377 REPERTORIO AMERICANO Don Miguel Por LUIS FERNANDEZ ARDAVIN De La Nación Bs. Aires, octubre 14 de 1937 Miguel de Unamuno Me acuerdo de un Don Miguel de Unamuno.
fuerte y recio. Estaba en él.
como en ninguno, la apretada reciedumbre de la tierra castellana.
Barca cana, puntiaguda: viva lumbre las dos puntas de diamant: que brillaban en claros espejuelos.
como un buho de altos vuelos nos miraba con su vista penetrante. en las tardes de verano paseaba con discípulos y amigos.
junto al Tormes, por el llano, sobre el hispido altozano de unos trigos.
Paseaba y disertaba el profesor, hacia el huerto de un convento de clarisas.
lentamente, campo alante, los pulgares en las sisas de un chaleco de pastor protestante, y caído hacia la nuca su sombrero.
fieltro negro de castor que, entre artista y señorial, le prestaba aquel sabor tan personal, anacrónico y severo.
Le recuerdo, bronceado por el oro de un crepúsculo agresivo: sens. tivo.
pero duro y atezado como están los terruñeros que el sembrado fecundizan y trabajan.
sobre un fondo de campanas sonorosas y un crujido de llanuras ardorosas que sedientas bajo el sol se resquebrajan.
Le recuerdo así: cocido.
Barro seco. Tez cetrina.
Confundido con la entraña de la tierra salmantina. si acaso en el perfil emejaba mitad buho, mitad cuervo, cuando hablaba en Castilla era en su verbo ella misma quien hablaba.
Vasco rudo.
de Vasconia retenía lo mejor: aquel desnudo modo audaz de ver las cosas. escribía sin adorno; sin metáforas viciosas.
Su lenguaje. hierro al horno; sus ideas, laminadas, luminosas.
Ciencia helénica y latina Clasicismo. en el aula, con palabra cervantina, ebatiéndose premisas a sí mismo.
Cada día, una distinta paradoja: cada vez, un sesgo nuevo a su razón.
Si en el rostro una figura de Pantoja.
dentro, joven y rebelde el corazón.
Gran artista.
Con los místicos, creyente. Buen cristiano.
Mal católico apostólico romano. en el fondo, senequista.
Con el Cristo de Velázquez mano a mano, dialogó cumplidamente, fervoroso. a los ojos de la gente.
sabio, sí, pero orgulloso y demente.
Para no estar inactivo, el Don Miguel que era escándalo y orgullo de Castilla, hacia pajaritas de papel o modelaba esferas de masilla sus dedos inquictos, de patán, hundiéndose en el fondo del bolsillo.
se movian febriles, con afán de abejas bullidoras.
Fué sencillo de maneras. Soberbio con el rey y el magnate aunque sanguíneo y fuerte, todo nervio: hecho para la lucha y el combate.
Los álamos del río le dieron su altivez, su señorío: el lírico caudal de la corriente en la dormida arena.
una robusta vena de poesía espesa y substancial: y en fin, como la borla doctoral de su birreta, hispana y bizantina la vieja catedral.
su cimborrio de piedra medioeval cargado de saber y de doctrina.
Así ha vivido siempre, de oropel y de riqueza ayuno, este maravilloso Don Miguel de Unamuno: haciendo pajaritas de papel o derramando axiomas uno a uno.
Cazurro, sentencioso, con su filosofia de arriero castellano dicen que malicioso y envidioso. De qué. Qué envidiaria?
No el ruido mundanal y cortesano.
Por la ciudad sentia el áspero desprecio que Ovidio y que fray Luis.
Sordo al halago del aplauso necio, pero atento a las voces Paris, avizorante, inquieto, buceando la tinta aun fresca en página impoluta, iba su plegadera cosechando de libros nuevos sazonada fruta.
Fruta de poesía y de saber.
Verde poma del árbol de la ciencia, Lo de hoy y lo de ayer: el grito a ultranza y la aposada esencia de los mostos añejos.
Catador de fuerte paladar, el vino fuerte era su preferido: vid longeva.
Pero buen bebedor, por igual suerte no desdeñaba de la cepa nueva.
y juventud audaz que removiese el charco literario siempre encontraba un eco: el comentario de su certera crítica mordaz.
Aquel mordaz estilo refranero, tan español, tan puro, denso y ancho.
que le diera el tratarse el día entero con Celestina, Don Quijote y Sancho.
La voz tenía recia. El gesto, duro.
Un imperioso mando en la mirada. aun con eso, yo os juro que sabía atraer, como la espada que nos va a atravesar.
Fué base y muro.
No existió polemista que más gustara discutir. Vivió para oponer el no sistemáticamente. en la arista de su pluma esquinada, se rompió cuanto él quiso a pedazos. Su ternura se diluyó en el campo castellano.
Fué maestro y cantor de la llanura.
La sembró surco a surco y grano a grano. viéndole sencillo en su grandeza, no se podía asegurar con certeza si era él, o una piedra sillar arrancada de alguna fortaleza.
Gustos de franciscano o de cartujo, su alcoba era una celda enjalbegada.
Ni amó el dinero, ni gustó del lujo.
Al morir, dejó libros: esto es nada.
Fué casto. Descuidado en el vestir.
Pasar,