REPERTORIO AMERICANO 117 El llanto, el llanto Envio del autor. La Habana. Enero de 1937 don Joaquin Garcia Monge El llanto, el llanto de las guitarras desamparadas y las yemas descarnadas.
Qué llanto, qué llanto de árboles golpeando sin cesar sus ramas verdes en la ventana cerrada del aire humedecido.
Responde tú, huella reciente de una pisada sin sombra, al llanto de los niños amarillos de oír quejarse de cerca el polvo abatido de las estataas de los hombres que no pudieron llegar a los salineros helados del polo; de los hombres carcomidos por el río lento del odio, orinados por la intemperie: de los hombres que escalaron un silencio estatuído de cerrojos olvidados y guantes raidos; de los hombres vueltos ante el vuelo de los ángeles mancos cuando comenzaban a sentir sobre su torso de mármol blanco y óxido de cobre el peso de las lenguas secas.
El llanto, el llanto.
Qué llanto de junco recién quebrado si volvemos nuestra cabeza desolada hacia donde señalan las manos de yeso, hacia donde apuntan las trompas tibias de los elefantes.
Qué llanto de cristales deshechos y lirios doblados sobre su tallo.
Ramón Guirao Oleo de Victor Manuel al sabernos demasiado ausentes para salirle al encuentro a una voz abandonada en la niebla, para intentar medir en el canto de las aves la distancia siempre exacta que nos separa de la eternidad y de los sueños olvidados.
Rseponde tú, blanca mirada de nieve, al llanto de acero y espina de un bordón que se quiebra al pulsarlo el ¡ay! de un suspiro.
El llanto, el llanto.
Qué rumor de palomas y picos en tránsito de llamas amenaza herir en ríos de ternura la redondez hastiada del mundo.
Qué llanto si un temblor de mástiles inunda el vientre deshabitado de las amantes encendidas que quieren ser sepultadas en nuestro cuerpo sin nombre.
Qué llanto, qué llanto de semilla sin rumbo.
Qué silencio de arco de piedra y musgo sin paredes ni techumbres.
Oigo la voz diminuta de los caracoles y el llanto angustioso del polvo y la penumbra.
Qué llanto agrieta columnas de agua y blandas superficies de cal apagada RAMON El llanto, el llanto.
Qué llanto de alcaravanes furiosos y espadas rotas clava sus dedos en el rastro fresco la sangre.
GUIRAO