encender el alma y agilizar los cuerpos Tendida sobre el viento la voz de los tambores se encarama a los cerros.
Cocea al pobre indio la tristeza de sentirse deshecho y sin lo imprescindible para el diario sustento, mientras los amos en su blanca mesa tienen manjares abundantes: quesos, leche que huele a campo con rocío.
frutas que saben al olor del viento.
Filtra la angustia sus ocres y se cuaja el suspirar en pepitas que la sangre ha convertido en cristal Cristales de la riqueza que del campo a la ciudad llega con sabor a vida abierta de par en par Prueba el indio marcharse de la finca hasta el pueblo, y desde allí, con la atarraya al hombro a beberse la noche en el estero, mientras se abre la malla sobre el agua como el polvillo de la Flor de ceibo.
En las axilas del indio revienta sabor a sal el dolor con que sus manos raíces de tempestad en curvas de rama a cesto despojan el cafetal.
El indio llama al indio con gritos agoreros y se lleva la noche sobre los hombros prietos Los tambores resuenan en medio del silencio perforados de grillos y luceros Los tambores resuenan y acude el indio presto, llenas las manos de música, los ojos llenos de fuego, bajo las redes del viento que sujetan los luceros.
Se despereza en los tupidos mangles la desnudez del viento, y continúa el indio masticando la raiz perfumada del recuerdo.
Naufragan de sol a luna fatigas y acezar de créditos que encadenan a racimos de coral Racimos en que se esponja de los amos el holgar.
mientras el café y los indios dan su emanación igual.
En conjura contra el amo los indios amanecieron, y se veían sus rostros. como en pedazos de espejo en los machetes que empuñan con agarrotados dedos.
Entre un grupo descalzo de soldados emprende el viaje de regreso.
El amo le ha pedido, porque debe muchas jornadas de hambre.
Barro prieto.
barro que sabe a sangre.
barro óseo barro cocido, es su cuerpo.
En la grupa del viento ya no cabalgara su voz diluida en versos.
El que una vez te conoce café de la soledad, te mira empapado en sangre de los pobres sin hogar.
Miel diluida en fruto amargo, fuiste dolor y eres mal para el barro de los indios amasado en impiedad.
En el silencio, compacta la indiada inútil afán.
y los machetes afila para a los amos cortar las manos, que fueron garras que hundian de más en más Se quebraron los tambores contra el pecho de los cerros, y mientras la madrugada se va escapando del fuego de ocote con que alumbraron las indiadas el consejo, la luna es un tambor roto abandonado en el cielo. Qué nadie toque el caballo. Qué en horizontes de fuego se derrumbe la tristeza!
Qué no ronden las palabras el tambor de la luna focan las manos del viento, llamando a la rebelión a los oprimidos pueblos!