REPERTORIO AMERICANO 121 Don José Galvez Por NIETO CABALLERO Envio del autor. Bogotá febrero de 1937 el lenguaje sin José Gálvez ra, en su sitio y en la proporción conveniente. Es la sensación precisa que ha dejado en Bogotá don José Gálvez.
Cuando lo conocimos tan castizo y tan co rrecto, perito en el arte de la conversación, lleno de anécdotas y lleno de recuerdos, permanentemente curioso, amigo de leyendas de chas carrillos, con una romántica orientación hacia el pasado y un gusto recóndica por es.
tudiar en las costumbres y en el alma misma del pueblo, por ver de encontrarle las semejanzas con el suyo, objeto preferente de sus investigaciones y de sus afectos.
nos encontramos con el literato. No surge en parte alguna individuo de esas condicio nes, con esa distinción, esa maestría, esa ma rera de expresarse, tan excelentemente dosificada la galanteria, tan remota la petulancia un trato frecuente con los hombres.
sin un asiduo comercio con las letras. Sin ira buscar más, es el hidalgo, de sangre y de educación de temperamento, que en el solar de sus mayores puede mostrar los abonos y las raíces de España. Por el estilo imaginamos a den Juan Valera, a Palacio Valdés. En tierras de América se produjo la floración que para gioria y fortuna de lo característicamente es panol, habrá de continuar mostrando, hasta el fin de los siglos, la buena cepa.
Tiene mucho de español, que es como decir que tiene mucho de las clases altas del Perú.
don José Gálvez. Cristiano viejo decían de quienes en la propia alma iograban formar un ramillete de virtudes insignes. La lealtad ante todo, ese respeto estricto la propia pa labra y el santo temor, cualquier orden de actividades o de ideas, a pasar por incumplido.
La mano que apretando se da, queda entregada.
Sin buscar distinguirse, se distingue el hombre recto, hasta en los ademanes, de quien puede ser culto siendo falso. la lealtad se adhiere la benevolencia. No daña a la gravedad del juicio crítico la consideración del esfuerzo, ni es estímulo, para lo destinado a morir, el reconocimiento de la buena intención. Todo puede decirse sin herir y sin llevar quebranto al ánimo, estremecido por un anuncio grávido.
Nadie sabe a qué horas llega la visita del án gel. En la vida social, y aun en la vida politica, hecha de tantos retazos de emoción, con tantas costuras de generosidad, con tantas quivocaciones en quienes la han tomado como un servicio y no como un negocio, porque otra cosa es el negociante, que ése fracasa.
pero no se equivoca, ungüento del buen samaritano es la benevolencia.
Con la benevolencia y con la lealtad, la modestia, la dignidad, el orgullo, esa santa pasión, tan española, que hasta en los mendigos existe que tiene sus divisiones y sus normas y sabe sin que se lo digan cuándo hay humillación y cuando ha de rechazar se, aun con peligro de la vida, la dádiva o el tono. Al lado, tántas otras cosas, que en lo moral y en lo cortés se notan, aglutinantes o distanciladoras, de caballero o de pechero.
del salón o del arroyo y que van desde la manera como se guarda un secreto o como el individuo se retira de donde, por cincunstancias ocasionales, estorba, hasta la sonrisa.
que es de acogida o es de distanciamiento, es de comprensión, es de indulgencia, es de sa tisfacción, es de reto. El gran señor, que no tuvo necesidad de aprender usos sociales, por que la disposición la traía en la sangre porque la práctica le llegó como una emanación del ambiente, deja por donde pasa la sensación de la medida. Todo a su hoEn vísperas de su regreso a la patria hemos vuelto a leer las Estampas limeñas, que habíamos recorrido antes de conocerlo. Lo hemos apreciado mejor en la segunda lectura. De pocos libros podrá decirse con tantas veras como de éste que es el retrato de su autor. Está en él de cuerpo entero. Algo me jor: está su espíritu, es decir sus aficiones, sus tendencias, sus estudios, su nobleza, su adhesión de todas las fibras a la patria y a sus tradiciones, con la melancolia, con el hechizo de lo intensamente amado que se va desvaneciendo. Continuador de don Ricardo Palma, no se conformó con los archivos, aunque se ha quemado las pestañas persiguiendo los lances de la vida curiosa. De amor y de a.
ventura, idilios y tragedias, pasiones escondidas, llamas ostensibles, devoradoras, maca bras, desafios por unos ojos, escenas de rom.
pe y rasga, todo lo que abre el apetito, encabrita la curiosidad, tiene sal o tiene fuego.
y al lado de la filosofía, sin buscarla, sin im plorar su auxilio, va sentando principios en la pequeña historia, para que el amigo de los grandes frescos, de las majestuosas síntesis.
llegue a formular las leyes: todo lo ha indagado. descubierto, remozado, para ofrendarlo al Perú, don José Gálvez.
Pero en Estampas limeñas hay algo que complementa y redondea las buenas condi ciones de un experto escudriñador de archi.
vos. Es el hombre en los sitios. Es el que lleva en la retina la imagen de lo que fué, pa ra puntualizar los cambios que se van sucediendo. Es el evocador, que ante una sober.
bia construcción o una nueva costumbre habla de lo que fué sustituído por el tiempo.
para regocijarse o para entristecerse, para contraponer, en todo caso, lo pasado a lo pre sente, lo que se va a lo que llega. Don José Gálvez se muestra como un enamorado de la ciudad, que la recorre en todas direcciones, la ausculta, la interroga, la contempla, a tiem po que a sí mismo se pregunta si todo lo muer to hizo bien en morirse: si el progreso no lle.
ga en ocasiones como un huracán, que ante tiada se detiene y por lo mismo es nocivo si en definitiva bien pesadas y bien pensadas las cosas, no era mejor lo de atrás, en diversas as pectos, que en medio de una vida de menores emociones de menores comodidades de me rores cambios más igual, conservaba atributos, del punto de vista ético, del punto de vis.
ta sentimental, mucho más valiosos que las contemporáneas ganancias, causantes, por inevitable compensación, de dolorosas pérdidas.
Hallamos muy parecida la vida de Lima que don José Gálvez describe a la vida de Bogotá, a la de Caracas, a la de México. a la de toda la América Latina. En todas bay quienes suspiren por los viejos tiempos y quienes recuer den con ternura las emociones de la infancia.
Juegos de niños, travesuras, cuentos de apa recidos, leyendas: alegrías del circo y del payaso: el recuerdo de las viejas sirvientas, de las que hacían parte como de la familia; la despensa llena de golosinas, los perfumados armarios, al margen, en la propia casa, o en una independencia, llena de regalos, la severidad fingida de la tía solterona. Quién no guarda recuerdos de esa clase con ternura, y quién no va sintiendo como una conmoción al advertir que las piquetas van derribando los muros y que los ojos queridos se van cerrando para siempre? Teresa de la Parra dejó en Tía Cla ra el tipo genérico. Esa mezcla de bondad y de rezo. de resignación y de protesta, de aceptación y de añoranza, convertida en una mu jer de inefable sonrisa, de manos suaves, de pasos afelpados, a veces regañona, porque el cariño lo exige, es la institución de que habla el señor Gálvez, pero no institución limeña solamente, sino bogotana, caraqueña, mejicana, bonaerense, dicho más rápidamente, latinoamericana Los cambios descritos en Estampas limenas, así en cuanto se refiere a la estructura de la ciudad como a sus costumbres, como a sus modas, como a sus caprichos, son, con ligeras variantes. los de todas nuestras capitales. E!
colegio de bancas duras, las calles sin alum.
brar, las ventanas de reja, los balcones para el amor de alto estilo, con escala de seda: las pulperías o botellerías o tiendas de esquina, con el amartelado agente, que en Lima llaman cachaco. en permanente ronda para flechar a la sirvienta: la evolución de las peluquerías.
más radical allá, pues el barbero fué hasta sirujano: la moda del agua de Florida, perfume al que no había virtud de fámula que resistie.
ra, ni dolor de muela que se prolongara, ni estudiante con novia a quien no atrajera como para un regalo de urgencia: todo lo que leemos en don José Gálvez nos parece como vivido en Bogotá, como recorrido por la ciudad en vertiginosas etapas. Allá están también, con el nombre de callejones, los pasajes que aquí te nemos, verdaderas cortes de milagros, asilos de gente pobre, sórdida o maleante, que con frecuencia riñen, que otras veces cantan, que de ese trampolin de la miseria y del mugre pueden dar el salto a posiciones donde la vida se va dejando de mostrar rencorosa. Allá tant